Es posible que podamos hablar de una reciente tendencia de Hollywood a resignificar las carreras de actrices que el público creía superadas. También es posible que esta inclinación en la industria sea residual, insuficiente y predominantemente potenciada por mujeres cineastas. Sin embargo, sí es cierto que estos últimos años hemos sido testigos de la recuperación de ciertas intérpretes clave que, taquilleras en su pasado, han vuelto al primer plano en sus cincuenta o sesenta años para reivindicar que siempre han formado parte de esto.
Demi Moore -ganadora del Globo de Oro como protagonista en La Sustancia- y Jaime Lee Curtis -ganadora del Óscar por su papel en la también premiada Todo a la vez en todas partes- ya han dejado titulares al respecto de este “renacer” como actrices en nuevos y desconocidos terrenos por los que a priori, nadie apostaba. También Nicole Kidman o Cameron Díaz han regresado a la cartelera con importantes papeles principales que han ocupado la taquilla. Y, por supesto, también ha sido el momento de Pamela Anderson.
Durante los últimos años, Pamela Anderson ha protagonizado lo que se ha entendido como un claro desmarque de la figura que se le había manufacturado desde la década de los 80. La que fuera el sex symbol por antonomasia del imaginario colectivo hollywoodiense, a sus 57 años, se ha ido desdoblando para resucitar su carrera cinematográfica desde un ángulo distinto e inevitablemente atravesado por el paso del tiempo.
En sus últimas apariciones públicas, la actriz y modelo ha acaparado las miradas de un público acostumbrado a la imagen de antaño por presentarse a algunos eventos con la cara lavada, bajo el objetivo, según declaró la propia Anderson, de “salir del juego” del entretenimiento en el que la expectativa siempre es la juventud inquebrantable, o en su defecto, el esfuerzo por disimular su ausencia.
Una carrera marcada por la polémica
Anderson ocupó su primera portada en la revista Playboy durante el mes de octubre de 1989, y fue entonces cuándo la leyenda empezó a tomar forma, moldeándose de manera definitiva cuando consiguió un papel protagonista en 1992 en un escaparate de tal calibre como Baywatch, la serie que la lanzaría al estrellato mundial e inmortalizaría su rentable imagen a lo largo de cinco temporadas.
Sin embargo, la polémica persiguió a la modelo del momento tras su precipitado y turbulento paso por el altar con Tommy Lee, el músico de la banda de glam metal Mötley Crüe, y con quien tuvo dos hijos en común. El tren de vida del matrimonio paró en seco después de un año, cuando un vídeo sexual de la pareja fue filtrado y reproducido por medio mundo. Fue entonces cuando la faceta Playboy de la actriz sirvió como justificación colectiva para realizar un escrutinio sin miramientos a su cuerpo e imagen pública.
El pacto tácito y social que opera en estos casos decidió que era legítimo exprimir hasta los restos la cinta casera y utilizarla como arma arrojadiza hacia Anderson amparándose en su título popular de sex symbol. Total, ya había mostrado ciertas partes de su anatomía y su reputación ya estaba relacionada a lo sexual. En definitiva, ya "era una guarra" antes, como la misma actriz describiría ante los medios después, explicando lo tremendamente juzgada que fue en base a estos pensamientos generalizados.
Anderson es 'The Last Showgirl'
Esta nueva era que ha visto resignificarse a la figura de Anderson, irremediablemente ligada -o eso parecía- a lo sexual y la superficialidad de toda una industria, ha mostrado su punto de inflexión: The Last Showgirl (2024). El film de Gia Coppola ha recuperado la figura de la modelo y actriz para crear una narrativa paralela a lo cinematográfico. Anderson regresa como protagonista indiscutible en la piel de una bailarina cincuentona y precaria que ve interrumpida su carrera cuándo es expulsada del mundillo a causa de su edad. A raíz de ello, la pregunta de qué hacer a continuación y la abandonada relación con su hija pasarán a ser las mayores preocupaciones en la vida de Shelly, el personaje de Anderson. La película ha sido finalmente el último punto de ruptura con el complejo símbolo que un día representó la modelo, además de su definitivo regreso como actriz.
Más allá de la gran pantalla, Anderson ha destacado por convertirse en una activista por los derechos de los animales, llegando a fundar su propia asociación, The Pamela Anderson Foundation (PAF), en la que se abanderan la lucha contra la deforestación y la promulgación del veganismo entre la población.