La muerte, al comenzar la guerra civil, de José Robles, traductor al español de Manhattan Transfer, es aún hoy un misterio. Se cree que fue fusilado por orden de los servicios secretos soviéticos. Su misteriosa desaparición obsesionó al autor de aquella obra inmortal, John Dos Passos. Sirvió para cambiar su visión del Comunismo y su literatura, y lo enemistó con Hemingway. El documental Robles, duelo al sol, de Sonia Tercero, recupera su figura. Orson Welles afirmó en una ocasión que toda la cultura estadounidense de los años treinta fue de izquierdas. No parece del todo cierto a la vista del historial ideológico de escritores como Ezra Pound o T.S. Elliot, que simpatizaron con la derecha. Pero la Generación Perdida, en la que militaron buena parte de los autores que despuntaron aquellos años, construyó un corpus literario socialmente muy comprometido, exhibiendo las cicatrices de la I Guerra Mundial, la crisis de 1929 y la empatía con la muchos de estos escritores observaron la Guerra Civil española. Fueron bastantes los que se proclamaron de izquierdas y abrazaron, abiertamente, el comunismo, como activistas con la causa republicana en España o en el régimen de la URSS, sintonizando así con una corriente europea similar que lideraban Malraux o Saint-Exupéry. Aunque el idilio no fue eterno. Con el paso de los años, no pocos se confesaron decepcionados con la evolución de las experiencias comunistas que en sus primeros compases les habían despertado admiración. Las críticas por los devenires de la URSS llegaron de las narrativas del inglés Kingsley Amis, en Por qué Lucky Jim torció a la derecha, o en Diario de Rusia, título en el que Steinbeck se limitaba a relatar la vida cotidiana de aquel país, pero acompañándose de unas fotos de Capa muy elocuentes sobre lo precaria que era ésta. También sobre el Partido Comunista español llovieron quejas desde el otro lado del Atlántico. George Orwell, que había resultado gravemente herido en nuestra Guerra Civil, expuso las suyas en Homenaje a Cataluña. Y un caso aparte fue el de John Dos Passos. José Robles, traductor al español de su Manhattan transfer, y que a raíz de este trabajo se convirtió en amigo personal, desapareció al comienzo de la Guerra Civil. Comenzaba así una historia de lealtad y de colisión de dos maneras de afrontar una ideología.

Una muerte sin resolver

Aún hoy, la muerte de José Robles continúa envuelta en misterio. No se sabe a ciencia cierta quién lo mató. No se sabe dónde fue a parar su cuerpo. Ignacio Martínez de Pisón escribió un magnífico ensayo sobre el caso, Enterrar a los muertos, y Sonia Tercero estrenó hace dos ediciones en el Festival de Málaga el documental Robles, duelo al sol también investigando el caso, denunciando la muerte injusta de Robles y de muchas otras personas que debieron morir de manera semejante. José Robles, de origen gallego aunque criado en Madrid, fue pionero en difundir la literatura estadounidense en España, fundamentalmente desde La Gaceta Literaria. Era un habitual de los ambientes intelectuales de la época, donde ejercía de contertulio de Valle-Inclán o Ramón J. Sender. Su versión al español de Manhattan Transfer aún sigue reeditándose, y también transplantó a nuestro idioma Babitt, de Sinclair Lewis, otro interesante título de literatura social. George Packer lo definió en un texto de 2005 en The New Yorker como “un aristócrata de izquierda, pero flexible”. Al estallar la Guerra Civil, se puso al servicio del Gobierno republicano. Y como además de inglés y francés dominaba el ruso -le gustaba leer a Pushkin en su versión original-, le dieron el puesto de intérprete de Vladimir Gorev, asistente en Madrid del embajador soviético y responsable del servicio de inteligencia militar (GRU). Al poco, trascendió que Robles ostentaba el cargo de jefe de prensa extranjera del Ministerio de Guerra con rango de teniente coronel. No mucho después, en noviembre de 1936, lo trasladaron con el resto del Gobierno a Valencia. Una noche en que estaba leyendo uno de los misteriosos relatos de Poe, llamaron a su puerta. Y desapareció para siempre. Según se deduce del documental de Sonia Tercero, todos los indicios apuntan a que Robles fue ejecutado por los servicios secretos rusos, pero se desconoce cuál fue el detonante..

Dos Passos siguió la pista de su amigo

Fue Hemingway quien dio la noticia a Dos Passos de que Robles había desaparecido, cuando ambos autores se reencontraron en España tras conocerse en la órbita de Gertrude Stein, en París. En concreto, coincidieron en el madrileño Hotel Florida, nave nodriza de los escritores y corresponsales extranjeros durante la Guerra Civil (tal como cuenta el libro Hotel Florida que ha publicado la editorial Turner), entonces ubicado en la Plaza de Callao de Madrid. Dos Passos había viajado a España para para colaborar en el guion del documental Tierra española, en el que también participaba Hemingway, que ya estaba aquí, y que tenía como meta convencer al presidente Franklin Delano Roosevelt de que apoyara la causa de la República. Y ya de paso, Dos Passos esperaba tomar unos vinos con Robles, a quien había conocido personalmente en una estancia previa en España, en 1916, adonde el autor de Tres soldados vino a estudiar arquitectura. Tras saber de su desaparición, Dos Passos no dejó de seguir la pista de su amigo. Quería ofrecer a Márgara, la viuda de Robles, también traductora al español de su obra (en concreto, de Rocinante vuelve al camino), una reconstrucción fidedigna de lo ocurrido, y luchó también por el bienestar de los hijos del matrimonio, e incluso se ofreció a adoptar al hijo, Coco Robles, quien trabajó por la República tras la muerte de su padre. En sus pesquisas, llegó a descubrir que había pasado por la cárcel para extranjeros situada cerca del Turia, y que fue ejecutado después de un juicio militar. Para Ignacio Martínez de Pisón, Dos Passos, anarquista y simpatizante de la causa republicana, intuía, tras sus indagaciones, que Robles había sido ajusticiado por orden de los soviéticos bajo la falsa acusación de ser agente doble, aunque en el fondo se ocultaría el miedo del gobierno ruso a que desvelara los desmanes del estalinismo, que conocía de primera mano gracias a su experiencia como intérprete. Un comentario a destiempo podría haber sido suficiente para que los servicios secretos soviéticos lo centraran en su diana.

Hemingway y Dos Passos, vidas paralelas y enfrentados

Hemingway se dedicó a menospreciar a Dos Passos por su obsesión con el caso Robles. Publicó en Esquire un texto despachándose contra su compatriota al efecto, y en París era una fiesta, insinuó que éste había dado un volantazo ideológico a la derecha. Y eso que ambos tuvieron vidas paralelas. Fueron dos grandes de la Generación Perdida, coincidieron como conductores voluntarios de ambulancia en la I Guerra Mundial. Los dos fueron antibelicistas y vertieron tinta por la causa, Hemingway en Adiós a las armas o Por quién doblan las campanas, y Dos Passos en Tres soldados. Los dos fueron progresistas y antifascistas, y compartiendo la voluntad común de cubrir informativamente la Guerra Civil Española por considerarla un símbolo internacional de la lucha por la democracia con nuestro país. Pero los separó la manera de militar una ideología. Uno apostaba por el apoyo a una causa política, a la identidad. El otro, por el apoyo a las personas. Según ha hecho público el nieto de Dos Passos, su abuelo y Hemingway llegaron a reconciliarse cuando se encontraron de nuevo en Cuba, y mantuvieron correspondencia hasta el suicidio del primero. Dos Passos no tuvo tanta suerte para esclarecer el asesinato de su amigo y traductor español.