De Sundance Kid a Woodward, del western crepuscular al thriller político y la épica mínima de la supervivencia: la filmografía de Robert Redford condensa medio siglo de cine estadounidense y sus contradicciones. En estas ocho películas esenciales repasamos cómo se forjó el icono, qué contaban sus personajes sobre su tiempo y por qué su carisma discreto sigue iluminando la pantalla.
Dos hombres y un destino (1969): el fin de la frontera, contado con una sonrisa triste
El encuentro entre Redford y Paul Newman encendió una de las duplas más carismáticas de la historia del cine. George Roy Hill filma un western crepuscular que ya no habla de conquistar territorios, sino de huir de un país que cambia demasiado deprisa para sus antihéroes. Redford es Sundance, pistolero elegante y veloz, mitad amigo, mitad hermano del Butch de Newman. La película combina humor, romance y persecución sostenida hasta un desenlace que es, literalmente, un alto en el tiempo: el célebre “freeze frame” que fija a los protagonistas en su gesto de valentía. Bajo su ligereza hay un lamento por el fin de una forma de vida y por una América que deja atrás a sus rebeldes con encanto.
El golpe (1973): el gran timo convertido en arte mayor
Otra vez con Newman y de nuevo bajo la batuta de George Roy Hill, Redford protagoniza una coreografía de engaños que se despliega como un reloj. Ambientada en la era de la Depresión, la cinta sigue a dos estafadores que preparan una venganza milimétrica contra un pez gordo del crimen. El encanto de Redford se pone al servicio de la trama: cada sonrisa es una puerta abierta a la sospecha. Entre cartas marcadas, apuestas y telégrafos, The Sting es también una lección de puesta en escena, con capítulos visuales que guían al espectador por las capas del plan. Un entretenimiento perfecto… que además ganó el Óscar a mejor película, elevando a Redford a símbolo de elegancia traviesa.
Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972): el hombre solo frente a la montaña
Con Sydney Pollack, Redford redefine el western desde la introspección. Aquí encarna a un exsoldado que decide desaparecer en las Rocosas y aprender a vivir con lo mínimo. La película habla de supervivencia, pero también de aprendizaje moral: cada encuentro, cada decisión —a menudo violenta— tiene ecos que resuenan en el valle. Redford casi no necesita palabras: su presencia basta para transmitir la dureza del entorno y el coste de convertirse en leyenda. En plena resaca de Vietnam, el film se leyó como una fábula sobre el desencanto y el deseo de empezar de cero lejos del ruido.
Los tres días del Cóndor (1975): paranoia de alto voltaje
El thriller político por excelencia de los 70 encontró en Redford al fugitivo perfecto. Es un analista de la CIA que vuelve del almuerzo y halla a su equipo asesinado. ¿Quién le persigue? ¿Por qué? La huida, dirigida con pulso por Pollack, condensa el clima de sospecha de la era posterior a Watergate: agencias que se vigilan a sí mismas, tramas internas, ciudadanos atrapados entre engranajes. Faye Dunaway aporta un contrapunto de fragilidad que se vuelve alianza. Redford construye un héroe cerebral, más lector que pistolero, cuya resistencia no está en los músculos sino en la lucidez para leer el tablero.
Todos los hombres del presidente (1976): periodismo como thriller cívico
En la piel de Bob Woodward —con Dustin Hoffman como Carl Bernstein—, Redford convierte una redacción en escenario de suspense. La película de Alan J. Pakula dramatiza la investigación del Washington Post que derribó a Nixon por el caso Watergate. Es cine de pasillo y de silencio, de teléfonos que no suenan y fuentes que exigen paciencia. Redford aporta seriedad sin solemnidad: un periodista joven que aprende a desconfiar del primer titular brillante y a apostar por el dato que encaja al final. Más que una crónica, es un método: cómo el trabajo meticuloso puede tumbar un poder que parecía inamovible.
Tal como éramos (1973): cuando el amor no basta
Junto a Barbra Streisand, Redford explora un romance atravesado por ideologías y épocas. Él es un escritor guapo, reservado y pragmático; ella, una activista incansable, volcada en la política desde la universidad hasta la era del macartismo. Lo que empieza como un “opuestos que se atraen” evoluciona hacia la constatación de que hay convicciones que no encuentran casa en la misma vida. Redford juega a la contención para que choque con la intensidad de Streisand: dos ritmos, dos mundos, dos formas de estar en el mundo. La balada romántica se vuelve memoria política, y viceversa.
Memorias de África (1985): romance épico con aroma de despedida
El reencuentro con Pollack lleva a Redford a las llanuras de Kenia para interpretar a Denys Finch Hatton, piloto y espíritu libre, contrapunto del personaje de Meryl Streep, una aristócrata danesa que regenta una plantación de café. La película, bañada por la luz y la música, es un romance de distancias: entre clases, entre culturas y entre dos maneras de entender la libertad. Redford compone a un hombre casi aéreo, siempre listo para despegar, al que el amor no domestica sino que define por ausencia. El film arrasó en los Óscar y consolidó la madurez de Redford como presencia serena, capaz de llenar el plano sin un gesto de más.
Cuando todo está perdido (2013): el cuerpo, la voluntad y el mar
A los 77 años, Redford aceptó el reto radical de J.C. Chandor: sostener casi en solitario un largometraje sin diálogos, interpretando a un navegante cuyo velero ha quedado a la deriva. Aquí no hay pasado ni psicología explicada: solo un hombre, un casco que se hace agua y un océano implacable. Redford actúa con la respiración, con el peso de los movimientos, con la melancolía de unos ojos que registran posibilidades y las desechan. La película, áspera y pura, le devolvió al primer plano como artesano del gesto mínimo. Es, quizá, su rol más despojado y, por ello, uno de los más emocionantes.
Elegir ocho títulos obliga a dejar fuera otros esenciales: el Jay Gatsby de The Great Gatsby, el piloto temerario de The Great Waldo Pepper, el alcaide idealista de Brubaker o incluso su villano gris y civil en el blockbuster Captain America: The Winter Soldier. Pero los filmes repasados aquí dibujan con nitidez el mapa Redford: una mezcla de carisma clásico y curiosidad moderna, de icono popular y actor interesado por historias con nervio cívico. Del Oeste a Washington, del estadio al mar abierto, su filmografía como intérprete retrata a un país que duda de sí mismo y, aun así, quiere creer. Y Redford, con su media sonrisa y su mirada a medio camino entre la ironía y la esperanza, fue —y sigue siendo— uno de sus mejores narradores.