No hay periodista en España con el talento de Federico Jiménez Losantos para el insulto. Si hubiera un Pulitzer de la Ofensa, todos los años lo ganaría nuestro Fededico, a quien ni siquiera su frenillo evidente le impide reírse a carcajadas de quienes tienen algún defecto en el habla o manejan un acento que no es del agrado del Primer Liberal de España.

La ultima diana de Losantos ha sido María Jesús Montero, a quien, en una sacrílega homilía en la que sostiene que el Gobierno ha entregado España a ETA, la antigua estrella de la radio eclesiástica reprocha a la ministra que en vez en de hablar “hace gárgaras”. O como dice el propio Fededico, “gádgadas”. Es cierto que él no dice exactamente 'gádgadas', pero, como enseña el maestro Nicolás Gómez Dávila, 'para transcribir con exactitud hay que deformar con tacto'.

Pese a las veces que sido condenado judicialmente en firme por injurias y calumnias, nuestro héroe no se da por vencido. La justicia no ha logrado domeñar un ego tan desmesurado como el suyo. Tiene, eso sí, algo más de cuidado porque, si ahora lo condenan, paga él y no la Iglesia. 

Hombre polifacético, ha llegado a publicar un libro de haikus, bastante mejor, por cierto, que sus mamotretos propagandísticos de historia, periodismo y hasta ¡filosofía política!, pues son pocas las materias ajenas a su portentosa pero insuficientemente reconocida inteligencia: no en vano este es país de envidiosos y, a la postre, acaba desterrando a sus mejores hijos a los arrabales del periodismo y la academia.

Su arma predilecta la componen un cierto ingenio, fuertemente tóxico pero ingenio, y una estremecedora ausencia, a partes iguales, de patriotismo y de piedad. Ese doble filo de tan ominosa espada lo han convertido en el príncipe de las demarcaciones del dial lindantes con la selva.

Pese a su apretado historial de comentarios periodísticos inequívocamente situados en la extrema derecha, Losantos se considera a sí mismo un liberal, lo cual no es sorprendente si se considera el desahogo con que se burla de quienes tienen una dicción heterodoxa siendo como es la suya manifiestamente mejorable, de quienes son bajitos siendo él tan chaparrete y aun de los gordos luciendo él una importante papada y esa visible barriguita que está pidiendo a gritos una buena faja.

Como aquel Evening Star “siempre útil aunque no siempre exacto” que menciona Gore Vidal en Lincoln, Losantos no es tanto un mal periodista como un buen soldado, y para un buen soldado lo más importante es ganar, sea como sea, la guerra. ¿Es entonces nuestro pequeño gran hombre un mentiroso? No exactamente; cuando se es un soldado, la verdad y la mentira son un asunto secundario hasta tanto no se haya ganado la guerra. O para ser más exactos, la gueda.