En su vocación por indagar en las entrañas del ser humano, David Cronenberg se sumerge en las miserias y las flaquezas de un grupo de personajes pertenecientes al mundillo de Hollywood.

En un momento dado, Agatha Weiss, la inquietante joven con quemaduras en la piel a quien encarna Mia Wasikowska, da una de las claves que mejor definen el film cuando le propone a Jerome Fontana (Robert Pattinson), el joven aspirante a actor que trabaja como conductor de limusinas, la idea de escribir juntos un guión sobre el incesto, lo que inevitablemente, tal como ella apunta, tendría un toque mitológico, algo ya de por sí inherente en dicha práctica. Una práctica que, como explica a continuación, conoce muy bien, ya que es algo que se ha producido en su familia. Porque Maps to the stars es en realidad una historia impregnada con tintes de tragedia griega en la que David Cronenberg concibe un dramático y cruel fresco sobre la trastienda de Hollywood, haciendo saltar por los aires esa fachada glamorosa con la que se muestra habitualmente aquel mundo, al mismo tiempo que lleva a cabo una radiografía sobre sus mezquindades y sus perversiones.

Una tragedia que incluso posee elementos shakesperianos, porque Maps to the stars es una historia sobre espectros, los que se aparecen, o se creen ver, y esos en los que parece que se van transfigurando sus propios protagonistas, unos seres quienes en su decadencia, tanto personal como artística, se van convirtiendo en un pálido reflejo de aquello que fueron un día. Unos seres que, a pesar de las apariencias y de su idílica existencia en grandes mansiones de lujo o amplias viviendas de diseño, viven estigmatizados por algunos sórdidos sucesos acontecidos en el pasado y al mismo tiempo obsesionados por recuperar o, cuanto menos, mantener ese privilegiado estatus que les ha proporcionado la celebridad.

A Havana Segrand, una inestable actriz madura en horas bajas, y a quien interpreta una soberbia Julianne Moore, se le aparece el fantasma de su madre, antaño una famosa intérprete que murió prematuramente y en extrañas circunstancias en un incendio, en su obcecación por conseguir el papel que aquella desempeñó treinta años atrás en una mítica película y de la que en esos momentos los estudios preparan un remake. Un papel en el que además Havana ve la oportunidad para reflotar su menguado prestigio como actriz.

Pero Havana no es la única a quien se le aparecen fantasmas. También a Benjí (Evan Bird), el de una niña muerta a quien visitó días antes en el hospital, porque él es una estrella de la televisión de trece años de edad cuya carrera atraviesa un momento de declive a causa de sus escarceos con las drogas. Benji, quien también en el pasado estuvo a punto de perecer en un incendio, intenta recobrar su popularidad en la nueva temporada de la sitcom que le catapultó a la fama y que lleva el proverbial título de «Mala niñera». Precisamente, al principio de la película Agatha viste una camiseta con un lema que reza "Yo fui una mala niñera". Sea como fuere, durante el rodaje de aquella, Benji comenzará a sentir celos de un actor infantil cuyo personaje va adquiriendo más protagonismo que el suyo.

Y después están esos otros seres que, sin ser espectros, parecen comportarse como tales. Es el caso de  Christina Weiss (Olivia Willians), quien ha centrado su vida en su hijo Benji, haciendo las veces de manager y quien, fuera de los despachos de los productores o de los sets de rodaje acompañando a su vástago, pasa el resto de su tiempo en soledad entre las paredes de la espaciosa vivienda de arquitectura minimalista donde vive. Y luego su marido, Stafford Weiss (John Cusak), quien a pesar de haberse convertido en un terapeuta de éxito que escribe libros de autoayuda, muestra una gran incompetencia emocional con los suyos. Como también la propia Havana viene a ser un espectro de sí misma en su gran mansión, a pesar de sus visiones y de los tratamientos terapéuticos que recibe, precisamente de Stafford, en su obsesión por prepararse para su papel en el mencionado remake.

Y por último la enigmática figura de Agatha, casi siempre vestida de negro, y siempre con unos guantes largos que le llegan hasta los codos con los que tapa las cicatrices de sus quemaduras. Quemaduras que también han dejado huellas en su rostro. Pero Agatha no solo parece transitar como un fantasma sino que en cierta manera lo es para algunos de los protagonistas de la trama quienes al saber de su llegada a Los Ángeles, su presencia comenzará a desestabilizar su aparente normalidad cotidiana.

A partir de estas pautas Cronenberg concibe un tan complejo como brutal retrato coral haciendo saltar por los aires la aureola mítica que envuelve a la fábrica de sueños. De como esta crea, mitifica y devora después a sus criaturas convirtiéndolas en meras sombras de lo que fueron una vez. Algo que el cineasta canadiense parece enfatizar con esa secuencia de Havana en camisón, defecando en el cuarto de baño de su mansión mientras conversa con Agatha quien en esos momentos trabaja para ella como asistente personal. Una parábola marcada por la decadencia, el incesto, los abusos sexuales, las drogas, los celos o las envidias, las de unos seres desequilibrados, frágiles, extremos, capaces de cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos. Una tragedia en la que los hijos parecen heredar las anomalías de los padres, en la que unos y otros han hecho de su existencia un endeble castillo de naipes sostenido sobre la futilidad de la fama. Es proverbial la presencia en un momento dado, interpretándose así misma, de la casi sexagenaria Carrie Fisher, la que fuera la princesa Leia de la saga de La guerra de las galaxias.

Pero también un grupo de seres con un nexo común en el pasado, el fuego, uno de los cuatro elementos de la naturaleza según los griegos y, a su vez, un ingrediente que posee numerosas connotaciones simbólicas por sus propiedades de transformación y regeneración. El fuego, elemento presente en los rituales de muchas culturas, pues también adquiere el significado de purificación, de energía, ya que «realiza el bien (calor vital) y el mal (destrucción, incendio). Sugiere el anhelo de destruir el tiempo y llevarlo todo a su final» [1]. Algo que en cierta manera parece constatar el desenlace del film.


[1] CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de los símbolos, Siruela, Madrid, 2007, pág. 216.