Publicada en 2012 en inglés, Ojalá nos perdonen supone el regreso a la novela de su autora, A. M. Homes, transcurridos seis años desde la anterior, Este libro te salvará la vida, con la que tiene elementos estructurales de conexión así como dos personajes en cierto modo similares.


En Ojalá nos perdonen hay dos “cameos” reveladores. En tres ocasiones aparece Don DeLillo, devenido vagabundo; en otro momento, John Cheever aparece como un fantasma, como un espectro. Dos de los más grandes escritores de la literatura norteamericana del siglo XX transitando por las páginas de la novela. Sus apariciones, espontáneas en la narración pero muy calculadas en cada momento, son guiños directos de una autora que sabe de dónde viene y, también, creemos, a dónde quiere llegar.


Si en Este libro te salvará la vida se alejaba en cierto modo de la severidad de su mirada de novelas como El fin de Alice o Música para corazones incendiados, o de gran parte de los relatos comprendidos en The Safety of Objects o Cosas que debes saber, en Ojalá nos perdonen consigue una perfecta unión de ese nuevo camino –en apariencia más amable, más optimista- con esa mirada que impregna toda la obra de Homes hacia la sociedad norteamericana y, sobre todo, hacia esa burguesía suburbial que tanto Cheever como Raymond Caver o Richard Yates, por citar a los dos más reconocibles entre esas llamadas influencias en la obra de Homes, supieron retratar con pasmosa acritud.


Gran parte de las grandes obras norteamericanas, tanto literarias como en otras disciplinas, aparte del tema o temas que aborden, de manera directa o indirecta, acaban teniendo como objetivo hablar de Norteamericana; pueden partir de elementos históricos o mediante la radiografía de asuntos cotidianos, en apariencia pequeños, mundanos, a partir de los cuales construir una imagen más amplia sobre su sociedad, evidenciando que aquella expresión que, como nos recuerda Homes en la novela, acuñó James Trislow Adams en 1931, “el sueño americano”, ha quedado como una construcción social enfermiza, malograda. Homes se adentra en todas sus obras en la trastienda de ese sueño para, en ocasiones, convertirlo en pesadilla, en otras, simplemente para evidenciar sus grietas.


En Ojalá nos perdonen Homes recurre de nuevo a la idea de familia para crear una novela, desarrollada durante un año, en la que su protagonista, Harry, debe de reconstruirse personal y familiarmente desde los restos del naufragio que él mismo se encarga de propiciar. Homes se mueve entre el realismo narrativo más claro y el absurdo, jugando con el ritmo de la historia mediante variaciones, no dejando que el lector se acomode en ningún momento. Su capacidad para mantener la atención durante tantas páginas resulta magnífica gracias a giros argumentales, algunos realmente sorprendentes.


Heredera de ese realismo sucio de los ochenta que, desde el minimalismo expresivo contravenía la opulenta (por fuera) era reaganiana de los yuppies, Homes ha sabido combinar esa herencia con las miradas más coetáneas desde esa “nueva sinceridad” que desde los noventa muchos autores norteamericanos han adaptado. En Ojalá nos perdonen, hay cinismo, sí, pero no ese cinismo posmoderno que se situaba por encima de los personajes y los temas reduciendo todo al absurdo para burlarse antes que para analizar, sino desde un cinismo más satírico, más amargo incluso. Y sin embargo, Homes intenta que sus personajes siempre evolucionen en busca de algo tan sencillo como es intentar hacer el bien, hacer algo bueno. Richard en Este libro te salvará la vida es el anticipo de Harry, un profesor universitario que estudia a Nixon (como ya se ha mencionado en otros sitios, recuerda al personaje de Ruido de fondo, de DeLillo) y que tras haber ocasionado, de una manera u otra, el desastre, intenta arreglarlo, construir algo desde la nada, algo nuevo, algo menos insano. La novela, como su título indica, tiene algo de rogativa, el intento por parte de Harry de contravenir sus propios actos pasados haciendo lo correcto. Pero le resulta complicado, claro está. Se deberá enfrentar consigo mismo, con los demás, con un mundo extraño, superficial pero complejo a la vez, sexualmente intrigante e incluso enfermizo.


Ojalá nos perdonen supone el regreso de una de las grandes escritoras de los últimos años en lengua inglesa, que aunque ahora parece haber perdido acólitos, sigue apostando por una mirada dura e incisiva, sobre todo cuando se escarba bajo la superficie de lo narrado, y por un estilo muy personal y directo, sin ornamentos, pero sin caer en el realismo más ramplón y descriptivo sin más, mostrando que aquello que nos rodea y que creemos consistente y formado, no es sino una construcción ficticia que, cuando se manipula literariamente, acaba evidenciando esa debilidad. Y en Ojalá nos perdonen, Harry, intenta reconstruir su vida cuando es testigo de cómo todo se desmorona con pasmosa facilidad.