Nunca ha sido tarea fácil. Padres que no colaboran, lecturas obligatorias muy discutidas en los colegios y, hoy, una Generación Z (nacidos en torno a 1996) que vive entre pantallas. Meterles en el cuerpo a niños y jóvenes el gusanillo de leer es una aventura sin garantías de final feliz. Adentrémonos en ella. Feliz Día del Libro.

Dicen las estadísticas que los niños y los jóvenes españoles leen más que sus padres. Por decirlo con números, casi un 70% de los jóvenes de entre 10 y 24 años leen al menos media hora de libros a la semana, y, de acuerdo con el informe Comercio Interior del Libro en España 2013, las colecciones infantiles y juveniles representaron casi el 24% del total del sector editorial. Pero no caigamos en la trampa. Esto es así porque a los chavales los obligan a leer en clase. Después, se acabó el cuento.

Y no es que esté mal que los niños deban leer por obligación. “La lectura debe tener un acceso lúdico, pero no exclusivamente. También hay que guiar, orientar, recomendar...”, advierte Reina Duarte, directora de publicaciones generales de la editorial Edebé, centrada en literatura infantil y juvenil. Ya se lo decía por carta Albert Camus a su profesor, cuando le concedieron el Nobel de Literatura: “Sin su enseñanza y su ejemplo, nada de todo esto habría sucedido”. Aunque sí se cuestiona que los maestros deban administrar, sin apenas anestesia, a chavales de diez, doce o catorce años ciertos clásicos de la literatura que, aunque valiosísimos, pueden resultarles de difícil digestión. Ejemplos reales: La gitanilla de Cervantes, El Conde Lucanor de Don Juan Manuel o Las coplas de Jorge Manrique. “Hay que estar muy preparado como lector para disfrutar de los clásicos y, desde luego, no son obras para iniciarse en el hábito de la lectura”, añade la mencionada editora.

Textos específicamente juveniles

Entonces, ¿cómo convencer a los chavales de los beneficios de andar por la vida siendo un lector constante, del principio activo de ampliar conocimiento y lenguaje a base de textos, y de viajar con ellos por este y otros mundos, ensanchando puntos de vista y añorando las historias cuando terminan? Para empezar, adaptando a las coordenadas infantiles esos clásicos de la literatura que puedan resultar más áridos. “No me parece ningún sacrilegio”, anima Blanca Lacasa, que entre otros títulos infantiles ha publicado Casi, Un musical (Narval) o La caja de Nicanor (Modernito Books). “Yo fui una ávida lectora de ese tipo de adaptaciones en sus ediciones de Bruguera, y me parecen una estupenda iniciación a los textos clásicos”.

En relación con su editorial, Reina Duarte asegura que “entre los niños y niñas de 8 años en adelante, han funcionado y funcionan de maravilla todas las adaptaciones de los Clásicos contados a los niños por Rosa Navarro, con ilustraciones de Francesc Rovira. Y estoy hablando de acercarles El Quijote, Platero y yo, El lazarillo de Tormes, La Odisea…”.  E incluso aunque muchos no la acepten como técnica válida, hay películas, series y hasta videojuegos que adaptan estos clásicos, y permiten familiarizarse con ellos de manera más relajada.

Cambio de paradigma

En segundo lugar, podemos recurrir a la nutrida nómina de autores que han consagrado su talento a la literatura infantil y juvenil. Y no solo nos referimos a los clásicos de Julio Verne o Robert Louis Stevenson, sino también a los autores españoles que, atención padres e hijos, han ofrecido y ofrecen literatura de muchos kilates para todos los públicos: Gloria Fuertes, Ana María Matute, Montserrat del Amo, Gustavo Martín Garzo, Jordi Sierra i Fabra, Eduardo Mendoza, Pilar Mateos, Elvira Lindo, Pérez Reverte, o, entre las nuevas generaciones, Care Santos o Maite Carranza.

¿Y qué se lleva en este territorio? Tomando como referencia la Panorámica de la Edición Española de Libros 2014, vemos que, si a comienzos de la década de 2010 la moda eran los magos y los vampiros, por culpa de Harry Potter y la saga de Crespúsculo, poco a poco la oferta se ha ido volviendo más heterogénea, con la fantasía de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, historias dirigidas a niños y jóvenes que abordan temas complicados como la inmigración (por ejemplo, Aún te quedan ratones por cazar, con el que Blanca Álvarez ganó en 2012 el Premio Anaya) o la literatura ilustrada, que vive una era dorada con importantes cuotas de venta y la aparición de nuevos sellos como Lata de Sal.

