Cuando la anciana Taki fallece, su familia encuentra entre sus pertenencias los cuadernos que había escrito durante los últimos meses alentada por su nieto, Takeshi, y en los que narraba su juventud durante los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial, y durante ella, cuando servía en casa de un joven matrimonio. Takeshi comenzará la lectura de los diarios que rememoran aquellos días, regresando al momento en el que la anciana conversaba con su nieto acerca de cada episodio que rememoraba.

La casa del tejado rojo se estructura en varios espacios temporales para ir construyendo un relato sobre la memoria y la subjetividad, sobre cómo los recuerdos de un momento y de una época pueden venir condicionados de manera personal. En este caso, por un sentimiento de culpa que acompañará a Taki durante toda su vida por algo que no hizo y que, finalmente, en el epílogo de la película, su nieto se encargará de resolver.

El veterano cineasta japonés Yôji Yamada, de quien el año pasado pudimos disfrutar de la excelente Una familia de Tokio, magnífico homenaje al gran Ozu, realiza en La casa del tejado rojo un ejercicio de estilo impecable, impoluto en su construcción visual. A partir de unas imágenes que evidencian, sobre todo en la parte desarrollada en el pasado, su carácter de construcción, casi irreal, Yamada quiere llamar la atención sobre aquello que estamos viendo en su calidad de reconstrucción de unos recuerdos que, como en ocasiones Takeshi increpa a su abuela, no se ajustan, o eso parece, a lo que realmente sucedió. Así, Taki va narrando la vida del matrimonio y su hijo para quienes trabaja mostrando una cotidianidad casi ideal que poco a poco se irá rompiendo, aunque solo por parte de la esposa, cuando otro hombre haga su aparición. El relato se centra en lo cotidiano, en lo íntimo, y todos los aspectos contextuales de la época se introducen en la casa de modo externo, no somos testigos de ellos. Tan solo accedemos a la parte de la historia que narra Taki, de ahí la subjetividad del relato.

En La casa del tejado rojo Yamada lleva a cabo un magnífico trabajo narrativo que, sin embargo, adolece de repeticiones y de una larga duración. De hecho, hasta mediada la película apenas parece suceder algo, porque lo que busca el cineasta es el ir creando una sensación de intimidad, confortable, que poco a poco se irá violentando. El ritmo lento que imprime a la acción ayuda a crear esa sensación, pero también acaba ocasionando que la acción se resienta y en determinados momentos la película no avance. De ahí que cuando llegamos al final, de gran relevancia para dar sentido al todo y aportar una nueva idea al conjunto, el espectador pueda estar algo saturado por el excesivo metraje. La casa del tejado rojo exige cierta predisposición y paciencia para, al terminar, poder entender lo que Yamada ha intentado transmitir con su película.

Porque estamos ante una obra compleja y elaborada a pesar de su gran irregularidad y su aspecto visual convencional. Yamada usa el preciosismo visual para, como decíamos, enfatizar la idea de construcción del recuerdo y así hablar de esa subjetividad que apuesta por la intrahistoria frente a la Historia. O bien, aquella como complemento de ésta. Ciertos datos quizá son inamovibles, pero en el recuerdo todo puede ser presentado a partir de cómo se vivió en un momento determinado, a partir de las sensaciones que quedaron entonces y que al recordar surgen de una forma que no tiene que corresponder obligatoriamente con el recuerdo de otra persona. Y cuando esos recuerdos se reproducen en pantalla, la elección de Yamada es la de potenciar su irrealidad, porque es algo que sucedió en el pasado y por tanto ya puede ser recuperado de otra manera que no sea mediante la irrealidad de la reproducción, que el cineasta se ocupa de potenciar para llamar la atención sobre la construcción de la memoria.

Una memoria que abre en varias direcciones, porque al final, cuando el relato de la anciana concluye, han quedado elementos abiertos, teniendo que ser su nieto quien finalmente los cierre. De esta manera, Yamada parece alertar a las nuevas generaciones de la necesidad de revisar su pasado, tanto el íntimo como el general, para comprender su presente.