La Crida Nacional per la República va camino de ser un golpe de efecto limitado a los más fieles legitimistas. Sin más consecuencias políticas que reafirmar a ERC en su estrategia particular y alarmar un poco más al PDeCat, temeroso desde hace tiempo en que al fin y al cabo el nuevo movimiento no tenga más objetivo que el de substituirlos a ellos. Está por ver, porque de momento, la asociación-partido de Carles Puigdemont ha congelado sus planes electorales propios para compartir candidaturas municipales con la vieja Convergència. Las proclamas de unidad, como mínimo para asaltar el gobierno municipal de Barcelona, resistieron menos de 24 horas. ERC, el candidato de la ANC, Jordi Graupera, y la CUP las desecharon sin demora. Y en el conjunto del espacio independentista, donde eran tres, ahora ya son cuatro. 

La asociación-partido de Puigdemont no es una formación política de carácter ideológico, es una plataforma de marketing político, de carácter transitorio al servicio de una determinada estrategia fundamentada en una especial percepción de la realidad catalana que no comparte ni siquiera ERC en estos momentos. De su ponencia política se deduce que la vida empezó el 1-O, que este periodo de excepcionalidad en la vida de Cataluña solo puede finalizar con la proclamación de la República Catalana y que este objetivo debe alcanzarse de forma pacífica, democrática y dialogante, salvo que no pueda ser de esta forma y haya que recurrir a la acción unilateral. La Crida se disolverá al día siguiente del evento histórico, según las previsiones de sus fundadores.

La definición oficial de este instrumento político al servicio exclusivo de Puigdemont es la de un movimiento político de amplio espectro, transversal y electoral. En realidad, a tenor de las reacciones casi instantáneas de su competencia en el ámbito independentista, es una agrupación de militantes y dirigentes ampliamente coincidentes en la creencia de un presidente legítimo desposeído de sus poderes por el Estado español mediante el 155 y mantenido lejos de casa por la falta de interés de sus socios de ERC en desobedecer al Tribunal Supremo para investirlo de nuevo.

La asociación-partido de Puigdemont no es una formación política de carácter ideológico, es una plataforma de marketing político

La Crida se intuye como un aparato político-mediático pensado como salvaguarda del protagonismo de Puigdemont, siempre amenazado por el paso del tiempo y la recuperación de la normalidad institucional en Cataluña. Algo parecido al Consell de la República, instalado en Bruselas, constituido a bombo y platillo y reducido a la más completa inactividad desde el día siguiente. Uno y otro caso comparten también la dificultad de cumplir con las previsiones de adhesión popular, quedándose de momento muy lejos de los cálculos iniciales para garantizarse una financiación suficiente.

La incorporación de unos pocos dirigentes provenientes de otras fuerzas políticas es el único éxito obtenido en la supuesta movilización transversal. Dos ex consellers del PSC, dados de baja hace años (Marina Geli y Ferran Mascarell), un alcalde de ERC que tendrá que darse de baja de su partido bien pronto al no estar permitida la doble militancia en el partido de Junqueras (Josep Andreu, de Montblanc), el expresidente de la ANC, Jordi Sánchez, y el ex alcalde de Cerdanyola por IC, Antoni Morral, todos ellos integrantes ya de las listas de JxCat, conforman el amplio espectro buscado por los fundadores. Lo que hay en la Crida son muchos militantes y dirigentes del PDeCat, comenzando por Carles Puigdemont.

La inexistencia de un programa ideológico favorece la coincidencia en la dirección de ex militantes socialistas de la familia soberanista y veteranos comunistas como Morral y Jordi Sánchez con multitud de militantes de la derecha catalanista de CDC. La incorporación de Sánchez es, sin duda, la más relevante. Su experiencia como dirigente político, que se remonta a otra Crida, la Crida a la Solidaritat en Defensa de la LLengua, la Cultura i la Nació Catalanes de los años 80 y 90 del siglo pasado, y su condición de procesado por el Procés, acusado de rebelión por su condición de líder de la ANC sin haber formado parte del gobierno de Puigdemont (al igual que Jordi Cuixart, de Òmnium), le equipara popularmente en proyección a Junqueras, ahora y más adelante.