Fui en busca de una familia que me acogiera, en su lugar encontré una biblioteca llena de fantasmas. Me fui buscando un hogar, en su lugar encontré el mundo. El complot de las damas muertas (Alpha decay), de Jessa Crispin, se inicia con la desorientación y el desvalimiento, esa sensación de que tu vida no sólo no es tuya sino de que no es la que quisieras que fuera. ¿Cómo se puede realizar la muda de vida?. Jessa Crispin coquetea con la idea del suicidio. Pero lo que se desea matar es un modo de vida, esa vida que vistes y habitas pero sientes como un chaleco de fuerza o un vacío. Jessa huye de su propia vida, o de la vida que no es, que no logra ser, y decide fugarse para encontrarse, para conjurar esa sensación de desconexión y desajuste, para encontrar el ajuste y la conexión en algún otro lugar, quizá con otra gente, y traza, como puente, o ilusión frágil, los fantasmas de su biblioteca. A través de los reflejos de otros artistas quizá se perfilen los puntos suspensivos. Jessica Crispin, y su vida portátil, incluida su revista literaria Bookslut, virtual lo que facilita su edición en tránsito, se embarca en un viaje que comporta diversas escalas. Son diferentes lugares, y en cada lugar, un fantasma, un artista, como vínculo, o reflejo, de sí misma, de su proceso de autoenfoque, porque la obra es, a su vez, el trayecto de un proceso, de una conciliación, el enfoque de esa imagen nítida, sin vaho en el espejo, a través de la que te sientas reflejado en la intemperie, o desnudez, sin que el temblor de tu desvalimiento o precariedad te haga tropezar o emborronarte como un mancha vital a la deriva. Crispin intenta encontrar equilibrio y armonía en un desajuste que parece irreconciliable, ese que te hace sentir insatisfecha si estás en un lugar o no estás en ninguno sino en muchos, como si la única certeza fuera la insatisfacción, la nostalgia de lo que no es, de una imagen ideal, que sigues persiguiendo pero nunca alcanzas, ni dotas de materialidad.

 

Siempre añoro el lugar en que no me encuentro. Cuando estoy en casa sueño con largos viajes en tren en los que dispongo de tiempo ilimitado para leer (me olvido de los dos jóvenes borrachos que no dejan de hablar en el vagón silencioso, o de las carcajadas y los chillidos de un grupo de chicas). Sueño con nuevos sabores, olores y personas, no me recuerdo metida en la habitación del hotel, intentando convencerme para levantarme e ir a comer algo.

Cuando estoy de viaje, mi casa es un espléndido santuario de perfección. Mi amante es ideal, mis amigos están siempre cuando los necesito, me pagan puntualmente el trabajo que realizo como autónoma.

 

En los viajes, en los trayectos, te confrontas con los vacíos y las rutinas. Los acontecimientos pueden ser escurridizos. O la sensación de acontecimiento. No porque estés en otro lugar, eres otro, ni te sientes más presente. Sientes el hueco en el paso del tiempo, y puedes sentir la misma sensación de encierro, de postración. Buscas las rutinas en las que vanamente sostenerte, como resortes que mantengan cierto espejismo de movimiento. Mientras la mente forcejea, buscas en sus recovecos, en tu biblioteca interna esos reflejos en los que enfocarte, en los que quizá superarte, como quien logra auparse sobre una misma. Crispin desentraña los procesos y los viajes, y sus reversos, sus pausas al pairo, los escombros de sus puntuales naufragios, sus puntos en fuga. No son imágenes, películas a las que acomodarse, no son lo que quisiéramos que sean, se palpan los huecos, los tránsitos que se estiran en las interrogantes y la confusión, y el hastío y las vacilaciones. Como en sus mismas relaciones. ¿Por qué ese desplazamiento y no otro, por qué esa relación y no otra?¿Por qué no permaneces quieta en vez de precipitarte en un carrusel que te hace sentir el espejismo de que hay movimiento?. ¿Es que no puedes estar ni quieta con un cuerpo como boya ni rebotando entre múltiples cuerpos como si uno y otro escenario fuera una perspectiva en fuga?. Crispin durante ese año y medio que dura su desplazamiento por diversos escenarios geográficos, de Lausana a la Isla de Jersey pasando por Londres, Paris o Berlin, y confrontaciones con diversos artistas como reflejos o fantasmas de su biblioteca, de William James a la fotógrafa Claude Cohan, pasando por Somerset Maugham, la editora Margaret Anderson o Jean Rhys, tiene intermitentes encuentros ocasionales con quien llama su amante, un hombre casado que no sabe si se desprenderá de lo que quizá sea una máscara conveniente, o si de verdad aspira a la variación de relación, de singladura, como no sabe qué realmente quiere ella, a qué aspira, sino se deja arrastrar por un oleaje o una resaca. En este trayecto, esas otras figuras o fantasmas de su biblioteca son su reflejo, a través de los cuáles va enfocándose, perfilándose en su falta de raíz, en su desplazamiento, que tiene tanto de deriva como de búsqueda de una brújula para su propia desorientación emocional. De ahí, que la escala en Moscu, y el reflejo en la vida de Somerset Maugham, sea como el núcleo en que mira sus entrañas descolocadas. ¿Por qué sus elecciones?¿Por qué no ha encontrado ese contraplano emocional que añora, porque siente que contrarrestaría su falta de ajuste o desconexión con la misma realidad?¿O es en sí esa nostalgia otra ilusión sin cimientos?

 

El experimento de ser una mujer sin necesidades que llevo realizando los últimos ocho años ha fracasado, y me marcho al aeropuerto y paso por seguridad llorando como una magdalena: cada vez que me toco la cara la noto más mojada.

