Me parece que no exagero si afirmo que de lo que suceda el próximo viernes 21D en Barcelona con motivo de la celebración de un Consejo de Ministros depende, tal vez de forma decisiva, si se avanza o no hacia una salida dialogada al grave conflicto planteado por el secesionismo catalán. En este sentido, pues, se trata de una jornada que puede acabar siendo trascendente. Puedo serlo incluso más allá de lo que suceda acerca de este importante conflicto, sin duda alguna el más grave problema de Estado al que se ha enfrentado España desde hace ya cuarenta años, desde la existencia de la Constitución de 1978. Porque, según lo que ocurra el próximo viernes 21 de diciembre en Barcelona, puede producirse en nuestro país una ruptura política e institucional de consecuencias imprevisibles a corto, a medio e incluso a largo plazo.

Todas las fuerzas políticas, tanto las específicamente catalanas como todas las del resto de España, así como las organizaciones sindicales y patronales, los agentes económicos y financieros, los medios de comunicación y, en general, toda la ciudadanía preocupada por nuestro futuro colectivo inmediato, tienen ya la atención puesta no tanto en lo que acontezca en el interior del histórico palacio barcelonés de la Llotja de Mar y lo que allí apruebe el Consejo de Ministros presidido por Pedro Sánchez, sino en todo cuanto que suceda en el exterior de este céntrico edificio de la capital catalana antes, durante y después de la celebración de esta reunión.

Si se confirman los negros vaticinios de quienes esperan -los unos con temor, los otros con indisimulado deseo- que se imponga la violencia anunciada por los sectores más extremistas y radicales del separatismo -ahora no se trata ya de los jóvenes de Arran sino de los CDR, la Bandera Negra y los GAAR, entre otros grupos que defienden, preconizan y practican todo tipo de acciones violentas de intensidad más o menos baja-, es más que probable que salten por los aires, tal vez de forma definitiva, los ya muy escasos puentes de diálogo que todavía existen entre los gobiernos presididos por Pedro Sánchez y Quim Torra.

Se me hace muy difícil pensar que los sectores secesionistas más extremistas acepten y acaten sin más las llamadas al orden que estos últimos días se vienen formulando desde el mismo Gobierno de la Generalitat, por parte del propio Quim Torra y también por parte de las dos grandes fuerzas parlamentarias independentistas, los dirigentes políticos y sociales en prisión preventiva desde hace más de un año y las dos principales asociaciones y entidades separatistas. A pesar de la indudable existencia de estas recientes llamadas a la movilización cívica y pacífica, lo cierto es que con anterioridad se había excitado tanto las emociones y los sentimientos que dan base y sustento al extremismo y que ahora parece imposible que quienes actuaron a la manera de apasionados pirómanos puedan llevar a cabo unas labores eficaces como bomberos.

En realidad arden en deseos de que la ciudad de Barcelona sea, el próximo viernes 21 de diciembre, escenario de toda clase de incidentes violentos que requieran o exijan la respuesta proporcionada

Mientras PP y Ciudadanos, ahora con el añadido de Vox, siguen exigiendo la aplicación urgente en Cataluña del artículo 155 de la Constitución, ahora con mucha mayor intensidad, contundencia y duración, las escasas voces sensatas que en las filas del separatismo catalán sostienen que cualquier intento de solución pasa de modo inevitable por el diálogo y la negociación, pero por desgracia son muchas más las voces del secesionismo que han apostado por aquello tan raro y siniestro del “cuanto peor, mejor”.

En lo que puede ser una más de sus muchas ensoñaciones mágicas, todas ellas sin conexión alguna con la realidad social de la Cataluña actual, tanto desde Waterloo como desde la misma Cataluña tal vez piensan que con la sustitución de Pedro Sánchez por Pablo Casado el irredentismo podría ampliar su ahora ya muy importante base, que a pesar de todos los pesares, y a pesar de ser como es tan notable, sigue sin superar la barrera del 47 o 48% de los votos, sin llegar siquiera a ser una mayoría raspada en la sociedad catalana.

Yerran todos los que lo fían todo a la voladura de los pocos puentes que siguen aún en pie. Yerran los que, en Madrid, en Barcelona o en cualquier otro rincón no ya de España sino de todo el mundo, incluso a pesar de que lo nieguen en público e incluso en privado, en realidad arden en deseos de que la ciudad de Barcelona sea, el próximo viernes 21 de diciembre, escenario de toda clase de incidentes violentos que requieran o exijan la respuesta proporcionada de contundentes reacciones policiales. Unos y otros ansían, aunque no puedan reconocerlo, que haya víctimas, que haya muertos. Una vez más, como en tantas otras ocasiones en la historia, los extremistas de un signo y otro coinciden. Unos y otros son intolerantes. Unos y otros justifican cualquier tipo de medio para alcanzar su objetivo.