El Papa sigue en su empeño. No cejará hasta consolidar una gran barrera para evitar que se cometan irregularidades en la Iglesia Católica. Tal como anunció, ha aprobado una norma anticorrupción para directivos y cardenales. A partir de ahora, quienes trabajan para El Vaticano tienen prohibido aceptar regalos de más de 40 euros. Lo ha plasmado en el Motu Proprio, un documento papal sobre la transparencia.

En su exhortación, Francisco afirma que “la fidelidad en las cosas de poca importancia está relacionada, según la Escritura, con la fidelidad en las cosas importantes”. Esa es su referencia evangélica para exigir a todos los que tienen puestos de dirección en la Santa Sede, o de responsabilidad administrativa y de control, que declaren no tener condenas firmes, ni procesos penales, ni estar sujetos a investigación por un amplio abanico de delitos, como corrupción, fraude, lavado de dinero, evasión fiscal, explotación de menores, relaciones con el terrorismo o su financiación.

No podrán tampoco tener cuentas en paraísos fiscales o en empresas que operen en contra de la Doctrina Social de la Iglesia. Más aún, el Vaticano se ha adherido a la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción para combatir tal lacra. La norma no ignora el frente de los bienes muebles e inmuebles, que deberán demostrar que proceden de actividades lícitas.

El Motu Proprio de Francisco se ha divulgado en coincidencia con el escándalo denunciado por el revisor de las tramas financieras de la Curia, nombrado por el Papa, de que el Vaticano habría invertido en la industria de la píldora del día después, durante 20 años. La Secretaría de Estado del Vaticano, gobernada por el cardenal Angelo Becciu, fue accionista durante dos décadas de las industrias farmacéuticas Sandoz (Novartis) y Roche que producían esas pastillas.

El documento papal sobre la Transparencia exige a los afectados que firmen una declaración al ser contratados y, después, cada dos años la Secretaría para la Economía, comprobará si lo expresado por los declarantes es cierto, bajo amenaza de despido y de resarcir los daños que hubieran cometido.

La forma directa y efectiva que ha elegido Francisco de levantar las alfombras y barrer el polvo depositado durante siglos en la institución que fundó el apóstol Pedro, confirma que en demasiadas ocasiones se han producido debilidades humanas escandalosas y que ha llegado la hora de poner fin a los escándalos.

La cruzada del Papa Francisco supone en la práctica algo tan complicado como remover Roma con Santiago. Puede provocar un auténtico terremoto en la Iglesia, tanto por su cariz preventivo como por las revelaciones que se vayan produciendo. La decisión de no admitir obsequios de valor, molestará a más de un cardenal y a no pocos ejecutivos, pero las nuevas exigencias evitarán males mayores, y acaso contribuyan a rehabilitar la imagen de una institución deteriorada por quienes la han utilizado en beneficio propio.