En las últimas semanas, y a colación del documental de Jordi Évole en el que se entrevista a Josu Ternera, se ha reavivado en el debate público la controversia sobre si hay que hablar con quienes fueron perpetradores de la violencia, en tanto que ello implica la asunción de riesgos frente al blanqueamiento de lo sucedido.

En el mundo académico también existe este tipo de discusiones, si bien en muchas ocasiones, a partir de la asunción de posiciones ideológicas que funcionan a modo de un prejuicio político que desprecia ex ante el aparato discursivo y simbólico de quienes ejercieron la violencia política. Lo anterior, aun cuando su testimonio, en realidad, reviste de un altísimo valor para la construcción de conocimiento y es imprescindible en el arduo cometido y la necesaria tarea de elaborar un relato comprehensivo que emerge una vez queda superado (o comienza a superarse) un episodio de violencia política.

Aparte, recurrir a testimonios de esta naturaleza es importante porque, en realidad, la realidad de la violencia gravita sobre un marco de tensiones, contradicciones y gamas de grises que, en muchas ocasiones, son resueltos, o al menos mejor explicados, desde el empleo al recurso del testimonio oral. Expresado de otro modo, los procesos de violencia política, para ser entendidos en su plena complejidad, necesariamente, demandan de conocimiento sobre todos los extremos del relato, y entre estos, de quienes otrora ejercieron la violencia.

Aunque, por supuesto, los usos de un relato de estas características epistemológica y metodológicamente son diferentes en función del ámbito disciplinar -Periodismo, Ciencia Política, Historia-, el valor de la narrativa representa una contraparte tan importante como necesaria en la reconstrucción analítica, íntegra y holista de cualquier tipo de fenómeno asociado a la violencia. Al respecto, y en mi caso, con más de 300 entrevistas realizadas en total a exintegrantes de las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso, los Tupamaros uruguayos, así como antiguos miembros no arrepentidos de ETA o IRA, tal vez pueda esgrimir algún argumento para hacer valer la importancia del relato de quien decidió hacer uso de la violencia como parte de su modo de vida.

Lo primero, humanizar rostros y poner ojos y cara se trata de un ejercicio de necesario entendimiento que dista de cualquier atisbo de blanqueamiento o validación. Todo lo contrario, se trata de utilizar el valor de la entrevista para conocer marcos de interpretación y formas de problematizar y legitimar el uso de la violencia. También, para conocer cómo se dirigía como instrumento (errado) para el cambio social y de qué repertorios se sirvió. Las condiciones subjetivas y las historias de vida, una vez se obtienen, hacen muy difícil sostener esa idea del ejercicio de la violencia dogmático, monolítico y único. Las trayectorias personales, el dispositivo simbólico-cultural de cada individuo y la relación con el entorno inmediato, en suma, pueden contribuir a planteamientos analíticos más certeros, mayormente polisémicos, y cuyo repertorio de respuestas explicativas terminan estando más próximas con la realidad.

Claro está, la violencia en clave antifascista o anticolonial no tiene nada que ver con la violencia ejercida como dispositivo de terror en la vida democrática o la proveniente desde el terrorismo de Estado. Igualmente, la violencia de las guerrillas latinoamericanas, en muchos casos inscritas en acuciantes niveles de violencia estructural, exclusión, marginalidad y falta plena de oportunidades de autorrealización hacen que la militancia en un grupo armado se entienda, en muchas ocasiones, como una suerte de banalidad y way of life al servicio de la supervivencia. Esto obliga, de partida, a difuminar la dicotómica y excluyente categoría víctima/victimario y a considerar la dualidad violencia subjetiva/violencia objetiva. Un joven menor de edad que pasa a hacer parte de un grupo armado por la vía del reclutamiento o la necesidad ¿es un victimario o es también una víctima de sus circunstancias?

Este tipo de violencia poco tiene que ver con la que se incardina al terrorismo de naturaleza etnonacionalista y cultural, de los casos de ETA o IRA, o al terrorismo que está detrás del fundamentalismo religioso. Sin embargo, nuevamente, las motivaciones, los elementos simbólicos, la propia hipérbole del fanatismo y el recurso de la mentira imaginada que son atravesados por variables individuales como la edad, el origen, la formación, la socialización primaria o el sexo, solo pueden ser abordada en toda su complejidad a partir del uso del relato y la fuente testimonial. Ni que decir tiene que otros aspectos asociados a la violencia, por ejemplo, de carácter más orgánico y funcional, como el liderazgo, los instrumentos de cohesión interna de un grupo armado, o los dispositivos sobre la toma de decisiones y su refrendación, dada la clandestinidad de este tipo de escenarios, en muchas ocasiones, solo pueden ser conocidos y estudiados a través de la entrevista.

Finalmente, el sentido político de la militancia, su evolución en el tiempo, la validación de la violencia, y otros aspectos como el arrepentimiento, la reconciliación o la reincorporación a la vida civil -tan importante en el caso latinoamericano- demanda de trabajos que ahonden en el valor de la palabra y en el conocimiento de la expectativa, de la frustración o de la reafirmación con el pasado. Esto no es blanquear. Esto es aportar a la construcción del relato y, por supuesto, al discurso comprehensivo, respetuoso y riguroso sobre el cual cobra sentido el trabajo académico, pero también las posibilidades de otro tipo de formatos, como es el documental. Dudo mucho que las más de las cincuenta entrevistas de Fernando Reinares a exintegrantes de ETA, en Patriotas de la muerte, o nuestra aportación a antiguos miembros de ETA no arrepentidos en La lucha hablada sirvan para blanquear nada. Todo lo contrario, son la mejor manera para conocer de viva voz, sin mediaciones, lo que ha supuesto y supone el odio, la intolerancia y el terrorismo en España. Un abordaje extrapolable a lo experimentado por otros entornos de violencia indómita que demandan esta misma necesidad y en los que, por supuesto, el rigor de quién pregunta, analiza e interpela deviene como valor fundamental.

Jerónimo Ríos es doctor en Ciencias Políticas (UCM) y doctor en Humanidades (URJC). Es profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.