Teresa Cardona (Madrid, 1973) se ha consolidado como una de las voces más personales de la novela negra española. Lo suyo no son los cadáveres descuartizados ni las tramas imposibles, sino crímenes inquietantes por su cercanía. “Mis asesinatos son fáciles, tengo tres por golpes en la cabeza con diferentes armas, y uno muy cruel, por influencia de mi hija, de una muerte por deshidratación, pero tampoco se ve sangre ni vísceras”, nos confiesa en una entrevista con motivo de la publicación de ‘A la vista de todos’ (Siruela), la cuarta entrega de la serie protagonizada por los guardias civiles Karen Blecker y José Luis Cano, ambientada en San Lorenzo de El Escorial.

A ella lo que realmente le interesa es explorar las zonas grises de la moral. “Me importa mucho más el dilema ético que saber quién es el asesino”. Tanto es así que, a menudo, no lo descubre hasta que ha escrito buen aparte de la novela. “Siempre hay varias posibilidades, pero como yo convivo con todos ellos, muchos me caen bien y me cuesta mandarles a Valdemoro o Soto del Real”, asegura.

La pareja protagonista ha ido creciendo a lo largo de la serie, integrada por ‘Los dos lados’, ‘Un bien relativo’ y ‘La carne del cisne’. “Convivo con ellos más que con nadie —afirma—, se meten conmigo en la cama y se levantan conmigo cada mañana”. Blecker, natural de Alemania, y Cano, con su carácter impulsivo, forman una pareja literaria peculiar, muy humana. “A veces se me van un poco de madre. Sobre todo Cano, al que tengo que frenarle”.

¿Qué tiene la teniente Blecker de Teresa Cardona?

La teniente Blecker tiene mucho de Teresa Cardona, aunque aclara que no es su alter ego. La autora también ha tenido que adaptarse a las costumbres españolas. Hija de padre alemán, se mudó a Alemania con apenas 18 años, pero su familia conservó una casa en San Lorenzo de El Escorial a la que acudían todos los veranos. Tras la pandemia, volvió a España y, como su personaje, descubrió que la vida real era muy diferente a la vida en vacaciones. “Conocí un pueblo completamente diferente y como era lo que conocía, decidí ambientar allí mis novelas. Una cosa lleva a la otra, tenía que ser la Guardia Civil quien investigara y, como después de 30 años fuera iba a meter la pata, pensé en una investigadora extranjera”. Para ella es muy importante dar realismo y credibilidad a todo lo que escribe por lo que aprovechó la ayuda que ofreció la Benemérita en la investigación de un atentado islamista en Berlín para idear a una agente alemana de la Europol, que acaba aceptando un destino en España.

‘A la vista de todos’ lleva a Blecker y Cano a investigar la muerte de una mujer en su casa, en lo que aparentemente podría ser la consecuencia de un robo con violencia. Sin embargo, sus pesquisas les llevarán a sitios completamente inesperados y a cuestionarse si la imagen que tenemos de las personas con las que convivimos a diario se corresponde con la realidad.

Portada de 'A la vista de todos' (Siruela), de Teresa Cardona

Tengo que reconocer que esta es la primera novela que he leído de Teresa Cardona y espero pasar el resto del verano leyendo el resto de la obra de una escritora que calificaría de extraordinaria. Esta es su cuarta novela en solitario pero antes había publicado otras dos en Francia, ‘Un travail à finir’ y ‘Terres brûlées’ (publicada en España bajo el título ‘Tierra quemada’). Cuando sus hijos era pequeños estudiaban en el Liceo francés. “Era Alemania, pero vivía en una especie de burbuja francófona, yo trabajaba en la biblioteca del colegio, así que pasaba la mañana hablando francés, leyendo periódicos franceses y comentando política francesa. Por las tardes me conectaba al mundo español con mis hijos, y cuando salía a hacer compras o hablar con los vecinos, entonces entraba en contacto con el mundo alemán”. Aprendió francés en paralelo a sus hijos y acabó como correctora de un relato de uno de sus profesores, Eric Damien, con el escribió a cuatro manos esas dos primeras novelas.  “Harta de la literatura infantil, un día le propuse: ‘Y si matamos a alguien’. Dicho y hecho”.

Teresa Cardona: "San Lorenzo de El Escorial es el único sitio que siento verdaderamente mío"

P.- ¿Por qué decidiste escribir sola después de esa experiencia?