Esta literatura infantil y juvenil ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Si tradicionalmente los cuentos -esa palabra que ya por sí misma tiene resonancias mágicas-, las novelas y el teatro infantil se utilizaban como vehículo moralizador, hoy los autores se toman más libertades con un público que, aunque pueda resultar chocante, es especialmente exigente y hasta inmisericorde. “Los niños son los más sinceros, te dicen las cosas sin tapujos. Además, no tienen prejuicios y no tienen afinidad por ninguna editorial o género, son más libres a la hora de elegir”, comenta Lacasa.

¿Devaluar el lenguaje?

Son muchos los retos a los que se enfrentan los autores que se dirigen a este segmento lector. Lolo Rico, la creadora del programa La Bola de cristal, se quejaba del error de hablar a los niños como si fueran tontos. ¿Debe devaluar a la baja esta literatura infantil su vocabulario? “Yo no soy partidaria de eso”, asegura Lacasa. “En La caja de Nicanor usé palabras muy desconocidas para los niños, y eso les encantó. Hay muchos niveles de lectura, y creo que es bueno que los libros tengan un recorrido largo, que el niño pueda entender una parte con cuatro años, con seis entiendan más o diferentes cosas...”.

Otro reto: ¿deben fijarse temas tabú, como la muerte o las enfermedades, o abordarlos sin complejos, para que los niños se familiaricen con ellos y éstos no los pillen desprevenidos en el mundo real? “Yo me pongo a escribir de lo que me da la gana, sin miedos. Si algo bueno tiene la literatura infantil y juvenil es el mundo disparatado que permite crear. A mi personaje Casi se le caía un ojo delante del espejo. Me criticaron por ello. Pero creo que no hay que hay que ser más intuitivo, dejarse llevar. Aunque confieso que no escribo libros para que sirvan de algo”, cuenta Lacasa.

La importancia de leer en casa

De manera transversal a eso de forjar músculo lector con clásicos y contemporáneos, no olvidemos la archirrepetida misión de los padres. La lectura es, en gran medida, cuestión de contagio. Así, un día, el periodista deportivo Nico Abad trasladó al papel, con ilustraciones de Rebeca Khamlichi, el cuento La ballena azul (Legua editorial), de su invención y que cada noche les contaba a sus hijos. “Era su historia favorita. ¡Después de publicarlo... y antes! Los animo a leer siempre. Y cuando tengo suficiente energía intentamos leer juntos, en alto. Uno lee y los demás escuchamos”. A su juicio, “lo de leer es como lo de lavarse los dientes. Te lo tienen que meter en la cabeza en casa. Yo les digo que la herramienta que nos diferencia de los animales son las palabras y que no están en nuestra cabeza, sino en los libros. Hay que alimentarse ahí. No me hacen ni caso, claro, pero en lo de lavarse los dientes también intentan escaquearse... Y como padre me digo: si te obligo a irte a la cama con los dientes limpios... voy a conseguir que leas”.

Por cierto, que hace poco se desató la polémica a raíz de enterarnos de que los niños en Finlandia, un país que no tiene rival en los informes PISA, aprenden a leer con siete años, mientras que España, aunque el inicio es más temprano, nuestros chavales se encuentran por debajo de la media de la OCDE en comprensión lectora, ubicados en el puesto 33. “Existen muchos modelos educativos y todos son válidos. Y no está mal precisar que el acercamiento a los libros en el modelo educativo de Finlandia es desde el nacimiento del bebé hasta los seis años, pero en la guardería y el hogar, con la complicidad de los padres (que tienen una mejor compatibilidad laboral/familiar)”, explica Reina Duarte.

Lectura digital

Otra baza que ha irrumpido con fuerza en los últimos años para inocular a la Generación Z -la de los niños nacidos a partir de 1996, que ven el mundo a través de la pantalla- el virus de la lectura es la literatura transmedia, por más que algunos piensen que lo digital atenta contra las letras. El escritor Doménico Chiappe, una de las mayores autoridades en nuestro país en este terreno y que acaba de publicar el libro Largo viaje inmóvil (Círculo de tiza), expone que “el salto del libro ilustrado o con pop-up a la pantalla y viceversa es natural, debido a la vocación lúdica de ambos formatos”, aunque matiza que “otra cosa es que los niños crezcan consumiendo productos alejados de la lectura, ya sea por el uso de adminículos electrónicos o por los juegos de toda la vida”. Asegura que “la tecnología permite enormes posibilidades a la literatura. Imagina lo que podría hacerse con la realidad aumentada en un libro para niños, que sea transversal del papel a la pantalla. Pero hay que invertir en desarrollos que quizás no tengan retorno económica. Me gusta mucho The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore. Ahora, además, ha salido un concurso por parte de la plataforma académica Ciberia, para incentivar este tipo de creaciones. Las bases puende encontrarse en el siguiente enlace.