Jaume Asens, eurodiputado de Sumar, se ha sumado al encendido debate sobre el silencio de Rosalía respecto al genocidio en Palestina. En una carta pública dirigida al escritor Roy Galán, el político catalán defiende que el silencio de las figuras públicas ante una masacre no es neutral y puede contribuir, aunque sea simbólicamente, a perpetuar la injusticia.

Galán publicó un texto donde defendía que, aunque es deseable, no se puede exigir a nadie que se posicione, y criticaba la tendencia a señalar individualmente como forma de generar culpa o castigo.

Pero la respuesta de Asens, cargada de matices y profundidad ética, marca un punto de inflexión. Sin cargar contra Rosalía como figura individual, sí plantea una reflexión de fondo: ¿puede un artista mantenerse al margen cuando el horror es evidente? ¿Es el silencio una forma de complicidad cuando se tiene un altavoz masivo?

No se trata de cancelar, sino de despertar

El eurodiputado responde directamente a la tesis de Galán, reconociendo el valor de su planteamiento, pero discrepando de su interpretación del señalamiento como castigo. “No se trata de hacer de Rosalía una enemiga —en una lógica estéril y binaria—, pero sí de preguntarnos por qué dolió tanto su silencio”, afirma Asens.

El político sostiene que hay silencios que, por el poder simbólico que cargan, tienen consecuencias éticas. “No todos los silencios son iguales. El de una persona anónima no tiene el mismo eco que el de alguien con millones de seguidores”, subraya. Desde esa perspectiva, Asens considera legítimo que el público —especialmente en momentos de sufrimiento colectivo— reclame que sus referentes no miren hacia otro lado.

Lejos de una lógica punitiva, Asens plantea que el señalamiento también puede ser un “grito de dolor”, una invitación a usar el arte y la fama como herramientas de conciencia. “No para humillar, sino para despertar. Es un llamado a la responsabilidad compartida”, concluye.

Galán: “No somos mejores por señalar a Rosalía”

Por su parte, Roy Galán defendía una visión más crítica sobre el señalamiento. En su mensaje original, advertía del peligro de convertir la interpelación política en una forma de control moral. “No somos mejores que Rosalía por hacer ver que ella es ‘peor’. No sé en qué ayuda que entre tanto dolor se haga más daño y se destruya más”, escribía el autor.

Galán argumenta que la culpa y la vergüenza son herramientas ineficaces para lograr una transformación social auténtica, y denuncia que el debate se está transformando en una especie de tribunal público. Para él, es más urgente enfocar la presión hacia los gobiernos y estructuras que sostienen el genocidio, en lugar de focalizarla en artistas.

No obstante, el escritor también deja claro que, en lo personal, cree que cualquiera con visibilidad pública debería posicionarse contra el genocidio, y aprovecha su mensaje para pedir el cese de relaciones diplomáticas y económicas con Israel.

Aunque la figura de Rosalía ha sido el detonante del debate, lo que está en juego va mucho más allá. Se trata de un choque entre dos formas de entender la responsabilidad cultural: la que pone el foco en la acción institucional y colectiva, y la que recuerda que el silencio —cuando se tiene poder simbólico— también es una forma de discurso.

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