¿Se equivocó Pedro Sánchez al optar por unas nuevas elecciones, para tener un resultado muy similar a los de los comicios anteriores, incluso perdiendo  tres escaños, pasando de 123 a 120? ¿Fue Pablo Iglesias quien se equivocó al no aceptar un pacto de gobernación con el PSOE aunque fuera sin entrar en el gobierno, para acabar perdiendo también siete escaños, pasando de 42 a 35? ¿Se equivocaron los separatistas catalanes, y en particular ERC, al no dar su apoyo a la investidura presidencial de Pedro Sánchez, incluso impidiendo la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, para que ERC perdiese un par de escaños, ganados por las CUP mientras JxCat ganaba un diputado? ¿Se equivocó tal vez Pablo Casado como presidente del PP, al no aceptar una abstención que permitiera que Sánchez fuese de nuevo presidente del gobierno, como en su momento hizo el PSOE para permitir que Mariano Rajoy continuase siendo presidente del gobierno, con todo cuanto ello ha comportado de gran crecimiento de la ultraderecha de Vox?

Está muy claro que quien se equivocó por completo fue Albert Rivera y Ciudadanos, que se han pegado un batacazo histórico, comparable solo tal vez con aquel que llevó a la definitiva extinción de UCD. Quien quiso competir por el liderazgo de la derecha después de haber abjurado de su inicial apuesta socialdemócrata, pasar fugazmente por un supuesto liberalismo y acabar pugnando con PP y Vox en el terreno ya de la derecha extrema.

También está muy claro el espectacular crecimiento de Vox, sin duda alguna el único partido que ha conseguido un gran éxito electoral este 10-N. Esta ultraderecha nacional-populista, antieuropeista, xenófoba, racista y con una concepción de España unitaria, uniforme y monolítica -“una unidad de destino en lo universal”, como decía José Antonio Primo de Rivera- se ha convertido ahora en la tercera fuerza representada en las Cortes. Gran parte de este crecimiento extraordinario de Vox es atribuible a las fuerzas separatistas catalanas, a su ilegal e ilegítimo reto de la vía unilateral a la independencia y a sus reiteradas actuaciones de extremada violencia verbal y física, con la complicidad activa o pasiva del presidente de la Generalitat y de todo su gobierno, así como del conjunto del movimiento secesionista catalán. Cada nueva hoguera incendiada en Cataluña durante estas últimas semanas ha sido un nuevo escaño para Vox.

Conviene recordar, puestos a hablar de Cataluña, que los tres partidos separatistas han obtenido un resultado prácticamente igual que el 28-A. Pero siguen siendo una minoría, tanto en votos como en escaños: 23 sobre un total de 48. ERC ha vencido a pesar de un retroceso significativo en escaños y casi empatando en votos con el PSC, que ha mantenido sus resultados anteriores sin variación; JxCat ha experimentado un crecimiento que nadie esperaba, pero que es mínimo, y las CUP han conseguido, en su primera concurrencia a unas elecciones generales un par de escaños en el Congreso. En Cataluña las tres derechas -PP, Vox y C’s- solo suman 6 diputados, mientras que los “comuns”, la marca catalana de UP, no ha modificado su posición. Subsiste, por tanto, el cuasi empate técnico entre constitucionalistas y separatistas, con los “comuns” en una cada vez más insostenible e inexplicable equidistancia.

Ante este panorama, ¿qué va a ocurrir? ¿Hay ahora alguna posibilidad para un pacto o acuerdo progresista que permita de nuevo la investidura presidencial de Pedro Sánchez? Mucho me temo que no. Por múltiples razones, entre ellas por incomprensibles cuestiones de egos pero también porque subsisten algunas importantes diferencias programáticas entre los socialistas y UP, por no hablar ya de las existentes con las otras fuerzas que componen el mosaico multicolor de las formaciones progresistas y de izquierdas de toda España, me temo que no hay muchas posibilidades para que prospere un acuerdo o pacto entre ellas. ¿Existe alguna posibilidad para que funcione un pacto de Estado, con una “abstención patriótica” del PP -posiblemente con el añadido de Ciudadanoss? Es posible pero improbable, y en cualquier caso me temo que no iría más allá de una simple investidura, sin garantizar mínimamente la gobernabilidad durante algunos años.

¿Y ahora qué?