Felipe González realizó su última aparición pública este viernes 31 de enero en Sevilla, su ciudad natal, como invitado del Foro Guadaliuris, una entidad que reúne a una treintena de destacados despachos jurídicos locales. Esta intervención es la nueva base de este artículo de Antonio Avendaño.

1. Invitación al suicidio

Una de las singularidades del Felipe González pospresidencial es su disposición a ponerse estupendo. “¡Max, no te pongas estupendo!” era el equívoco reproche que Don Latino le lanzaba a su amigo Max Estrella cuando este, entre olímpico y grotesco, le proponía que se suicidaran juntos: “Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo”.

Lo que, sin decirlo así, viene proponiéndole Felipe al presidente del Gobierno y compañero de partido Pedro Sánchez es, a fin de cuentas, una modalidad, por lo demás no muy novedosa, de suicidio político: “Pedro, osado corredor de insensatas aventuras, deshazte del prófugo de Waterloo y estrecha lazos con Feijóo; el país anhela una segunda Transición donde, como en la primera, las dos Españas pacten cordialmente el futuro de la nación”. 

2. Infierno, Purgatorio, Paraíso

Dar hoy la patada a Puigdemont, como sugiere González apelando a la dignidad del Estado, equivaldría a concluir la legislatura, ir a elecciones, que sin duda ganaría el PP, y forzar al PSOE a facilitar la investidura de Feijóo, pues de no hacerlo este se echaría en brazos de Vox, y aun de Puigdemont si hiciera falta, y la culpa de todo ello sería de 'Perro' Sánchez. Es poco verosímil que el González presidencial de los 80 y los 90 hubiera hecho esto que con tanta desenvoltura propone el González pospresidencial, para quien la España sanchista viene a ser el Infierno: en política todo es fácil cuando se está en el Purgatorio de la oposición o se tiene plaza en propiedad en el Cielo de las Ideas.

3. El hombre y la gente

La última intervención pública de Felipe González ha sido este viernes 31 de enero en su Sevilla natal, invitado por el Foro Guadaliuris, que aglutina a una treintena de prestigiosos despachos jurídicos de la ciudad. El formato del foro es el de la entrevista afable en la que el invitado puede explicar sin objeciones ni contrarréplicas sus puntos de vista. Así lo hizo González ante un auditorio muy receptivo y bien dispuesto que, tras hora y media de monólogo, abandonaba satisfecho el salón de actos de la Fundación Cajasol. 

Pelo muy blanco, pronunciadas bolsas bajo los ojos, espalda algo achaparrada pero aún firme, movimientos lentos pero no torpes, mirada mate pero no apagada ni opaca: el Felipe que vimos el viernes está envejecido, pero no es un anciano, ni por supuesto está decrépito como malévolamente sugieren quienes sobrellevan sin deportividad las pullas que les dirige; su energía mental quizá no esté intacta y aun puede que flaquee al juzgar asuntos que le son demasiado cercanos, pero centellea como en los mejores tiempos cuando pone su atención en los grandes problemas geopolíticos. 

4. Palabra de Dios

Más allá de lo poco o mucho que sus compañeros de partido puedan discrepar con algunas de sus opiniones, sobre todo con aquellas contra Sánchez que le han valido los taimados elogios periodísticos del mismo Sindicato del Crimen que tanto lo injurió en los 90, en González siempre quedan ecos y vestigios de aquella lucidez política que en los remotos 80 inspiró a los suyos para adjudicarle el más bíblico de los apelativos: ‘No le llamemos Felipe, llamémosle Dios’.

Cuarenta años después y estando como estamos en tiempos tan descreídos, ¿Dios sigue siendo Dios? Quién sabe, amadísimos lectores. Dejémoslo en que el Felipe de los 80 vendría a ser el Dios humanitario y compasivo del Nuevo Testamento, mientras que el señor González de ahora sería más bien el Dios iracundo, suspicaz y resentido del Viejo Testamento.

5. Ingenioso, cruel y casi verdadero

Lo más ingenioso, cruel y casi verdadero de cuanto ‘Jehová’ dijo en el foro hispalense fue esto: “He estado más veces de acuerdo con Pedro Sánchez que Pedro Sánchez consigo mismo… es que no me da tiempo a acostumbrarme a sus cambios”. Las altos cargos del PP, así como los letrados de adscripción política desconocida pero no inexistente que estaban presentes en la sala le rieron sin disimulo una gracia que incluso sus compañeros socialistas debieron de admitir para sus adentros como no del todo desencaminada.

En realidad, no hay nadie, prácticamente nadie, ni siquiera González, de quien no pueda decirse algo que sea a un tiempo ingenioso, cruel y casi verdadero. Sánchez es un político práctico, realista, como lo fue González cuando gobernaba: lo que han cambiando son los estándares del realismo. El realista de ayer es el idealista de hoy; el realista de hoy es el cínico de mañana.

6. Yo descentralicé, estos centrifugan

Escrito con brocha gorda, el titular de la intervención de Felipe sería más o menos este: Todo está mal, salvo alguna cosa. En efecto, Europa se ha convertido en un parque de atracciones cuyo poder no es ya blando sino de plastilina; la Unión es un viejo que ha dejado de mirar al horizonte y solo sabe mirar al suelo para no tropezar; la política se ha judicializado y la justicia se ha politizado; la España de la descentralización ha derivado en la España de la centrifugación; puede que haya un Gobierno progresista, pero aquí quien más progresa es Puigdemont; la política se ha llenado de esa “infinita chorrada de los campeones nacionales que no son nada a nivel global”… 

7. Un chino y un catalán

De la invectiva del expresidente solo se salvaron Den Xiao Ping y Salvador Illa. Del chino alabó su “inteligencia superior” y del catalán haber sepultado “el procesismo” del que Cataluña estaba ya más que harta, aunque, añadió González en una interpretación bastante libre de la realidad, por desgracia el tal ‘procesismo’ lo sufre ahora España. No hizo falta, claro está, decir por culpa de quién.

Lo interesante, lo sugestivo, lo paradójico del justo dictamen de González sobre Salvador Illa y la pacificación política de Cataluña es que el exmandatario no parece darse cuenta de que ambos, presidente socialista en el Palau y normalización institucional del Principado, son en grandísima medida mérito del denigrado Pedro Sánchez, bestia contradictoria, centauro inconcebible, monstruo incoherente que unas veces ladra como un perro, otras maúlla como un gato y no pocas emite gruñidos imposibles de identificar. Ciertamente, el rojo socialista de la camiseta que viste de Sánchez se acentúa o se empalidece según lo aconseje la virtud o lo ordene necesidad, pero esa ductilidad, hija de un realismo descarnado, no resta valor a unos logros sociopolíticos y económicos que, en puridad, ‘Dios’ no puede desconocer, aunque jamás, que para eso es ‘Dios’, se rebaje a hacer mención de ellos.