Violencia machista, acusaciones falsas de despilfarro, invención de minibares de lujo en coches oficiales, connivencia mediática y bulos sostenidos hasta el final. Mucho antes de que Alberto Núñez Feijóo apuntara al presidente del Gobierno con insinuaciones sobre prostíbulos, ya había perfeccionado en Galicia un manual de juego sucio con consecuencias políticas letales. El episodio más reciente, en el que el líder del PP reprochó a Pedro Sánchez supuestas vinculaciones con la prostitución para erosionar su imagen y la de su esposa, no es más que la reedición de una estrategia conocida: erosionar con falsedades, apuntalar desde los medios afines y mantenerse siempre por encima de la batalla como si no tuviera nada que ver.

El ascenso de Feijóo sobre las ruinas políticas de Quintana y Touriño

Pero lo tiene. En las elecciones autonómicas gallegas del 1 de marzo de 2009, Feijóo y el PP emprendieron una campaña de acoso moral contra los dirigentes del bipartito PSdeG-BNG. Durante las semanas previas a aquellos comicios, los populares —con el respaldo constante de medios conservadores— difundieron filtraciones y noticias falsas sobre supuestos gastos excesivos, casos de maltrato, fraudes con el voto emigrante o lujos personales. El objetivo: dañar la credibilidad de Anxo Quintana y Emilio Pérez Touriño, entonces vicepresidente y presidente de la Xunta, respectivamente. Feijóo ganó entonces la mayoría absoluta por poco más de 9.600 votos, y desde entonces el PP no ha soltado el poder en Galicia.

El caso más grotesco, y a la vez revelador, fue el de un supuesto minibar valorado en 6.000 euros instalado en el coche oficial de Anxo Quintana. La diputada popular Susana López Abella lo denunció en el Parlamento gallego, y el asunto fue amplificado sin descanso por medios afines. La realidad, sin embargo, era bien distinta: lo que había en aquel coche era una simple nevera portátil de 15 euros para enfriar botellines de agua. A pesar de la evidencia, el bulo se mantuvo en el debate público el tiempo suficiente como para cumplir su función. Quintana, retirado de la política desde entonces, reconocería años después que el coste emocional de aquella campaña fue demoledor. “Todo se acaba superando, pero a mí me costó mucho y durante algún tiempo estuve psicológicamente KO”, llegó a reconocer este a ‘Público’. “Siento una total empatía hacia Pedro Sánchez, pero estamos obligados a hacer una lectura política de todo esto, no sólo personal”, añadió.

Pero, el asedio no se limitó al minibar. En febrero de 2009, en plena campaña, el entonces presidente de la Diputación de Ourense, Xosé Luis Baltarpadre del actual senador Manuel Baltar— insinuó en un acto público que Quintana maltrataba a su pareja. El desmentido fue inmediato por parte de ambos, pero no importó. Los medios próximos al PP se lanzaron a difundir la acusación, incluso publicando fotografías de una abolladura en el portón del garaje del domicilio de Quintana como supuesta “prueba”. Años más tarde, la Audiencia Provincial de Ourense desestimó la querella presentada contra Baltar por aquellas declaraciones. Pero, para entonces, ya era demasiado tarde y el daño estaba hecho.

En paralelo, el presidente socialista Emilio Pérez Touriño fue objeto de una ofensiva basada en medias verdades y exageraciones. En 2005, Feijóo ya había cuestionado sin pruebas la legitimidad de su elección, denunciando irregularidades con el voto emigrante. Cuatro años después, en plena crisis económica, el relato conservador volvió a poner el foco en su coche oficial. Se le acusó de gastar 480.000 euros en un vehículo “más caro que el de Obama”. Sin embargo, aquel coche blindado era el mismo modelo que ya había usado Manuel Fraga y que utilizaban otros altos cargos del PP amenazados por ETA, incluido el propio Feijóo cuando fue vicepresidente de la Xunta entre 2004 y 2005.

Feijóo y La Voz de Galicia: un pacto sellado entre líneas

Esta campaña coordinada entre partido y prensa encontró un socio esencial: La Voz de Galicia, el diario más leído de la comunidad. La relación entre Feijóo y el editor del periódico, Santiago Rey, ha sido descrita por el propio Anxo Quintana como un ejemplo de “presión empresarial”. Durante su etapa en la Xunta, Quintana impulsó un concurso eólico con criterios redistributivos que molestaron a empresas vinculadas a Rey. Según ha contado en varias ocasiones, el propio editor llegó a advertirle en persona: “No voy a permitir que un enfermero de Allariz cambie el marco económico de Galicia”. A partir de entonces, la línea editorial del periódico se endureció contra él, y los bulos comenzaron a multiplicarse con el aval del medio que más influencia tiene en la política gallega.

Esta alianza mediático-partidaria ha acompañado a Feijóo durante toda su carrera. Bajo su mandato, la Xunta destinó millones en publicidad institucional a La Voz de Galicia, cuya cobertura favorable ha sido clave para su blindaje político. Mientras tanto, su imagen pública ha sido cuidadosamente esculpida: la del gestor eficiente, tranquilo, capaz de pactar con todos. Pero esa imagen, vendida con insistencia en Galicia y reciclada en su desembarco nacional, se resquebraja al primer análisis. Detrás del Feijóo moderado hay un político que no ha dudado en tolerar campañas de difamación, envalentonarse con el uso de bulos y construir su liderazgo sobre relatos falsos amplificados por medios amigos.

Lo más inquietante es que la historia parece repetirse. Las insinuaciones sin pruebas contra Pedro Sánchez y Begoña Gómez, lanzadas por el PP en plena ofensiva judicial y mediática, siguen el patrón de 2009: acusar sin verificar, sembrar la duda, intoxicar el debate público. Incluso el propio Touriño lo reconocía hace apenas unos meses en una entrevista en la Cadena SER: “Claro que todo esto me hace recordar muchas cosas”.

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