Siempre sentí un profundo respeto por los artistas del Circo. Trapecistas, magos, domadores, payasos… Nunca olvidaré cuando tuve la suerte siendo bien pequeña de conocer las caravanas y las entretelas del Gran Circo Mundial. A penas levantaba unos palmos del suelo y tuve la experiencia que casi cualquier niño querría: subir en el lomo de un elefante. Graciela, la hermana de mi tía, me llevó a su camerino, vi cómo se maquillaba y cómo se preparaba para después volar entre trapecios. Pocos recuerdos se pueden tener tan nítidos como aquéllos: con lentejuelas brillantes, exagerados maquillajes, disfraces de payaso, el olor del serrín y la arena en el suelo.

Si no fuera porque tuve la suerte de que me hicieran una foto montada sobre el elefante, nadie habría creído todas las cosas que conté el lunes siguiente en el colegio. De hecho, a pesar de la foto, hubo quien insistió en decir que lo que yo contaba era mentira. A tal punto llegó la anécdota, que la mamá de una niña de mi clase se plantó -sin pelos en la lengua- en la tienda de mi madre para decirle que su hija (o sea, yo), era una fantasiosa. Que estaba llenando la cabeza de pájaros y cuentos a mis compañeras. Que mis mentiras llegaban a tal extremo como para ir contando que tenía una tía trapecista y que había montado en elefante.

No vi a mi madre responder, pero cuando llegó a casa y nos lo contó, su sonrisa brillaba: "Qué a gusto me he quedado cuando le he dicho a la señoritinga que efectivamente, lo que contaba Beatriz en el colegio era verdad; que la hermana de su tía es trapecista en el Circo, que ha montado en un elefante y que ha vuelto entusiasmada". Y yo me sentí feliz al ver a mi madre cerrando las bocas envidiosas de las mentes planas…

Quién me iba a decir que aquéllos sueños que yo tenía con cinco años se harían realidad de alguna manera. Por aquél entonces yo quería, cuando fuese mayor, irme con el Circo. Y sin poder esperarlo, me he encontrado dentro de uno.

Salvo alguna diferencia (no hay serrín ni arena por el suelo), todo es bien similar. Se encienden las luces y comienza la función.

El objetivo es entretener a la gente; la excusa, supuestamente informar. Y como hay que mantener la atención del espectador, ya que en cualquier momento pueden cambiar de circo, hay que asegurar que las cosas que se cuentan -y cómo se cuentan- generen sorpresa y, de algún modo, morbo, que siempre garantiza entretenimiento.

Cuando yo era pequeña el circo era el de la carpa, el de Graciela; y cuando llegábamos a casa mis padres veían programas donde se debatía, se respetaban los turnos de palabra y los contertulios tenían un nivel de formación (y sobre todo de educación) que hacía que escucharles fuera todo un ejercicio de aprendizaje. No hay más que buscar ahora vídeos de programas como La Clave, por ejemplo. O leer alguna página de algunos periódicos de aquél momento: nunca estuvieron libres de ser títeres de intereses superiores, pero en el fondo y en las formas cuidaban mucho el estilo y respetaban al lector y al espectador. Como los políticos de la época, que, más allá de su ideología, daba gusto escuchar por el cuidado en sus palabras y el contenido en sus mensajes.

Ahora el circo ha entrado en nuestras casas: no hay rigor. Tratar de ver un debate o tertulia es un ejercicio de paciencia. Los políticos han salido como una parte más del espectáculo y se confunden los mensajes y la intención. No tratamos de entretener, no tratamos de sorprender. Pero cada vez es más difícil no separarse de tanta lentejuela y esperpento. No se imagina el lector lo que significa participar en uno donde por mucho que se intente argumentar y llegar a plantear una opinión los tiempos vienen cortados, las preguntas muchas veces malintencionadas, y en los casos más extremos, los debates se llenan de insultos y acusaciones falsas contra quienes pensamos de cual o tal manera. Lo que debería ser un debate de ideas para generar opinión pública se convierte en una suerte de escarnio, promovido por los que, además, cobran suculentos sueldos por hacer semejante teatro y jamás se retractan de las barbaridades que dicen. (¿A quién se deben estos señores?)

Jamás he cobrado un sólo euro por participar en una tertulia televisiva, ni de radio. Siempre he estado disponible para acudir donde se me ha invitado -cuando la agenda lo ha permitido- (sin sectarismos, tanto a cadenas de una marcada línea ideológica como de la contraria). Creo que es una oportunidad dar a conocer lo que pensamos quienes nos comprometemos en la política, y desde el respeto y la tolerancia he procurado siempre contribuir a debates que generasen distintos puntos de interés para el espectador.

Sin embargo he podido comprobar cómo hay quien acude a estos lugares con el afán de vanagloriarse y hacer caja. Aumentar la tensión y generar un clima conflictivo a base del insulto, la palabrería y la demagogia. En definitiva, tomarle el pelo a la gente: porque el que se supone que es periodista es en realidad un difamador que ni si quiera contrasta las fuentes; el que se supone que pretende promover la revolución y muerde al sistema pasa por caja y cobra por cada mensaje incendiario (criticando a los que cobran sueldos por ejercer sus funciones); y al final, quienes ven estos programas terminan por no llevarse nada en claro, más allá de simpatías y odios sin fundamento.

Cuando vuelves del circo y le cuentas a la gente cómo funcionan estas cosas, igual que la madre de mi compañera del colegio, no se lo quieren creer. Si yo les cuento quiénes toman café amigablemente antes de entrar en directo, cómo se preparan algunas intervenciones, o cómo se sabe de antemano que la audiencia subirá o bajará a golpe de insulto o descalificación -que luego será vista en internet cientos y cientos de veces- seguramente no quieran creerlo. Porque usted, sin ir más lejos, sintonizando ese programa contribuye a mantener lo que precisamente critica cada día.

No hay nada más democrático que elegir lo que uno consume en cuestiones de información. Como igual de sencillo es no acudir a este tipo de programas para no fomentarlos. Otra cuestión es atreverse a dar el paso, como casi todo lo que merece la pena en esta vida.

Beatriz Talegón es presidenta de Foro Ético
@BeatrizTalegon