El nuevo videoclip de Rosalía, Berghain, no es un simple acompañamiento visual de su canción: es una pieza cinematográfica que articula una compleja narrativa simbólica donde confluyen la religiosidad católica, el mito de Blancanieves, el deseo y la idea de redención. Con este trabajo, la catalana parece sellar el inicio de una nueva etapa -más introspectiva, más sacra, pero también más carnal- que dialoga tanto con la tradición barroca española como con la imaginería pop contemporánea.
Una liturgia visual: del deseo al sacrificio
El videoclip abre con Rosalía entrando en una casa cerrada con llave. En el umbral, una fusta y un rosario colgados anuncian desde el principio la dualidad que vertebrará toda la obra: pureza y pecado, placer y culpa, carne y espíritu. Esa tensión se expresa también en la iluminación: la penumbra inicial se disuelve cuando la artista abre las cortinas y deja entrar la luz, un gesto que puede leerse como una metáfora de revelación o despertar.
La primera imagen de impacto es una manzana mordida sobre la mesa: símbolo del pecado original, pero también referencia directa a Blancanieves, arquetipo de la pureza corrompida. Rosalía asume ambas dimensiones: la Eva bíblica y la heroína de cuento. No es la mujer que cae en la tentación, sino aquella que la comprende y la incorpora. Como señaló un usuario en redes, “ya mordió, ya pecó, ya amó”. En Berghain, el pecado no implica culpa, sino conciencia.
El corazón, centro del relato
El corazón -literal y simbólico- articula todo el relato. La artista se somete a un electrocardiograma, al tiempo que intenta reparar un colgante en forma de corazón abollado. Este motivo conecta con el Sagrado Corazón de Jesús que preside su dormitorio: sangrante, atravesado por espinas, pero luminoso. Es una imagen de sufrimiento y amor, de sacrificio y devoción. Rosalía carga con un corazón herido que intenta vender en una joyería, donde un tasador le dice que “no vale nada”. La metáfora es clara: el amor roto, la entrega sin medida, la pureza que se ha perdido en el proceso de amar.
En esta secuencia, aparece de fondo La dama del armiño de Leonardo da Vinci. No es un detalle casual: el armiño simboliza la pureza, y el cuadro representa a Cecilia Gallerani, amante del duque de Milán. Rosalía parece buscar una pureza perdida, consciente de su propio desgaste emocional, de su “corazón roto”.
La mujer y el mito: Blancanieves revisitada
El momento más onírico del videoclip llega cuando Rosalía regresa a casa y la encuentra transformada en un bosque habitado por animales: ciervos, conejos, aves. La escena reproduce los planos de Blancanieves de Disney, pero con una atmósfera inquietante, casi gótica, más cercana a Anticristo de Lars von Trier. El ciervo sangrante, figura recurrente del sacrificio y de la pureza herida, representa un ideal inalcanzable. La protagonista se enfrenta a su propio mito, al ideal femenino que la cultura le impone: sumisa, virginal, inmaculada.
En un momento, el ciervo muta, se deforma, y el sueño se transforma en pesadilla. Es la caída del mito: la pureza absoluta es insostenible. Rosalía, entonces, se transforma en una paloma blanca y negra, símbolo del Espíritu Santo pero también de la aceptación de la dualidad. No se trata de elegir entre la luz o la oscuridad, sino de convivir con ambas.
El azúcar, la inocencia y la oscuridad
Uno de los detalles más sutiles —y más poderosos— del videoclip es el terrón de azúcar que aparece en distintas escenas. Al inicio, representa la dulzura, la inocencia; al final, se disuelve en un líquido oscuro, como si la pureza inicial fuera absorbida por la experiencia, por la vida misma. En otra escena, Rosalía se lleva el terrón a la boca, gesto que sugiere una reconciliación con esa parte de sí misma: no la niña pura, sino la mujer que asume su historia.
El cuerpo como altar: de la pasión al trance
Musicalmente, Berghain refuerza esta lectura. La colaboración con Björk introduce lo que Rosalía describe como una “intervención divina”: la islandesa aparece en el tercio final con una voz casi etérea, como un espíritu que acompaña a la protagonista en su ascenso o liberación. El productor Yves Tumor añade, en cambio, la nota de sombra: su aparición con la frase “I’ll fuck you till you love me” —tomada de Mike Tyson— introduce el deseo como fuerza ambigua, destructora y redentora a la vez.
El resultado sonoro oscila entre la ópera y el techno, entre lo sacro y lo profano. Las cuerdas orquestales evocan una misa barroca, mientras los sintetizadores y los pulsos electrónicos remiten a la atmósfera del club berlinés que da nombre a la canción. El Berghain como templo moderno donde la carne y el espíritu se funden, donde el éxtasis puede ser religioso o sexual, o ambos al mismo tiempo.
Entre lo divino y lo humano
Con Berghain, Rosalía confirma su condición de artista total. El videoclip no busca explicar, sino invocar. Todo en él —la luz, el color, la música, los símbolos— forma parte de un mismo discurso sobre la contradicción humana: la necesidad de aceptar la sombra para alcanzar la claridad. La religiosidad no es aquí una forma de dogma, sino de duda; la belleza no está en la perfección, sino en la herida.
Rosalía no es Eva ni Blancanieves, ni santa ni pecadora. Es, más bien, una figura moderna que reescribe los mitos para devolverles su humanidad. Berghain es un descenso a la oscuridad para reencontrar la luz: una misa pop para el siglo XXI.
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