Los Bridgerton, la serie más vista de todos los tiempos en Netflix hasta la llegada de El juego del calamar, cuya segunda temporada compuesta por ocho episodios está disponible desde este viernes 25 de marzo en todo el mundo, trae una nueva pareja protagonista. Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) mientras busca esposa cae rendidamente enamorado de Kate Sharma (Simone Ashley), la hermana de una de las candidatas con más posibilidades de convertirse en vizcondesa a su lado: una historia de amor imposible bañada por una alta tensión sexual no resuelta y que se hace más y más cansina conforme avanzan los episodios.

De lo que no hay duda es que Shonda Rimes acierta de pleno una vez más recreando todo lo que acontecía en aquella sociedad de la época  de la Regencia. Lo logra con un despliegue  de medios mucho más potente que en su primera temporada -los escenarios, localizaciones, ambientación, vestuario o la técnica y calidad de la imagen son espectaculares- pero, y sobre todo, lo consigue exprimiendo al máximo esa amalgama de personajes secundarios satélites que ya descubrimos en su día y que ahora, exquisitamente engarzados y más maduros, cautivan todavía más. Unos y otros  envueltos en divertidas e ingeniosas tramas sembradas por despiadados e ingeniosos diálogos ensombrecen con creces la tamaña cursilería creada al efecto en torno a la pareja protagonista.

Destacan por encima de todos ellos, además de la reina o la celestina Lady Danburi, Eloise Bridgerton (Claudia Jessie), obsesionada hasta la enfermedad y dispuesta a arriesgar el tipo más que nunca  por descubrir quién se esconde detrás de esa misteriosa Lady Whistledow, que publica los más suculentos chismes de la alta sociedad londinense. Tal y como se desveló únicamente a los telespectadores en la primera temporada, la escritora anónima no es otra que su mejor amiga Penelope Featherington (Nicola Coughlan). Ignorada por los hombres, se las ingenia como puede para no ser descubierta, mientras vuelca todas sus frustraciones en la popular y ácida gacetilla ácida que hace temblar a toda Londres. La actriz y su personaje lleno de matices, ironía, dulzura y amargura conmueven como nunca. Y su madre Lady Featherington (Polly Walker) está más grande, malévola y tendenciosa que nunca en esta temporada.

Eso sí, no busquen tórridas escenas de sexo, porque esta vez no las hay. La tensión principal de la primera temporada no era si el duque Simon y Daphne se amaban o no, sino si podían aprender a comunicarse el uno con el otro, más allá de sus tórridos encuentros sexuales. Aquí es justo lo contrario: Anthony y Kate, que se entienden y pelean divinamente por igual, sufren a la vez una química sexual brutal que no terminan de consumar porque en medio se encuentra Edwina, la hermana de ella, una niñata medio panoli y medio lela, pero firme candidata a casarse por conveniencia con vizconde. Aunque el culebrón protagonista agota, si es cierto que la complicidad entre ambos actores es magnífica: sus miradas, gestos, bailes sensuales divinos y otras tantas ñoñerías y  tonterías en la pantalla harán a buen seguro las delicias de los incondicionales de los Bridgerton.

En definitiva, ¿qué podemos concluir de esta segunda temporada? Mucho más sólida, aunque también menos previsible, que la primera entrega,  Los Bridgerton sigue siendo esa serie amable, romántica y fácil de ver ante la que uno no tiene nada que entender. En líneas generales está mucho mejor construida que la primera entrega, aunque adolece del mismo problema que sacude a todas las series de Shonda Rimes. Los ocho episodios que pasan de la hora se hacen muy largos. Se hubieran digerido infinitamente mejor  en capítulos más cortos.