Pero ese libro no lo conocimos en España hasta el año de su muerte: 2012. Algo había pasado con Crews en este país porque nadie lo publicaba, nadie lo traducía, pese a que prescriptores literarios como Kiko Amat y Chuck Palahniuk no se cansaban de recomendarlo. Fue gracias a la traducción de Javier Lucini (que también es editor y escritor, entre otras muchas cosas) y a la edición conjunta de Acuarela Libros y Antonio Machado que pudimos disfrutar de una de sus obras en 2011: Cuerpo, una sátira sobre el culto a los músculos y una de las novelas más divertidas de la narrativa norteamericana.


Tanto Cuerpo como El cantante de góspel nos convencieron de algo que hoy parece evidente: los elogios no eran desmedidos. Harry Crews es uno de esos autores sureños con una biografía aún más loca y desquiciada que sus propias novelas, un hombre rudo y duro y cuajado de golpes y de cicatrices que siempre resurge de sus propias cenizas y convierte sus desgracias y el universo de chiflados que habita en material puramente literario. Y no sólo lo hace mediante una prosa que tiene la potencia de una patada en el estómago: el tío también es capaz de bañarlo todo de un humor tan saludable que el lector incluso puede soltar algunas carcajadas. Ésa es su manera de aliviar la tensión y la paranoia que el lector recibe tras encontrarse con tantos perturbados entre sus páginas.


Hay escritores que reniegan de su pasado. Con los años se cambian el lugar de nacimiento en las biografías, o varían el año en que vinieron al mundo, o reniegan de los autores que fueron vitales en su formación (todos hemos disfrutado con Stephen King y con Charles Bukowski… pero no todos son capaces de reconocerlo). No sucedió así con Harry Crews: en Una infancia, subtitulado Biografía de un lugar (y con magnífico prólogo, por cierto, de David Bizarro), nos adentra en el entorno en el que vivió, un entorno agreste, muy parecido a las novelas de John Steinbeck y de William Faulkner, con fulanos que duermen con tabaco de mascar metido en la boca, hombres que literalmente mueren de cansancio y en su cama tras años de trabajo durísimo, con gente que jamás bebe agua, familias que cocinan zarigüeyas y luego preparan rituales de enterramiento de los ojos del animal, con chavales que gastan bromas consistentes en introducir bostas de vaca en el interior de una manzana recubierta de mermelada, con tipos que se sacan ellos mismos un diente o una muela sirviéndose de alicates (algo que ya había mostrado el cine: pensemos en Bug o en Aflicción; pero que aquí ocurrió de verdad porque Crews lo presenció con espanto)…


El autor no reniega de su pasado, de sus orígenes de hambre y enfermedades. Y sabe que uno se debe a esos orígenes, que no puedes huir de ellos porque forman parte de tu identidad. Lírico, humorístico, contundente… Así es este libro. Así es Harry Crews, quien, como dijo Álex Portero, hizo el trabajo sucio para convertirlo en alta literatura.