Las de ayer fueron las elecciones de la moderación. Es verdad que en Galicia, salvo Fraga y Beiras, de puertas para fuera nadie levantaba la voz. Es la idiosincrasia galaica: mitad servil, mitad tranquila, calculadora (no en sentido negativo). Y esto lo entienden aquí y lo deberían conocer a la perfección en la calle Génova, tras años de marianismo y su táctica de esperar. 

Por eso, la primera lección para Casado es que se le empieza a desmoronar el chiringuito ‘nacional-popular’ de cayetanos, entendido no sólo como la encarnación de la derecha insolidiaria que llenó las calles de la castiza calle de Núñez de Balboa en Madrid, sino como la representación del ala más dura del PP en voz de la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo

Feijóo volvió a ganar ayer. Igualó las cuatro mayorías de Don Manuel gracias, una vez más, el beneplácito del rural. El resto, aún perdiendo votos, le llegó por el harakiri de la izquierda ‘madrileña’ (demasiado PSOE y poco PSdeG y muchísimo Pablo Iglesias y nada de galleguismo). 

No obstante, tal y como se dijo en este mismo periódico hace unos días, el gran perdedor es el actual presidente del PP y el ala de los cayetanos. Lo iba a ser pasara lo que pasara. Si Feijóo no hubiese logrado la mayoría, simplemente daría el salto a Madrid antes. Ahora, esperará un poco más, aunque las decisiones empezarán a caer como un castillo de naipes. 

Es verdad que Feijóo es un tipo listo y con suerte que ha sabido convertir el fraguismo en algo moderado capaz de llegar tanto a las aldeas, como a las ciudades. Sin embargo, esto no significa que no tome medidas. Ayer, en su discurso, menos emocionado que en ocasiones anteriores –quizás las lágrimas se quedan para la despedida de Galicia- ya dio un golpe encima de la mesa. Agradeció personalmente el apoyo recibido de sus homólogos andaluz (Moreno Bonilla) y castellanoleonés (Fernández Mañueco); también a Mariano Rajoy. Aquí, aunque fueron solo unos segundos, todo el mundo empezó a especular con que no sería capaz de no mencionar al líder de su partido, Pablo Casado. Segundos eternos, pero sí lo hizo. 

Mencionar en los aplausos y agradecimientos antes que al supuesto mandamás popular a presidentes autonómicos que fueron en momentos determinados y a su manera críticos con algunas posiciones cayetanas del partido y al expresidente del Gobierno que apoyó a quien, para muchos, debería ser la actual máxima responsable (Soraya Sáenz de Santamaría) , es algo así como una advertencia, al estilo Feijóo. Tiene que parecer un accidente. 

Esto no significa que no tenga carácter. Lo tiene, y mucho, pero a la gallega, como el pulpo o el rape.

Las quinielas y apuestas entre sus partidarios dentro del PP empiezan a especular acerca de los cambios que va a imponer en Génova. Sí, en efecto, la salida de quien ayer observaba los resultados junto a Pablo Casado se paga mal, porque se da por hecha. Cayetana Álvarez de Toledo se va a convertir, probablemente, en algo así como la nueva Felipe González del PP. Saldrá pero no se callará, porque nunca lo ha hecho y da la sensación de que con Feijóo, mucho feeling no tiene.

Casado, por su parte, está contra las cuerdas. Ha sido el que ha apostado por la vía ultra; ha impuesto en Euskadi esa opción y ha provocado una debacle en toda regla. Ahora solo le queda esperar, aunque sabiendo que sus padrino y madrina aún gozan de cierto predicamento, tal vez sorprenda y tome las decisiones por su cuenta, sin esperar a las señales galaicas. De nuevo aquí, la primera sacrificada parece que sería la portavoz cayetana en el Congreso de los Diputados. Sería un gesto. No se sabe si suficiente, de cara al que algunos ven ya como la gran esperanza moderada del PP.

La segunda parte de esto es que Galicia no es España, y no hablamos de nacionalismo (central o periférico) y/o independentismo. Es cuestión de idiosincrasia, porque un andaluz, de centro, de centro derecha, de derechas y galleguista, es difícil de encontrar. Aunque a lo mejor es como las meigas. E,incluso, Casado, por fin, encuentra un antepasado gallego y empieza a recibir clases para bailar la muiñeira. Todo por contentar al jefe.