Pero acabar con el experimento significa volver a lo que había antes y lo que había antes eran muchos años de nada. Durante mucho tiempo hubo una ausencia de amor o algo parecido. El amor no correspondido es mi modelo romántico. Y así cuando la única atención masculina que se ofrece es el sexo, es más fácil convencerte a ti misma de que eso es todo lo que necesitabas desde el principio. De que estás demasiado ocupada y eres demasiado independiente para nada más, de que el idilio es frívolo y tú eres seria. Mejor que admitirte a ti misma que los negocios y la independencia y la seriedad son más un efecto que una causa, el resultado de un montón de años de soledad.

Jessa Crispin autora feminista EDIIMA20180604 0930 5

Jessa Crispin es una de esa escasas y excepcionales mentes lúcidas que sabe que necesitamos pensar las cosas estructuralmente. Nos perdemos en lo accesorio o en lo localista, en las protestas por las discriminaciones (u opresiones) por género o tendencia sexual, etnia, nacionalidad o lo que fuera, pero la estructura se mantiene. Ese fue el fracaso de revoluciones pasadas. En cuanto los que no disponen del poder, y protestan por sus derechos, ostentan el poder, actúan igual que aquellos que antes lo detentaban. En el victimario en buena medida se puede cruzar lo conveniente. Jessa Crispin es autora de Por qué no soy feminista- Un manifiesto feminista (Lince, 2017). Si no se es anticapitalista, transversal y antirracista (como se planteó en la Woman's march), más bien puede derivar en lo hipócrita. Más de lo mismo con otra identidad. Por eso, el victimismo femenino (como el nacionalista o étnico) puede desenfocar (incluso de modo conveniente). La estructura es la cuestión básica. Las interrogantes que cuestionan todo desde sus cimientos, que no dan nada por sentado ni obvio ni natural. Y sobre todo las que meten la uña en el tuétano: ¿Por qué abusamos de otros?¿Por qué infligimos daño?. No nos diferencia el género, ni el color de la piel (o cualquier casilla identitaria). En las relaciones sentimentales la violencia, que ante todo es estructural, es infligida por hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales (o bisexuales), o sea de la etnia que sea. Por no pensar las cosas estructuralmente nos hemos visto abocados, desde el principio de los tiempos, a ese restringido escenario de posicionamientos, rencillas y ajustes de cuentas. Y la maraña parece que cuesta desenredarla.

 

Se habla mucho acerca de lo que es natural y lo que es antinatural entre un hombre y una mujer y en la conformación de una familia, como si pudiéramos saberlo. Como si no hubiéramos nacido en la cultura y estuviéramos configurados por la cultura, como si alguna vez fuera posible interpretar correctamente los fantasmagóricos mensajes de nuestro ADN prehistórico, y como si lo que pudiéramos aprender ahí nos fuera a hacer felices alguna vez.

Si hubiera habido un momento en que todo iba bien, en que vivíamos en armonía y en paz con nuestra naturaleza, entonces todavía estaríamos ahí. No hay ningún jardín al que volver, ninguna perfecta e idílica infancia, ningún estado embrionario. El Jardín del Edén era aburrido, la infancia es una pesadilla que todos deberíamos agradecer el haber superado, y tu madre fumaba mientras estaba embarazada y se envenenaba el útero con sustitutos artificiales del azúcar. Lo mejor que cualquiera de nosotros puede hacer es seguir cagándola en nuestro avance y ver lo que sale de ahí.(...)

Comprendo que mi tono es amargo. En mi vida he visto hombres a los que abaten ese tipo de mujeres. También he vivido con sus equivalentes masculinos, que intimidaban y amenazaban, que atormentaban y humillaban. Que borrachos me despertaban a las cuatro de la madrugada para preguntarme <<¿Sabes cuál es tu problema?>>. Conozco todas las formas complejas con que destrozamos a la gente que queremos, y todas las formas en que permitimos que nos destrocen. Y sé que el más poderoso abuso no viene en forma de golpe en la cara

 

En este extraordinario libro, Jessa Crispin ofrece una ejemplar lección de falta de autocomplacencia (en el yo o nosotros). Se desnuda sin rubor, no duda en mostrar sus temblores y tropiezos, sus inseguridades y desconciertos. Pugna por encontrar su lugar, por encontrar esa conexión que te hace sentir presente, intenta desprenderse de esos lastres que se esconden bajo los espejismos de vínculos que te sostienen sobre el vacío para no mirarlo de frente. Jessa se arranca cualquier maquillaje, e indaga en lo que hay antes del nombre, de los resortes con los que circulamos como sonámbulos en una sociedad estratificada y programada, entre inercias y superficies que adoptamos como cartografía mecánica. Jessa despliega su exquisito dominio del verbo en una narración fragmentada, como los nexos que el yo intimo intenta ajustar para encontrar esa visión de conjunto que ofrezca la imagen que no es la imagen que quisiéramos que fuera, no la imagen con la que apretamos la mirada para convencernos de que esa pantalla es real. Hay que desgarrar todo límite, porque así no encostramos las limitaciones en nuestro discernimiento, ni nos enquistamos en la conveniencia y la inercia.

 

Quizá el truco no sea definirse a uno mismo como contenedor de sus experiencias, sus pensamientos. Quizá sea el asumir que eres más grande que las cosas que has sentido durante unos años, que tu historia no es una lista de cosas que tu cuerpo ha hecho o ha presenciado, que tu familia no es la gente con la que pasaste un montón de tiempo cuando eras niña y que lleva tu código genético. Quizá el truco es empujar violentamente tus propios límites, encontrar tus propias contradicciones y usar tus dientes y uñas para destruir lo que te separa de todo lo demás.