Lo visto y oído en el segundo pleno del Congreso de Diputados dedicado al debate y votación de la investidura del candidato a presidente del Gobierno de España presentado por el jefe del Estado, el rey Felipe VI, que no es ni puede ser otro que el ahora aún presidente en funciones Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, partido claramente vencedor en todas las últimas elecciones celebradas en nuestro país durante todo el año pasado, no puede ser más decepcionante y frustrante.

Si ya durante la primera sesión de este debate de investidura la muy desleal oposición se superó a sí misma con una sarta interminable de descalificaciones, infamias, difamaciones, calumnias e insultos, con el empleo reiterado de un lenguaje barriobajero y zafio, en la segunda sesión  se han llegado a traspasar los límites no solo de la más mínima cortesía parlamentaria sino incluso de las normas más elementales de la corrección política. Lo han hecho de manera muy especial las tres derechas ultranacionalistas españolas de PP, Vox y C’s, con los añadidos de algunas de sus franquicias territoriales y algún que otro socio sobrevenido de última. Asistiendo desde mi casa a estas dos sesiones, y más en concreto a la segunda, no he podido más que recordar aquellas que Antonio Machado escribió en su libro “Proverbios y cantares”: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

¿Cómo, ya en 2020, -y, por consiguiente, más de ochenta años después del fin de nuestra incivil guerra civil y después de más de cuarenta años de la plena recuperación de la libertad y la democracia en España- se puede llegar a recurrir todavía al más zafio y vulgar vocabulario guerracivilista, incluso con alusiones insólitas a Paracuellos y al “oro de Moscú”, a Indalecio Prieto y a Largo Caballero, por citar tan solo unos pocos ejemplos? ¿En qué tiempos viven los portavoces y portacoces de estas derechas tan extremas, que rivalizan constantemente entre sí, en una extraña lid cuyo único objetivo político parece ser la lucha a muerte contra todos aquellos que no comparten sus ideas y proyectos ultranacionalistas españoles y de un conservadurismo tan radical que parece basarse en la pura y simple apropiación patrimonial y sectaria de toda España, como si les perteneciera por derecho divino, genético y/o de clase, por los siglos de los siglos?

Además de los insultos y las descalificaciones, de los insultos, las calumnias, las infamias y las difamaciones de toda clase, en estas dos primeras sesiones de este debate de investidura nos hemos visto obligados a presenciar y a oír reiterados intentos de injerencia de esta muy desleal oposición en las libres y soberanas decisiones que otras formaciones políticas han tomado de manera democrática. Las exigentes demandas de ruptura de la disciplina de voto que esta muy desleal oposición ha expresado de modo repetido, en especial a los diputados socialistas pero también a los de otros grupos políticos, demuestran el talante profundamente iliberal y antidemocrático de quienes las han hecho.

No todo vale. Tampoco en política. No vale, en concreto, lo que tanto desean y añoran quienes ahora ansían la repetición de aquel siniestro “tamayazo”, tan tristemente célebre como inexplicado todavía hoy, a pesar de los casi quince años transcurridos desde que el transfuguismo de unos diputados del PSOE en la Asamblea de Madrid hizo posible la elección inesperada de Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad de Madrid.

No todo vale, en efecto. Ni este guerracivilismo brutal ni este afán desesperado por la recuperación de un poder perdido una y otra vez en las urnas, según el veredicto democrático inapelable del voto de la ciudadanía.

Con el ánimo contenido, a la espera de que el próximo martes la democracia se imponga de nuevo y finalmente el socialista Pedro Sánchez sea finalmente ya investido presidente de un Gobierno de España de coalición progresista y de izquierdas, espero no tener que darle la razón a otro poeta, Jaime Gil de Biedma, que escribió aquello tan terrible: “De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”.