Objetivo: Washington D.C. (2019), dirigida por Ric Roman Waugh, retoma al personaje al agente Mike Banning, interpretado por Gerard Butler, en dos títulos anteriores: Objetivo: La Casa Blanca (2013), realizada por Antoine Fuqua; y Objetivo: Londres (2016), de Babak Najafi. Una, por ahora, trilogía dependiente en cada caso del director detrás de cada una y de unas intenciones de producción muy particulares que han ido de más a menos, poniendo de relieve un clara agotamiento del “proyecto”, en gran medida porque Butler evidencia que posiblemente le quede poco tiempo como actor de acción; al menos dentro de los parámetros figurativos que, hasta ahora, habían sustentado algunos de sus papeles.

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Si en la primera entrega se apreciaba, dentro de los contornos del cine de acción, una correcta factura visual elaborada por Fuqua, en la segunda se optaba por una reducción considerable a nivel creativo, pero seguía funcionando el operativo visual puesto en marcha gracias a que se asumía con desinhibición aquello que se tenía entre manos; ahora, en esta tercera entrega, el esfuerzo se rebaja, en términos generales, a un mínimo exponente en el que algunas secuencias denotan una absoluta dejadez creativa alarmante, incluso para las posibles expectativas que se puedan tener ante la película de Roman Waugh. Y a pesar de ello, y de que asume unos mecanismos narrativos y argumentales más o menos previsibles y asentados en esquemas preestablecido, Objetivo: Wahsington D.C. funciona en cuanto más absurda y liviana se vuelve y, ante todo, cuando abandona las subtramas pretendidamente emocionales y sentimentales con las que busca aportar algo de seriedad a algo que no lo necesita.

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Objetivo: Washington D.C., realmente funciona, como lo hacían las dos anteriores, como vehículo para evaluar en los contornos del cine de acción una cierta mirada paranoica hacia los peligros que puedan operar, u operan, en la conciencia norteamericana. Así, si en la primera el enemigo provenía de coordenadas norcoreanas, y, en la segunda, de Oriente Medio, en esta tercera se encuentra en el interior mismo de la Casa Blanca y en las empresas privadas de armamento. A este respecto, resulta sorprendente que la película Roman Waugh parezca alineada con ciertas tendencias ideológicas norteamericanas actuales que perciben en el presidente de Estados Unidos un peligro con respecto a su política, tanto interior como exterior, a la hora de poner en marcha operativos bélicos con fines económicos -los cuales, por otro lado, son los que principalmente suelen estar detrás de ellos- y la oscura sombra de esas corporaciones de producción de armamento y el control político que pueden llevar a cabo para sus intereses.

Un sentido paranoico que tiene bastante menos gracia que en las dos anteriores y que llevaba a sus responsables a, desde la gravedad, rozar cierta insania discursiva. La paranoia persiste, porque, en el fondo, es intrínseco a la mentalidad norteamericana y cada época ha venido marcada de una manera muy particular; pero en el transcurso de tan pocos años, entre cada película de esta especie de saga, resulta llamativa estas variaciones. Al final, Objetivo: Washington D.C. consigue hablarnos más de cierta realidad, a su modo y con sus formas, de lo que cabría esperar de ella. Lástima que a nivel cinematográfico proponga unas formas visuales tan poco, o nada, elaboradas y, en términos generales, bastantes perezosas.