En la página 202 de esta edición de La cadena fácil (Pálido Fuego; traducción de José Luis Amores) leemos: En el fondo, ¿de qué sirve preocuparse? O sea, para básicamente todos los demás miembros de su cultura –lo que estadísticamente equivale al 100%– usted no es más que un obstáculo ante un fondo común de capital. Casi al final, en la página 508, leemos: …el principal producto de Occidente es el odio a uno mismo… Son sólo dos de las sentencias aplicadas al sistema de producción y al capitalismo que su autor, el enigmático, escurridizo y talentoso Evan Dara, va dispersando en esta novela mayúscula, caótica, divertidísima y repleta de ingenio, diversas técnicas narrativas e inventos ilustres y tan cómicos como dolorosos ("la autaganda": hacerse propaganda a sí mismo; "el síndrome de Zinkofsky": alergia a la mentira; "intercambio promosexual"; "demandas de no paternidad", etcétera).

En líneas generales The Easy Chain pertenece a ese grupo de novelas que, partiendo de las biografías orales, construyen la identidad fragmentaria, difusa y contradictoria de un personaje mediante entrevistas, monólogos, conversaciones de terceros… Especie de género que, por aquí, nos gusta mucho y del que ya hemos hablando, mencionando Mientras agonizo (William Faulkner), Rant: La vida de un asesino (Chuck Palahniuk) o Corazón giratorio (Donal Ryan) como tres de los ejemplares más notables de este estilo de contar. Evan Dara, del que aquí ya conocíamos El cuaderno perdido también gracias a Pálido Fuego, va un paso más allá y no se conforma con entrevistas o monólogos sueltos, sino que va encajando distintos métodos narrativos para que el cuadro resultante sea más caótico pero a la vez más complejo, con las elipsis y las contrariedades que supone poner en relación varias voces subjetivas: no hay dos personas que vean igual al mismo sujeto, de ahí la riqueza de este género.

 

La novela, de unas 500 páginas que nunca se hacen pesadas, trata de recomponer la figura de Lincoln Selwyn, un tipo británico que pasa de Ámsterdam a Chicago para convertirse en una celebridad que asciende en la escala social y económica, algo del estilo a un Tony Stark sin el uniforme de Iron Man: sofisticado, elegante, mujeriego y siempre a la última. Selwyn es la figura del emigrante que llega a Estados Unidos y acaba montándose en el dólar porque aquello es la tierra de las oportunidades, sólo que Dara no se conforma con el retrato e incluye la sátira, y por eso no sólo conocemos el auge de Selwyn, sino también su caída, pasando por un limbo que en la novela simbolizan varias páginas en blanco, como una catarsis o una elipsis inmensa donde el autor no necesita las palabras.

En la primera mitad de la novela asistimos al coro de voces (en forma de diálogos sin acotaciones y sin que a menudo sepamos quién habla, lo que recuerda a algunos libros de William Gaddis, influencia que Dara niega) de los conocidos de Selwyn, donde a la manera de Don Quijote algunos personajes introducen otras narraciones que complementan el conjunto, hasta llegar al punto donde se introducen varias páginas en blanco o con apenas alguna que otra palabra suelta: en el original, según indicación de su editor y traductor, eran 43, y en la edición española (por deseo del autor) se han reducido a 11, lo cual nos parece más coherente como lectores.

En la segunda mitad el uso de distintas técnicas se sucede sin respiro: encontramos correos electrónicos de salida, artículos periodísticos, narración en tercera persona, interrogatorios, monólogos… e incluso puntos de vista de objetos inanimados… Aquí, al contrario de la primera parte, donde se ensalzaban los valores de triunfador de Selwyn, obtenemos la crítica hacia lo que él hace y representa, la ira de quienes le odian y creen que es un estafador. Es en esta segunda mitad, y éste es un juicio muy personal que quizá pocos compartan conmigo, cuando el autor escoge la segunda opción arriesgada (la primera sería el exceso de hojas en blanco, aunque en esta edición sean menos): varias páginas donde se despliega una serie de versos que se repiten con una cadencia musical o incluso especie de eco que podría funcionar mejor si no fuese tan extensa. Son las únicas objeciones que le pondría a esta novela excepcional que nos habla del mundo que se nos viene encima como un sistema en el que prevalecen las imposturas, los fraudes, las mentiras, la imagen pública como un valor que vender y promocionar… En este sentido, es esencial la figura de Auran, la asistente personal de Selwyn: trata de publicitar su imagen para que el mundo vea en él a alguien perfecto y envidiable… lo que importa no es a quién se tira, sino cuanto resplandece esa mujer a la que se tira. Dice Auran: Cualquiera puede colar su nombre en el periódico una vez. La meta es volver a salir, regularmente, sin parar. Ser noticia y no dejar de serlo. Lincoln, desde ya deberías concebir tu vida como una obra de arte, con la meta soberana de todo arte: ¡salir en titulares!   

Esta crítica hacia las imposturas y hacia las falsedades del mundo contemporáneo Evan Dara las introduce o las camufla mediante la sátira y merced a unos personajes al borde del delirio oral, quienes a veces ensartan en sus circunloquios y en sus comentarios algunas sentencias asombrosas. Si en la primera mitad del libro tenemos claro lo que sucede, en la segunda las narraciones se vuelven más difusas, y, si en algunos pasajes sabemos lo que sucede (por ejemplo, cuando Lincoln busca a su madre en Europa), en otros sólo obtenemos leves indicios (por ejemplo, en la especie de canción o poema con versos repetidos). Pero en realidad da igual: lo que importa es la cadencia, el ritmo, las técnicas que utiliza Dara. Si la primera parte nos suena a William Gaddis, en la segunda casi podemos sentir la sombra de James Joyce y sus múltiples técnicas de Ulises. Eso en cuanto a la forma. Porque el fondo a mí me recuerda mucho a esos análisis brillantes y despiadados de la sociedad que suele hacer Don DeLillo: La cadena fácil vendría a ser la Cosmópolis de Evan Dara, salvando las diferencias.