Por vez primera en la historia, la humanidad entera se enfrenta a la primera gran pandemia global. Poco o nada tiene que ver la actual crisis sanitaria con ninguna de las anteriores. Ni tan siquiera con aquella erróneamente conocida como “gripe española”, que en 1918 se extendió por gran parte del mundo y provocó entre 40 y 100 millones de muertos. Aunque ha pasado a la historia como “gripe española”, ni tuvo su origen en España ni fue en nuestro país donde causó más víctimas: su denominación histórica vino motivada porque fue precisamente en España donde mayor atención le dispensaron los medios de comunicación, no sometidos a la férrea censura impuesta sobre esta cuestión en los países implicados en la Primera Guerra Mundial.

El mundo globalizado de hoy no tiene nada que ver con el de comienzos del siglo XX. No solo porque las comunicaciones aéreas han reducido mucho todas las distancias, porque el turismo mueve sin cesar a millones de personas por todo el mundo o porque el comercio internacional responde hoy a mecanismos de interdependencia absoluta de los mercados, sino también por la cada vez mayor influencia de las redes sociales en la opinión pública mundial. Aquella mal llamada “gripe española” tuvo su origen en campamentos militares de los Estados Unidos, y después de diversas mutaciones llegó a Europa por el puerto francés de Brest, por el que entró cerca de la mitad del contingente militar estadounidense; de ahí se extendió por Europa entera y posteriormente también a otros países. La epidemia inicial en Estados Unidos tardó varios meses en convertirse en una verdadera pandemia. Pero sus elevados índices de mortalidad fueron realmente devastadores. Nada que ver tampoco con lo que hasta ahora viene sucediendo con el COVID19.

Sobre todo en Europa, y de manera muy especial en España, hay ahora otro factor importante a tener en cuenta: la existencia de un potente servicio público de salud. Esta gran conquista social, uno de los resultados más positivos y visibles del modelo del Estado del bienestar surgido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial como fruto de las políticas sociales desarrolladas en gran número de países de nuestro continente por alianzas de socialdemócratas  y socialcristianos, no llegó a implantarse realmente en España hasta la llegada del PSOE al gobierno, con Ernest Lluch como ministro de Sanidad. Entonces nació en España un servicio público de salud universal y gratuito, situado aún en la actualidad como uno de los mejores ded todo el mundo. Incluso a pesar de los drásticos recortes presupuestarios, con graves reducciones de personal y también de instalaciones y dotaciones de todo tipo, que impuso el PP desde el Gobierno de España y también desde los gobiernos de diversas comunidades autónomas, en abierta competencia con los gobiernos de la Generalitat presididos por Artur Mas.

Ante una gravísima crisis de salud pública como la que plantea el coronavirus, en España, en el conjunto de Europa y en el mundo entero, lo mínimo que se puede y debe exigir a cualquier político es rigor, y por tanto no exagerar pero tampoco banalizar la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos. Donald Trump o Jair Bolsonaro, por ejemplo, han tardado demasiado tiempo en percatarse de la trascendencia global de esta crisis. También hay algo que todo dirigente político con un mínimo concepto de la responsabilidad personal y de la dignidad moral debería tener en cuenta en este caso: como cuando un país sufre una invasión extranjera, lo mínimo que es exigible a todas las fuerzas políticas es apoyar al gobierno propio, aunque se discrepe de él.

Esto es lo que no ha sucedido en Esaña, a menos hasta ahora. Incluso después del anuncio hecho por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de declarar el estado de alarma en todo el país, hemos tenido que ver y oír a Pablo Casado con un reguero de censuras y críticas a la gestión gubernamental de la crisis. Venía ya de días atrás, quizá arrastrado por la demagogia populista de Vox, que denunció que no le hubiesen prohibido celebrar un mitin que ellos mismos hubiesen podido desconvocar, y que si hubiese sido prohibido les habría servido para denunciar a “la dictadura socio-comunista” que nos gobierna…

Lo que más coraje me da cuando veo y oigo a Pablo Casado criticando al actual gobierno de coalición de PSOE y UP por su gestión de la crisis del COVID19 es que, puestos a ser tan mezquinos, ruines, rastreros y miserables como para utilizar para intereses partidistas un asunto de salud pública tan grave como este, el máximo dirigente del PP, al igual que otros destacados altos cargos de su partido, se olvidan o intentan ocultar un dato muy significativo: casi la mitad de las personas contagiadas por el coronavirus en España, y también cerca de la mitad de las víctimas mortales que se han producido hasta ahora en nuestro país a causa de esta enfermedad, residían en la Comunidad de Madrid, Una comunidad autónoma gobernada desde hace muchos años por el PP, que ha desarrollado una política sanitaria basada fundamentalmente en las privatizaciones de muchos servicios públicos y en los recortes presupuestarios que han convertido en un despojo a la sanidad pública madrileña, que solo se mantiene en pie gracias al esfuerzo heroico de muchos, casi todos sus profesionales.

Todo tiene un límite. O debería tenerlo. Un pirómano no puede convertirse en bombero. El PP no puede intentar dar lecciones sobre sanidad. Al menos si aún le queda un mínimo de vergüenza.