El pecado original de la arriesgada estrategia de distensión en Cataluña impulsada por la Moncloa es que obedece, antes que nada, a la urgente necesidad de Pedro Sánchez de ser de nuevo investido presidente. Es una mácula que sus adversarios exhiben de forma incesante, y están en todo su derecho de hacerlo. Ni siquiera los socialistas más sanchistas pueden negar tal pecado: lo más que pueden hacer es recordar que también lo cometieron otros presidentes antes que Sánchez cuando cedieron a las exigencias de catalanes o vascos para alcanzar o conservar la Moncloa. Lo que diferenciaba, no obstante, a González y a Aznar de Sánchez es que las cesiones que ellos se vieron obligados a hacer eran de mucho menor alcance que las que ahora tiene sobre su mesa el secretario general de los socialistas.

Más allá de las sentencias irrevocables dictadas cada día contra Sánchez por el incansable batallón de patriotas ungidos de santa indignación, lo más probable es que, aun lastrado por el pecado original ya mencionado, el propósito último de Sánchez no sea menos noble que el que impulsó a Zapatero a iniciar con ETA unas negociaciones que, al igual que sucede hoy con las que Sánchez promueve con Puigdemont, también entonces fueron demonizadas con carácter preventivo por la derecha. Y no solo eso: incluso tras constatarse el éxito de las mismas, certificado por el final irrefutable de los crímenes y la ansiada disolución de ETA, ni aun así la derecha ha dejado de airear el espantajo del terrorismo y hasta de sostener incluso que sigue tan vivo y coleando como en sus mejores tiempos. El PP de entonces opinaba que Zapatero había “traicionado a los muertos”; el PP de ahora opina que Sánchez está traicionando a España.

Es personal, no negocios  

En todo caso, uno de los riesgos de la estrategia a que se ha visto abocado Sánchez es que, de resultar exitosa, acabe rehabilitando a Carles Puigdemont hasta el punto contribuir decisivamente a convertirlo en el próximo presidente de la Generalitat. ¿Ese Puigdemont virtualmente presidencial merced a Sánchez sería un Quim Torra con flequillo o un Tarradellas 2.0? Su trayectoria indica que se parecería mucho más al primero que al segundo. El problema de Sánchez es que, para muchos españoles, la amnistía a Puigdemont es algo personal y no meramente negocios. Pueden perdonar de mejor o peor grado a los cientos de unilateralistas anónimos sobre los que pesa la amenaza de la cárcel, la inhabilitación o la multa, pero el Gobierno tendrá que emplearse muy a fondo para convencerlos de que amnistiar a Puigdemont es guay. Aunque no se conocen los planes del Ejecutivo, no deja de resultar inquietante que el presidente del Gobierno de España diga ahora que “la crisis política nunca tuvo que derivar en acción judicial”.

Por lo demás, entre los méritos de Sánchez que la Historia no consignará como irrelevante figurará sin duda el haber logrado el milagroso reagrupamiento del Sindicato del Crimen (SDC), aunque esta vez traicionando sin pudor aquel abnegado espíritu fundacional de antaño que lo apostó todo, incluso la estabilidad del Estado, para acabar con el diabólico Felipe González, hoy elevado justamente a los altares por los mismos sindicalistas que, no menos justamente, en los 90 lo perseguían con denuedo para clavarlo en una cruz en forma de X como la que vio agonizar al pobre San Andrés. 

Modo indicativo, modo subjuntivo

La principal debilidad del abanico de reproches que algunos socialistas y todos los derechistas vienen exhibiendo contra Pedro Sánchez es que todos ellos están formulados en modo indicativo cuando en realidad deberían estarlo en modo subjuntivo. Como se sabe, el modo indicativo marca lo expresado por el predicado como “información real”, mientras que el modo subjuntivo alude a “información virtual, inespecífica, no verificada o no experimentada”. 

Los detractores del presidente dan como “información real” una amnistía no solo ya simplemente pactada sino, además, pactada en unos términos que con toda seguridad degradarán nuestra democracia hasta extremos insoportables. Todos ellos se han puesto en el pecho y a la altura del corazón una aparatosa venda con los colores rojo y gualda para protegerse y protegernos de una herida “virtual, inespecífica, no verificada o no experimentada”. 

Felipe y Alfonso no son los fundadores del Sindicato del Crimen (segunda época), pero sí sus más recientes, valiosos e ilustres militantes. El objeto de las iras sindicales es de nuevo otro presidente con carné del PSOE. Felipe conserva el suyo de siempre, pero parece haber estrenado también el de militante de base de la vigorosa cofradía exantifelipista, cuyo estandarte vuelve a ondear briosamente sobre las almenas de España bajo el mando de los bizarros ‘Pedrojotas’ y ‘Fededicos’ de toda la vida. Como sucedía históricamente con el PSOE y la UGT, los afiliados del SDC comparten militancia con el Partido Antisanchista Agorero Español. Los males que profetizan ambas ambas organizaciones ponen los pelos de punta. Como tengan razón, adiós Sánchez, adiós PSOE, adiós Transición, adiós Constitución, adiós España... ¿Alguien da más?