Desde las primeras imágenes de Sicario queda claro que estamos ante un relato que pasa por la mirada de la agente del FBI Kate Macer (una soberbia Emily Blunt). Según avanza la película, el cineasta canadiense Denis Villeneuve enfatiza en todo momento esa mirada y la eclosión que surge cuando el idealismo de Kate se da de bruces con una realidad violenta y compleja, llena de aristas que en ocasiones van más allá de la legalidad para dar forma a una película compleja que muestra la viabilidad de un cine comercial inteligente, con profundidad y capaz de atesorar en su interior varias capas discursivas.

 

Sicario es una película que aúna a la perfección el thriller, el cine de acción, el drama, el cine político e, incluso, el bélico. Todo ello en un relato portentoso gracias al sentido narrativo de Villenueve, quien, como ya venía haciendo en sus anteriores obras, imprime a la película de un carácter orgánico en su ritmo y en sus imágenes que conduce al espectador de principio a fin con un ritmo vibrante, nervioso. La excelente y atípica banda sonora de Jóhann Jóhannsson –quien ya compuso para Prisioneros otro trabajo magnífico para Villenueve- enfatiza todavía más ese sentido orgánico con unas notas que acompañan y enfatizan las imágenes en un sentido sensorial y anímico, creando un todo emocional apabullante, absorbente, asfixiante que crea un ritmo que avanza con portentosa agilidad.

 

 

 

 

 

No es la película de Villenueve un thriller al uso, pueda parecerlo. El cineasta se plantea un relato sobre cómo miramos la realidad a partir del personaje de Kate, quien va descubriendo cómo su mundo –y sus ideales- se desmoronan ante los hechos. Unos acontecimientos que producen su caída personal en un desarrollo arrollador en el que vemos a Kate convertirse en un manojo de miedos e inseguridad. La película va oscureciéndose en relación con ese derrumbe, lo cual nos hace regresar a la mirada de Kate: es ella quien da sentido al relato más allá de lo que sucede, aunque también, porque no es Sicario una película que pretenda tener la última palabra sobre la lucha contra el tráfico de drogas, sino un intento de mostrar su complejidad y las múltiples aristas que la conforman.

 

 

 

 

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Y lo hace mediante una concepción del relato cinematográfico muy afín a gran parte del mejor cine contemporáneo en el que se apela a la narración, desde una postura clásica del mismo si se quiere, en el que los elementos sensoriales se imponen para, desde la forma, ser el discurso. De esta manera, Sicario se presenta también como una película en cierto modo política en tanto a que busca una mirada hacia la realidad diferente –aunque en un primer momento no lo parezca- y, sobre todo, con un final en el que rompe en muchos sentidos con el relato convencional, un final sombrío y triste, pero consecuente con la historia. Porque no hay resolución inmediata. ¿Y posible?

 

 

 

 

 

Villenueve vuelve a mostrar que se trata de uno de los cineastas más interesantes del cine actual, capaz de aportar personalidad a sus películas independientemente de aquello que relate, siempre atento a la construcción de unas imágenes cuidadas y llenas de sentido bajo lo aparente, lo evidente, creando el discurso mediante la forma y no solo a través de la historia. Sicario es, en este sentido, y en tantos otros, una película formidable que impone al espectador dejarse llevar por ese sentido orgánico que atrapa y que nos conduce a través de un relato en el que la violencia física acaba siendo menos importante, e impactante, que el carácter sombrío de unos personajes que no son más que peones de una realidad dura, corrosiva, oscura.