Jason Reitman traza una sugerente radiografía sobre la sociedad actual siguiendo un tono similar al de Lawrence Kasdan en Grand Canyon (1991), en cuanto a que también es un fresco coral que refleja los problemas y los conflictos cotidianos de padres e hijos, solo que aquí todos ellos bajo la influencia de las redes sociales.
Una de las ideas que Andrei Tarkovski venía a decir en Solaris (Solyaris, 1972) es que la capacidad del hombre para alcanzar grandes logros científicos es inversamente proporcional a su incapacidad para enfrentarse a los entresijos de su propia conciencia. Algo irresoluble e incluso inherente en el ser humano que parece confirmarse si cabe aún más con la irrupción de las redes sociales que, si bien proporcionan infinidad de ventajas también, por el manejo que se hacen de ellas, pueden ser discutibles, perjudiciales y hasta peligrosas. Y es aquí, a tenor de su corta existencia, cuando surgen una serie de fenómenos antagónicos.
Por un lado las redes se han constituido en una prodigiosa herramienta de opinión que hasta entonces solo parecía reservada a unos cuantos analistas en los medios de información tradicionales. Ahora, cualquier ciudadano corriente está en internet. Y son millones de opiniones que se suceden de continuo. Tanto, que hasta incluso las redes sociales parecen haber relegado los blogs a un segundo plano. Es la ventaja que conllevan los mensajes instantáneos, son breves y tienen la posibilidad de una rápida réplica y contrarréplica. En una palabra, inmediatez. Y al mismo tiempo se constituyen como una poderosa herramienta de influencia social que ha propiciado el auge de movimientos de gran envergadura que han cambiado el destino, y hasta se podría decir la historia, de una nación. Solo hay que mirar al pasado reciente, a la denominada Primavera Árabe en la que las redes jugaron un papel decisivo, derrocando algunos regímenes como el de Túnez o Egipto y convirtiéndose al mismo tiempo en una mecha que se extendió hacia otros continentes. Como también sucedió en España con el 15M.
Pero por el otro subyacen varias cuestiones como el hecho de que una sociedad como la de hoy en día que tiene al alcance toda esa gama de redes de comunicación con tan solo dar un click, siga sumida, o al menos una mayoría de sus habitantes, en la incomunicación, esa que tantas veces exploraron cineastas como Michelangelo Antonioni o Ingmar Bergman. Pero no solo es eso, sino la forma de comunicarse, en la que la frivolidad, la brevedad y la superficialidad parecen haberse adueñado del mensaje, convirtiendo el espacio virtual en un escaparate donde cualquiera expone al mundo entero sus ocurrencias, su cotidianidad, su intimidad, generándose una especie de diarios virtuales que siguen alimentándose de manera constante, poniendo al resto del mundo al corriente de sus quehaceres cotidianos. Algo que han propiciado los teléfonos móviles que, al viajar en bolsos y bolsillos, permiten la conexión permanente a internet, lo que ha generado una mayor dependencia de la redes sociales que hasta llevan a estar uno frente a otro, a una distancia muy corta, comunicándose a través de los terminales, como reflejan algunas secuencias del film de Jason Reitman. Y si el correo electrónico ha disminuido ya de por si el tráfico postal de toda la vida, las redes parecen haber hecho lo mismo con la comunicación hablada. Una comunicación que, quizá por cuestiones de la idiosincrasia tecnológica, por su inmediatez, por la prisa o por lo que sea, también ha visto reducido su propio mensaje, tanto que se ha generado un nuevo lenguaje en base a abreviar las propias palabras.
Son estas algunas de las cuestiones que plantea Hombres, mujeres y niños (Men, women & children, 2014), una radiografía coral sobre los conflictos cotidianos de padres e hijos cuyas vidas transitan supeditadas por la influencia de las redes sociales. O lo que es lo mismo, cómo y de qué modo estas afectan a las personas. Ya una primera y más que evidente conclusión que pone de relieve la película de Jason Reitman es que los conflictos y los problemas siguen siendo los mismos de siempre, como seguirán siéndolo. Como también, y a pesar de la posibilidades de comunicación que alcanzan a todo el globo, en su propia inmediatez y en todas sus variantes, hay una tendencia que permanece igual que en los tiempos precedentes y que es esa propensión, quizá inconsciente, hacia la incomunicación en el sentido de que, bien por miedo, por inseguridad, por la fuerza de la costumbre o por otras razones, se elude encarar el conflicto recurriéndose al disimulo, a la apariencia, a la búsqueda de otras opciones o estrategias que aplaquen de alguna manera esas frustraciones, esos fracasos o carencias de la índole que sean. Como le sucede al matrimonio formado por Don Truby (Adam Sandler) y Helen (Rosemary DeWitt) quienes parecen atravesar un período de estancamiento, por lo que acuden a internet, él visitando webs porno y contactando con prostitutas de lujo y ella apuntándose a páginas de contactos. Pero a su vez, su hijo mayor, Chris (Travis Tope) hace lo mismo que ellos y como ellos también de manera clandestina, aunque por el lógico fervor de la adolescencia.
Reitman abre el abanico y traza otras perspectivas como la de Patricia Beltmeyer (Jennifer Garner) que al ver internet como algo peligroso se obceca en mantener un férreo control sobre los movimientos virtuales de su hija para protegerla de los posibles riesgos. Sin embargo también existen las posturas contrarias, los que como Donna Clint (Judy Greer) utilizan la red para promocionar a su hija, para que cumpla sus sueños de ser actriz, los que ella no pudo alcanzar en su juventud, sin prever que todas esas fotografías que le saca y cuelga en su web pueden volverse un día en su contra. Y también los habrá como Kent Mooney (Dean Norris, el cuñado policía de Walter White de la serie Breaking Bad), a quien su mujer le ha abandonado y que en cierta manera se ve frustrado cuando su hijo Tim (Ansel Elgort) no parece acatar los planes previstos de jugar al fútbol americano pues éste no solo dedica su tiempo a los videojuegos a través de la red, sino que se halla inmerso en un conflicto existencial influenciado en parte por el astrónomo Carl Sagan y las ideas de su libro Un punto azul pálido. «Si desapareciera mañana el mundo no se enteraría», dice en un momento dado. Y los otros hijos, la que está obsesionada con ser actriz, esa otra por no engordar o la que sufre la estrecha vigilancia de su madre, todos ellos con sus respectivos conflictos en el instituto.
Reitman elabora un film contenido, cuidado, equilibrado, donde los padres parecen mostrar las mismas inseguridades, la misma incompetencia emocional y la misma inmadurez que sus hijos. Un fresco de historias que transcurren en ese pequeño punto azul pálido que el 14 de febrero 1990 fotografió el Voyager 1 a seis mil millones de kilómetros de distancia, justo antes de salir del sistema solar. La imagen más lejana que se ha tomado de la Tierra y que inspiró a Sagan para escribir su mencionado libro.