Bajo la apariencia de sencillez y de biopic histórico al uso de The Imitation Game se esconde en realidad una película ambiciosa y nada al uso aunque en un primer momento podamos tener esa sensación. Dirigida con elegancia, gusto y buen pulso por el noruego Morten Tydum, quien en 2011 realizó la nada desdeñable Headhunters, con un Benedict Cumberbatch imponente en su composición de Alan Turing, acompañado por un elenco extraordinario en el que destaca Keira Knightley y con la música de quien quizá sea el mejor compositor del momento, Alexander Desplat, The Imitation Game se alza como una de las grandes sorpresas del momento, una película magnífica.



The Imitation Game juega con tres géneros y tres tiempos narrativos. La historia se mueve entre comienzos de los años cincuenta, cuando roban en casa de Turing y este se niega a denunciar el suceso, lo cual conduce a un policía a investigar la posibilidad de que Turing sea un espía, saliendo a la luz otro tipo de cuestiones. Desde ese instante, la historia retrocede a la Segunda Guerra Mundial cuando Turing entra a formar parte del selecto equipo encargado de buscar la manera de descifrar Enigma, la máquina de encriptación que usaban los nazis para transmitir órdenes e información. Y, por última, desde ese punto narrativo, se retrocede a la infancia de Turing durante su estancia en un colegio en el que además de ser víctima de sus compañeros, conocerá a Christopher cuya relación marcará en gran medida muchos elementos de su futuro además de ser, quizá, el detonante para que Turing descubriera su homosexualidad.



Con un juego temporal tan típico como funcional y efectivo para construir la película, The Imitation Game utiliza el mismo para ir adentrándose no solo en la historia y en sus diferentes capas, sino sobre todo en un personaje complejo al que, como él a Enigma, la película intenta descifrar. En su esencia, la película es un thriller en varios sentidos: alrededor de la investigación y sus diferentes problemáticas, alrededor del propio Turing en busca de descifrar su personalidad y sobre una época y sus contradicciones. Pero es también un melodrama histórico, para nada desaforado, en torno al personaje de Turing y, en menor medida, de Joan Clarke (Knightley), una brillante matemática que debe superar los convencionalismos de la época. A esto se debe añadir que todo lo concerniente a la infancia de Turing se ajusta a la perfección, incluso en su brevedad, a esas narraciones tan británicas de colegios e infantes pálidos y lánguidos. Ideas que Graham Moore en el guion (a partir del libro de Andrew Hodges) y Tyldum en la dirección, mezclan en una compleja obra que no esconde su condición de biopic, pero que tampoco pretende ser exactamente un biopic: no parte de la idea de desvelar absolutamente todo sino que asume la imposibilidad de hacerlo, centrándose en unos elementos particulares de la vida de Turing y de su personalidad, evidenciando de este modo la complejidad del personaje.



Todos estos registros narrativos y la compleja aunque clara estructura compuesta por flashbacks y flashforward, acaban dando forma a una película construida a modo de juego de espejos en el que lo personal se enfrenta o se mira en lo general. Así, por ejemplo, resulta curioso, o no tanto, que Turing y Clarke deban trabajar para acabar con el fascismo cuando ambos deben enfrentarse al tradicionalismo opresor de su país, ella como mujer, él como homosexual. De hecho, la película acaba convirtiéndose en una película de terror, de pesadilla humana, cuando Turing, descubierta su homosexualidad, sea condenado a un proceso de castración química que ocasionará que, finalmente, se suicide. De esta manera, la película funciona también como un retrato de la época y del momento, de unos personajes limitados por el conflicto bélico y por una misión secreta. Lo íntimo, lo privado, se dan de bruces con lo general, lo público, en unos personajes que se sienten atrapados pero a la vez fascinados por su trabajo.



Pero The Imitation Game, además, es una película sobre los secretos, tanto personales como de estado, sobre la ocultación y las dobleces. Sobre cómo nada es lo que parece a primera vista y sobre las apariencias. Y así, funciona como la propia caja de Enigma con su narración fragmentada y discontinua que hace de ella una obra de aspecto clásico pero naturaleza puramente contemporánea, porque opta por la linealidad desde el fragmento, lanzando ideas y sensaciones que van sumándose en un todo lleno de aristas bajo su pretendida sencillez. En definitiva, una película magnífica en su elegante puesta en escena, en sus excelentes interpretaciones y en su apuesta por, bajo el flujo narrativo, ir introduciendo ideas y sensaciones que afloran de manera intermitente hasta conducirnos a un final en el que, aun sabiendo lo sucedido, nos deja el regusto amargo de que un hombre que hizo lo que hizo terminó con su vida debido a las leyes de un país al que ayudó a luchar contra el fascismo, creando una máquina que sería la base para los futuros ordenadores.