Redacto esta nota a falta de muy pocas horas para el cambio de año. Escribo, pues, con el sosiego -relativo, como siempre, pero sosiego al fin- que da saber que en muy pocos días, a lo sumo en una semana, daremos por finalizada una extraña situación de vivir con un gobierno en funciones, en la que llevamos metidos desde hace ya ocho largos meses. Parece definitivamente descartado el riesgo de la convocatoria de unas terceras elecciones generales anticipadas. Todo apunta, pues, a una pronta investidura presidencial de Pedro Sánchez, que sin duda se equivocó al no aceptar, hace solo unos meses, una coalición gubernamental de izquierdas con UP, que en aquel momento contaba ya con los mismos apoyos, activos y/o pasivos, que los que tendrá ahora.

Lo que en su momento fue un error de táctica del líder socialista ha acabado reforzando su apuesta estratégica: frente a la obstinada cerrazón de los dirigentes de las derechas simplemente a hacer posible la investidura de Sánchez sin necesidad de otros apoyos, ahora el líder del PSOE se enfrenta a un doble difícil desafío: presidir el primer gobierno de coalición de nuestro actual sistema democrático y tener que hacerlo en un contexto de inestabilidad y con apoyos activos o pasivos no solo no coincidentes sino que en muchos casos parecen contrapuestos, o al menos difícilmente conciliables.

Serán cosas de la edad, pero yo preferiría mayor calma y tranquilidad que la que se avecina. No obstante, está claro que las tres representaciones actuales de las derechas hispánicas -PP, Vox y C’s- están decididas a actuar como lo han hecho casi siempre que en nuestro país hemos tenido un gobierno de izquierdas, un gobierno progresista, esto es del PSOE, desde cuando José María Aznar hizo famoso aquel “¡váyase, señor González!”.

PP, Vox y C’s, que tan pocas diferencias aparentan entre sí desde que de un modo u otro gobiernan en coalición en tantas comunidades autónomas y en tantos municipios, llevan ya bastantes meses no solo anunciándonoslo sino practicándolo a diario: actúan como una muy desleal oposición, difundiendo toda clase de infundios e infamias, mendacidades y calumnias… Incurren en uno de los más viejos vicios tradicionales de las derechas hispánicas, que por otra parte cuenta con versiones propias en muchas de nuestras comunidades autónomas: estas derechas se consideran poseedoras, es de suponer que por alguna suerte de designio divino, genético o de clase social, de un derecho incuestionable a ostentar siempre el poder y a ejercerlo sin que nadie pueda ni tan siquiera atreverse a discutírselo jamás.

Esta muy desleal oposición no se para en mientes. Utiliza un argumentario casi cuartelero, impropio de una confrontación entre demócratas. No son solo unas pocas voces más o menos extremistas, radicales y extemporáneas. También son sus principales dirigentes, sus argumentarios orgánicos. Y sus portavoces y portacoces. Están empeñados en impedir que la investidura presidencial de Pedro Sánchez, que parece que no han logrado impedir a pesar de todos sus esfuerzos, permita ahora una legislatura progresista sin excesivos sobresaltos.

Será cosa de la edad, como he escrito ya. Pero es que España necesita ahora calma, sosiego, serenidad, un poco de tranquilidad, es decir de aceptación de las reglas propias de cualquier sistema democrático, sujección estricta a la legitimidad y la legalidad del Estado social y democrático de derecho del que por fortuna gozamos desde hace ya más de cuarenta años. Y una oposición leal, tan crítica e implacable como se quiera, pero siempre leal, nunca desleal, nunca iliberal.

Que 2020 nos sea leve a todos. Y que el primer gobierno de coalición que España está a punto de estrenar cuente con una oposición leal