La editorial Malas Tierras continúa deparándonos gratas sorpresas: tras dos perlas de la literatura norteamericana (la reedición de Dog Soldiers y las memorias Mi padre, el pornógrafo) y un libro de culto de la argentina Sara Gallardo (Enero), nos traen ahora los alabados relatos de Claire Vaye Watkins, obra cuyo título original es Battleborn, vertida al castellano por uno de nuestros traductores favoritos, Ce Santiago.

Probablemente a cualquier mortal de este país le suceda lo mismo que a mí: no sabe quién es Claire Vaye Watkins pero el apellido le resulta familiar. Digámoslo cuanto antes, y no por morbo, sino porque la propia autora escribe sobre ello y sus raíces en el primer cuento del libro: es la hija de Paul Watkins, uno de los miembros de la Familia Manson. Watkins no asesinó a nadie, pero se dedicó a suministrarle chicas a Charlie, y luego a encamarse con ellas. Este aspecto de su biografía es lo de menos, pues esta escritora no está en alza por ser "hija de" (y, además, ser hijo de alguien del clan de Manson es de todo menos beneficioso, más bien perjudicial). Está en alza, y auspiciada por las críticas entusiastas, porque sus relatos están construidos al milímetro y porque nos comunica el dolor y la desazón que atraviesan a sus personajes: parejas que sufren los primeros miedos tras el nacimiento de su bebé, chicas que desafían sus propios límites, buscadores de oro obsesionados con sus quimeras, mujeres que tratan de superar una ruptura, tipos confusos y a la deriva que se obsesionan con alguna prostituta…  

Para comprobar la destreza y el estilo de Claire Vaye bastaría con leerse el primer relato, "Fantasmas, cowboys", donde como apuntamos antes introduce sus orígenes: nos habla de su padre y su estancia en el Rancho Spahn, de la muerte de su madre, del pasado de George Spahn, de una mujer que ella piensa que es su hermanastra, de cómo fundaron la ciudad de Reno (en Nevada)... Es un relato maravilloso, quizá mi favorito del libro, en el que la narradora va alternando pequeños tramos de su historia actual con ese pasado que conforman la tierra, el paisaje, su padre, una familia de asesinos y un hombre llamado George Spahn que permitió que los Manson se alojaran en su rancho en sus días de ceguera. Todo lo que recrea Claire Vaye Watkins en torno a la hacienda de Spahn nos transmite las mismas impresiones, los mismos detalles, de las escenas que mostró Quentin Tarantino en su magistral Érase una vez en… Hollywood. Es como si fueran la cara A (cine) y la cara B (literatura) del mismo escenario, del mismo momento, de los mismos personajes… y ambos los plasman con idéntica exactitud. Es un texto en el que la narradora va elaborando un tapiz de datos, recuerdos, viejas anécdotas e Historia, un territorio en el que confluyen también las leyendas, la ficción y los fantasmas del pasado.  

Nevada es un compendio de 10 historias. No vamos a resumirlas todas para no chafar al lector, que siempre debería encontrarse con impresiones nuevas y pasajes no referidos. Puedo aludir con brevedad al tercero de ellos, "Pasado perfecto, pasado continuo, pasado simple", que me consta que es el predilecto de uno de los editores: comienza cuando dos amigos, dos turistas, pululan por el desierto y uno de ellos se pierde, se extravía (lo que me recuerda a una película que me obsesiona: Gerry, de Gus Van Sant); el otro, mientras las autoridades rastrean el terreno para tratar de encontrarlo, pasa sus días en un prostíbulo donde va enamorándose de una de las chicas. Puedo comentar que entiendo a los personajes de "Ojalá estuvieras aquí" porque su estado de miedo, de incertidumbre tras nacer su hijo, son los mismos que viví yo con mi prole. Puedo mencionar esos inicios tan contundentes, que nos enganchan en seguida a la narración y nos mantienen en vilo, como en "La archivista": No existía ningún bálsamo para el espacio que él dejó. De haber existido –si la ciencia hubiese desarrollado un ungüento para la pena del alma o una pastilla para el mal de amores–, no lo habría usado. Yo quería que doliera. Yo quería una angustia catastrófica. Para aquello, nuestro viejo ritual. O puedo indicar la originalidad de "Lo que menos falta nos hace", el relato en forma de cartas dirigidas a alguien que no responde y a quien el autor de esta correspondencia ni siquiera conoce ni ha visto jamás, sólo tiene huellas encontradas después de un accidente.

Comenta la escritora en una entrevista que su madre le refería historias cuando circulaban en coche por las carreteras, y en las historias de su madre no sólo era esencial la anécdota en sí, sino cómo se habían formado los lugares en los que estaba ambientada: cuando en uno de los relatos nos cuenta que un turista desaparece en el lecho seco de un lago, también nos habla de cómo llegó a formarse ese lecho en tiempos remotos. Claire Vaye Watkins conjuga los datos con los entusiasmos y las desilusiones de sus personajes, y el resultado reconforta y conmueve. Ha ganado varios premios con estos cuentos, pero eso aquí no nos interesa: lo que nos importa es su capacidad para trasladarnos a Nevada y sentirnos como si estuviéramos caminando entre el polvo y la arena, acompañando a gente que echa de menos a su madre o a su pareja tras una ruptura. Claire Vaye Watkins escoge un paisaje muy americano, habitado por personas que deambulan por casinos, ranchos, valles y prostíbulos, y lo que nos devuelve son historias repletas de humanidad, de esa tensión continua entre las heridas del pasado y las incertidumbres del futuro.