El presidente de la Generalitat ha celebrado el aniversario de las elecciones del 14-F con un discurso solemne que a falta de un balance de gestión para glosar ha dedicado a reinterpretar el catalanismo político a su conveniencia. Pere Aragonés sigue enrocado en sus dos grandes mantras estrenados en la investidura que ha ido puliendo con el paso de los meses, a saber: en Cataluña existe una inmensa mayoría que comparte los consensos predicados por el soberanismo y la negociación con el gobierno español es la vía que traerá la independencia.

El catalanismo visto por Aragonés coincide en parte con el de siempre (nación, europeísmo, defensa de la lengua, país de acogida y oportunidades de progreso), introduciendo una renuncia y dos novedades. La renuncia es substantiva porque modifica el sentido mismo del catalanismo. Según el presidente de la Generalitat, el nuevo catalanismo debe abandonar la vieja idea de participar en la modernización de España porque España no tiene remedio. Las novedades son dos. La primera consiste en incorporar los ítems del feminismo y el cambio climático; la segunda, la reclamación de la amnistía y la autodeterminación para asegurar la opción independentista.

Aragonés viene repitiendo que esta concepción renovada del catalanismo político reúne los consensos compartidos de una inmensa mayoría de catalanes; sin embargo, tal inmensidad no parece incorporar a casi la mitad del Parlament, comenzando por el PSC, el primer partido de la cámara. Son los consensos que supuestamente comparten los soberanistas, habitualmente confundidos con la “Catalunya sencera” que Aragonés ha adoptado como lema de su mandato. De hecho, uno de los integrantes de la mayoría parlamentaria, la CUP, ni siquiera asistió a la conferencia en señal de protesta por la falta de brío independentista del propio Aragonés.

Salvador Illa sí que asistió al acto celebrado en la sede del MNAC. El líder del PSC viene alertando, en consonancia con lo repetido por el presidente del gobierno Pedro Sánchez, que la Mesa de Negociación no alumbrará ningún referéndum de autodeterminación, justamente el segundo mantra fundacional del discurso de Aragonés. El presidente catalán ratificó en su conferencia su ilusión de que la negociación es la vía adecuada para alcanzar la independencia porque esta negociación ara inevitables la amnistía y la autodeterminación. De sus palabras se desprende que el gobierno de Sánchez puede negociar el cómo y el cuándo, pero no el qué, siendo el qué el referéndum.

Esta ilusión no es compartida, como es sabido, por Illa y Sánchez, pero tampoco por Carles Puigdemont y Laura Borràs, entre tantos otros dirigentes de Junts o la CUP. La presidenta del Parlament es a día de hoy quien más y mejor contraría al gobierno de Aragonés, bien sea por su parodia de desobediencia en el caso del diputado de la CUP inhabilitado o sea por su participación en la manifestación desaconsejada por el departamento de Interior. El conseller se atrevió a forzar un cambio de escenario de la protesta independentistas después de 850 días de cortes de circulación en la Meridiana. Los organizadores (con la ANC al frente) se negaron a ningún cambio, obteniendo el apoyo de Borràs y unos cuantos diputados de Junts.

Aragonés pasó de puntillas sobre los desplantes de Junts o la ausencia de la CUP, limitándose a pedir que los independentistas dejen de observarse de reojo para ver quien es un héroe o quien es un traidor y recuperen la unidad de acción que tanto teme el estado, según su percepción. A su juicio, los indultos fueron consecuencia de la presión popular. Al gobierno de Sánchez le exigió valentía para hacer una propuesta política que satisfaga sus aspiraciones de celebrar un referéndum, advirtiéndole que mantener el bloqueo de la vía de la negociación es una señal cierta del advenimiento del