La plataforma a Airbnb destinará más de 40 millones de euros en los próximos tres años para desarrollar un programa integral que revitalice el turismo rural en España y contribuir así a la dispersión de los viajeros y a la economía de la mal llamada España vaciada. O esa es la forma bonita de vender la expansión de la especulación a las pocas localizaciones donde aún no ha llegado. La pérdida total de identidad en favor de un circo que no se quede limitado por las grandes avenidas.
El gigante de los alquileres turísticos, que tuvo que dar su brazo a torcer en nuestro país y retirar miles de anuncios ilegales de su página, ha presentado en una rueda de prensa encabezada por el director general para España y Portugal, Jaime Rodríguez de Santiago, este plan de "promoción y revitalización" para pasar de un modelo intensivo, concentrado en pocas ciudades, a un modelo más distribuido por todo el territorio nacional.
La inversión se dividirá en dos grandes programas. En primer lugar, se destinarán 33 millones a la acción rural con dos líneas de actuación: 22 millones en créditos para financiar las reformas de restaurantes o comercios y la restauración de edificios con riqueza patrimonial y otros 11 millones para la renovación de viviendas. En segundo lugar, surge la promoción rural, a la que asignará 12 millones de euros, con el foco en el gastroturismo y en el marketing de destino. “Los pueblos de España reciben una séptima parte del turismo viene de Francia o un tercio del Reino Unido. Está claramente infradesarrollado”, apuntó Rodríguez de Santiago.
Este explicó que la creciente demanda de destinos “poco saturados y cercanos a la naturaleza”, la búsqueda experiencias locales “auténticas” y una mayor conciencia sobre el impacto de los viajes están convirtiendo a los pueblos españoles en destinos muy deseados. “El turismo rural de España está actualmente menos desarrollado en comparación con otras grandes naciones europeas, lo que ofrece una oportunidad única a estos destinos y también para avanzar desde el actual modelo de turismo concentrado hacia uno más distribuido y con mayor dispersión”, expresó Airbnb.
¿Expansión o huida de la legislación?
A comienzos de año, el Gobierno de España anunció que rastrearía todos los pisos turísticos de esta y otras plataformas y para crear unas estadísticas reales sobre su presencia en barrios, grandes ciudades y núcleos urbanos. El crecimiento notable del turismo y la escasez de oferta disponible enquistan y agudizan el mayor de los problemas para Europa en general, y España en particular. Por ello, el Ejecutivo limitó las licencias en las principales ciudades y zonas tensionadas y preparan un sistema que monitorice la oferta de pisos turísticos de manera permanente.
España es un país con más de 8.500 municipios, muchos de los cuáles sufren una despoblación y un vaciamiento cada vez más agudo, se enfrenta a un turismo más concentrado y urbanícola. Y la huida de la regulación puede ser hacia dichas coordenadas. Nuestro país ha recibido, solo en este año, a más de 100 millones de viajeros, siendo el segundo destino favorito del mundo, solo por detrás de Francia. Sin embargo, como comentó la dirección de la propia plataforma, las zonas rurales española reciben siete veces menos visitas que las francesas.
El Ministerio de Consumo ha interpuesto numerosas demandas para anular la oferta ilegal de los núcleos urbanos con la amenaza de fuertes sanciones económicas a Airbnb si no procedían a regularizarla. La más sonada ha sido la lograda ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM), que ha avalado hasta dos veces las resoluciones del Ministerio de Consumo a través de las que instó a la plataforma a retirar 65.000 anuncios de alquiler de pisos turísticos al no indicar el número de licencia ni si el propietario era particular o una empresa.
Tras el endurecimiento de la cartera de Pablo Bustinduy y de la posición del Gobierno en general, Airbnb ha optado por los pueblos y el pasaje rural como ventana de oportunidad para explotar un nuevo modelo de negocio que expanda su especulación y control sobre los arrendatarios.
El riesgo de borrado identitario en la España rural turistificada
La transformación de los pueblos en un parque temático rural es uno de los efectos más visibles de la expansión del turismo especulativo. Lo que antes eran rituales comunitarios, con sentido interno y ritmo propio, empieza a moldearse al gusto del visitante. Fiestas patronales que históricamente se celebraban en torno a la cosecha o a hitos religiosos se desplazan de fecha para coincidir con puentes y temporadas altas; romerías que duraban todo un día se condensan en dos horas para que entren en la programación de una excursión organizada; incluso los trajes tradicionales se “actualizan” para resultar más fotogénicos. El resultado es una representación folclórica empaquetada para consumir, donde la comunidad deja de celebrar para empezar a actuar.
Este proceso no es inocuo: convierte las tradiciones en productos turísticos y relega a los vecinos al papel de extras en su propio territorio. Allí donde tres generaciones compartían rituales, ahora se repiten coreografías diseñadas para atraer clics y asegurar la rentabilidad del evento. Las fiestas ya no responden a la memoria colectiva, sino a la demanda de una “experiencia rural auténtica” que, paradójicamente, vacía de autenticidad el propio acontecimiento. Lo que antes cohesionaba a la comunidad ahora la desdibuja.
A este fenómeno se suma un riesgo mucho menos visible, pero igual de profundo: la homogeneización cultural. La llegada de inversores externos, marcas de gestión turística y plataformas globales empuja a los pueblos a replicar un mismo modelo de atractivo: brunch rural, rutas “instagramables”, mercadillos artesanales calcados entre municipios y casas reformadas con un interiorismo que podría estar en cualquier capital europea. Cada localidad empieza a parecerse más a la anterior, como si la singularidad fuera una molestia que dificulta la venta del destino.
Esta uniformidad forzada provoca que las diferencias culturales —de lenguaje, de gastronomía, de historia, de costumbres— se limen en favor de una estética estándar que funciona mejor en el mercado. El visitante cree encontrar autenticidad, pero se le entrega una coproducción turística diseñada para ser reconocible, cómoda y homogénea; una especie de catálogo de “lo rural” sin matices ni aristas. Así, lo que durante siglos distinguió a un pueblo de otro —sus palabras propias, sus sabores específicos, sus relatos locales— queda subordinado a un guion común que solo busca que todos los destinos encajen en la misma fotografía.
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