Luis Bárcenas viajó a Suiza al menos 15 veces entre 2001 y 2005 para ingresar casi dos millones y medio de euros en su cuenta del Dresdner Bank. Son datos que las autoridades de ese país remitieron al juez Ruz mientras realizaba la instrucción del caso Gürtel, pero el ex tesorero del PP tuvo que viajar al paraíso bancario en muchas más ocasiones. Él afirmó que visitaba el país en su calidad de "experto alpinista", algo que seguramente fue (hay fotos que lo corroboran) pero que compatibilizó muy bien con su escalada en solitario hacia las más altas cimas de su fortuna personal.

Teniendo en cuenta el modus operandi, los 47 millones de euros que se calcula llegó a tener en Suiza debieron dar para muchos viajes, pero la información remitida por las autoridades helvéticas solo deja constancia de unas pocas entradas y salidas del ciudadano Bárcenas, con pasaporte español, en la ciudad de Ginebra. Una opacidad que forma parte del secreto bancario, sacralizado en ese país, y que tantos quebraderos de cabeza crea al resto del mundo a pesar de haberse suavizado algo en los últimos años.

"Alerta dictador"

Transparencia, mucha más transparencia es lo que hace falta en Suiza y así lo ha entendido el periodista François Pilet, creador de "Alerta dictador", un proyecto cuya parte visible es una cuenta de Twitter que avisa del paso de alguno de esos indeseables por la ciudad de Ginebra. El sistema es sencillo: alguno de los aficionados a la aviación que pasan las horas muertas en los aeropuertos en busca de modelos raros avisa de la llegada de los que proceden de países registrados como "autoritarios" en la lista de países democráticos publicada por el semanario The Economist. Su información se completa con un sistema de vigilancia del tráfico aéreo que permite conocer la posición de todos los aviones que entran y salen del aeropuerto de Ginebra.

Y ya solo queda decir "Voilà", porque la información aparece automáticamente en forma de tuit en @GVA_Watchers. En seis meses de funcionamiento han alertado de sesenta entradas o salidas y han seguido el rastro de más de 80 aviones procedentes de países considerados dictatoriales como Azerbaiyán, Qatar, Rusia, Arabia Saudí y Bahrein.

El origen de la historia se encuentra en uno de los peores dictadores de nuestros días, nada menos que Teodoro Obiang Nguema, que en abril de este año volvió a ganar las elecciones en Guinea Ecuatorial con casi el cien por cien de los votos. El periodista suizo investigó los viajes del autócrata a partir de una información, obtenida por otro medio a través de los aficionados ginebrinos a los aviones, en la que se denunciaba la impunidad con la que Obiang esquivaba la prohibición que pesa sobre los aviones ecuatoguineanos de sobrevolar el espacio europeo. Y ello gracias a Suiza.

Según esa información, a pesar de las investigaciones abiertas por corrupción en Estados Unidos, Francia e incluso en Suiza, los aviones privados del dictador hacen la ruta Malabo Ginebra a un ritmo frenético gracias a sus especiales contactos diplomáticos. A Obiang le han incautado de todo: millones de dólares, villas en Malibú, un jet privado, un Ferrari y hasta una colección de recuerdos de Michael Jackson que pertenecía al vástago Teodorín. Pero esos viajes a Ginebra, donde continúa siendo bien recibida la familia al completo, son la muestra de que una buena parte de los beneficios del petróleo de Guinea Ecuatorial, donde la pobreza es abyecta y la represión cotidiana, acaban en las cuentas opacas de los bancos suizos.

Tanto Obiang como los patriarcas de las dictaduras que aparecen en el listado de The Economist pueden ser identificados y sus viajes a Ginebra registrados, denunciados e investigados, pero el mundo está lleno de corruptos y presuntos corruptos menos conocidos, como Bárcenas, a los que resulta más difícil detectar.

El siguiente paso, por tanto, sería situar ojeadores en las puertas de salida de pasajeros de los aeropuertos suizos convenientemente armados de fotografías de personajes como él. Y ya que Suiza ha aceptado facilitar información sobre ahorros bancarios de residentes en la Unión Europea a partir de 2018, en lugar de aficionados a los aviones en las terrazas de los aeropuertos, deberían ser sus propios funcionarios los que, mientras llega ese momento, se ocuparan de esa labor. Es una sugerencia.