R.- Escribir a cuatro manos es una experiencia muy enriquecedora y divertida: tienes siempre a alguien con quien contrastar ideas, discutir personajes o validar si una trama funciona. Pero también es un proceso lento y lleno de concesiones. En el segundo libro que escribí con mi coautor, discutíamos muchísimo, incluso por detalles tan concretos como si un personaje debía escuchar jazz o música clásica. Él era un entusiasta del jazz y se empeñaba en incluir diatribas que yo sentía que no interesaban a nadie. Yo, que soy bastante germánica en lo mío, acabé pensando: ‘¿Y si escribo yo sola y cuento lo que realmente quiero contar, sin negociaciones?’ Fue un reto enfrentarme por primera vez a la página en blanco sin una segunda voz validando cada paso, pero también una forma de recuperar libertad creativa.

P.- Tus novelas están ambientadas en San Lorenzo de El Escorial. ¿Por qué?

R.- Porque es el único sitio que siento verdaderamente mío. Aunque he vivido muchos años fuera de España, mi familia conservó una casa en San Lorenzo del Escorial, y durante décadas fue nuestro refugio: cuando alguien se ponía malo, cuando había que estudiar, cuando necesitábamos descansar… siempre íbamos allí. Sin embargo, fue durante las estancias en invierno, cuando el pueblo está tranquilo, sin turistas ni prisas, cuando empecé a descubrir realmente cómo era. Conocí a los vecinos, entré en las tiendas, comí el menú del día, hablé con la gente. Esa experiencia me dio la seguridad de que podía describir sus calles, sus ritmos, su gente. Y como si ocurre un asesinato en un sitio así, lo investiga la Guardia Civil, eso marcó también de forma natural la elección de mis protagonistas. Todo fue encajando de manera orgánica: el lugar, el crimen y los personajes.

P.- ¿Karen es tu alter ego?

R.- Tiene muchas cosas mías, sin duda. Es hija de padre alemán, ha vivido fuera, ha tenido que readaptarse a España… Pero no soy yo. Digamos que compartimos una mirada: la de alguien que ha vivido mucho tiempo en el extranjero y que, al volver, se da cuenta de lo distintas que son las cosas, incluso en lo cotidiano. Cosas como “un momentito” o “por la mañana”, que parecen tan claras para todo el mundo, para alguien como yo —o como Karen— resultan ambiguas. En ese sentido, sí que reacciona a veces como me gustaría reaccionar a mí. Pero no la veo como un alter ego. En todos los personajes hay algo de mí, una mezcla entre lo que soy, lo que he vivido y lo que me gustaría ser.

P.- ¿Qué podemos encontrar en ‘A la vista de todos’?

R.- Como todas mis novelas, puede leerse de forma independiente. Me molesta cuando te compras la cuarta entrega de una serie y no entiendes nada porque no has leído las anteriores. Aquí vuelvo a presentar a todos los personajes desde el principio. La historia arranca con la muerte de Maya Vargas, una dermatóloga residente en San Lorenzo del Escorial. En apariencia, es un caso muy sencillo: una madre ejemplar, una gran profesional, un robo con violencia. Pero me gusta llevar al lector más allá: mostrarle desde el principio la vida de la víctima, desde que tiene doce años, para que entienda su recorrido vital, sus contradicciones, sus heridas. El lector sabe más que la Guardia Civil, que va descubriendo todo a través de los testimonios. Y ese desfase —entre lo que saben los personajes y lo que sabe el lector— crea una tensión muy distinta al típico quién lo hizo..

P.- Sueles alternar dos líneas temporales.

R.- Sí, porque quiero que el lector entre en la piel de los personajes, que vea su pasado y entienda sus decisiones antes de juzgarlas. Me interesa más la reflexión ética que el simple ‘quién lo hizo’. No se trata tanto de saber quién es el asesino sino de entender por qué alguien pudo llegar a matar. Mostrar el pasado es una forma de obligar al lector a suspender el juicio rápido y enfrentarse al dilema ético. Me gusta plantear esa pregunta de: ‘¿Y tú qué hubieras hecho?’ Lo aprendí cuando escribimos sobre la guerra de Argelia: era injusto contar una escena de tortura sin dar contexto. Y eso se ha quedado en mi manera de narrar: mostrar qué llevó a alguien a una situación límite.

Los dilemas que planteo me los he preguntado yo misma en algún momento: ¿qué haría yo en esta situación? ¿Cómo juzgarías tú a una madre en los años ochenta que tiene un hijo fuera del matrimonio y no tiene medios para criarlo? ¿O a una mujer que vende pan a los soldados enemigos para que sus hijos coman? Son situaciones límite en las que no hay respuestas simples. Yo no quiero que el lector adivine solo quién mató, sino que se ponga en el lugar de todos los personajes. Que entienda antes de juzgar.

P.- Tus novelas huyen de la violencia explícita. ¿Es una elección consciente?

R.- Absolutamente. No me gustan las vísceras, ni los crímenes escabrosos, ni esos giros de guion basados en una prueba milagrosa de laboratorio que lo resuelve todo a lo CSI. Prefiero una investigación realista, con guardias civiles que preguntan en la farmacia, en la plaza, en el bar del pueblo. Mis crímenes son más bien sencillos: tengo tres muertes por golpes en la cabeza —eso sí, con armas distintas— y uno muy cruel por deshidratación, idea de mi hija. Pero nunca hay sangre ni violencia gratuita. Me interesa mucho más lo que rodea al crimen, la atmósfera, las relaciones humanas, la ética.

P.- ¿Quiénes son tus referentes literarios?

R.- Me encanta Agatha Christie. Una gripe con Agatha Christie es media gripe: te metes en la cama con Diez negritos’ o Asesinato en el Orient Express’ y te curas. También P. D. James, que me parece fantástica. Fred Vargas me gusta, aunque no puedo leer dos seguidos porque cuando se pone esotérica me cuesta. Pierre Lemaitre me fascina —le perdono hasta sus descuartizamientos— y, de hecho, tengo todos sus libros. Pero también soy muy de Camilleri: después de una novela nórdica, donde comen sándwiches de gasolinera, necesito un mediterráneo que abra el horno y encuentre las berenjenas de Adelina. En cuanto a los españoles, admiro muchísimo a Lorenzo Silva, Alicia Giménez Bartlett y, sobre todo, Domingo Villar, cuya manera de retratar a Leo Caldas me parece maravillosa. Y sí, Leo Caldas tiene mucho de Domingo Villar, como Karen tiene algo de mí.

P.- Tus novelas tienen mucho costumbrismo y hasta recetas.

R.- Totalmente. Me gusta mucho cocinar, me relaja. Cuando me atasco con un capítulo, me voy a la cocina, y muchas veces ahí se me desbloquean las ideas. Mis personajes comen lo que se come en San Lorenzo: el menú del día, una caña en el bar del pueblo, unas alcachofas bien hechas… No los veo comiendo ensalada de quinoa ni tofu. Incluso algunos lectores han probado las recetas que aparecen en los libros, como una tarta que prepara Karen o unas setas salteadas. Es una forma más de construir ese entorno realista, cercano, cotidiano. La novela negra puede tener suspense sin dejar de ser profundamente humana.

P.- ¿Cómo es tu proceso de escritura?

R.- Muy disciplinada. Me levanto todos los días entre las 4:30 y las 5 de la mañana. Esas primeras horas del día, entre las cinco y las nueve, son mis favoritas: silencio absoluto, la cabeza despejada y nadie que me interrumpa. Después, el resto del día lo dedico a corregir, releer o documentarme. Y sí, convivo con mis personajes como si fueran de carne y hueso. A veces no sé quién es el asesino hasta pasada la mitad del libro. Me cuesta decidir a quién mandar a Valdemoro o Soto del Real, porque muchos me caen bien. Siempre hay varias posibilidades, y convivir con todos ellos hace que me lo piense mucho antes de señalar a uno.

P.- ¿Seguirás con la novela negra o cambiarás de género?

R.- Por ahora sigo con Karen y Cano. Son ya como compañeros de vida: se meten conmigo en la cama y se levantan conmigo por las mañanas. Mientras sienta que tengo algo que contar con ellos, que sus dilemas éticos me siguen interesando, seguiré escribiendo sus historias. Además, cuanto más los conozco, más posibilidades me ofrecen. Karen, por ejemplo, está mucho más adaptada en esta cuarta novela que en la primera. En el futuro quizá me tiente la novela histórica —me interesa mucho también—, pero de momento no puedo abandonarlos. Sería como deshacerme de dos amigos íntimos. En el futuro quizá me tiente la novela histórica.