Quizá en un arrebato de sinceridad, quizá por querer mantenerse fiel a si mismo, quizá por ambas cosas, porque eran los comienzos de su carrera, el joven cantante de folk Steve Tilston había respondido en una entrevista algo así como que la fama y la fortuna podrían tener efectos negativos en su música. Pero lo que Tilston no pudo imaginar es que dicha entrevista, que había publicado la extinta revista musical ZigZag en 1971, la leería John Lennon quien le escribió una carta rebatiendo sus palabras. “Ser rico no cambia tus experiencias en la forma en la que piensas. La única diferencia, básicamente, es que no te tienes que preocupar por el dinero, la comida, tener un techo, etc. En cuanto a las otras experiencias: sentimientos, relaciones..., son las mismas que tiene todo el mundo”. Al final de la misma, Lennon incluía el número de teléfono de su casa, por si aquel deseaba llamarle.

Sin embargo, lo insólito del asunto es que Tilston no supo de su existencia hasta casi cuarenta años después, en 2010, cuando un coleccionista estadounidense se puso en contacto con él. Y si hay algo que todavía le imprime un halo de mayor grandeza a la historia es que la carrera de Tilston, a pesar de haber grabado una veintena de discos, ha sido más bien discreta, siendo conocido por una minoría. O dicho de otra manera, su nombre ha alcanzado cierta popularidad, aunque más por la carta del beatle que por su propia música, y ahora con el film quizá aumente algo más.

 

Este hecho es en el que se inspira el guionista y productor Dan Fogelman para su primer largometraje como director que ya advierte, en su rótulo inicial, que la historia está basada en un hecho real aunque solo un poco. Y nunca mejor dicho, porque Danny Collins (Al Pacino), que al contrario de Tilston, es una vieja gloria que ha conocido el éxito desde muy joven, recibe de su avejentado manager, interpretado por el siempre excelente Christopher Plummer, un particular regalo de cumpleaños que es, precisamente, la mencionada carta de Lennon. El protagonista, quien aun septuagenario prosigue llevando una vida de desenfreno, le genera tal conmoción la lectura de la misma que decide cancelar sus compromisos para replantearse su existencia.

Lo descrito hasta ahora, que se narra en el primer cuarto de hora del film, genera unas expectativas que pronto acaban diluyéndose en el territorios de lo convencional en cuanto se conoce el detalle de que Collins tiene un hijo (Bobby Cannavale) a quien apenas conoce, un hijo que roza los cuarenta años de edad, que lleva una vida corriente, que trabaja en la construcción, casado con una mujer normal (Jennifer Garner), con una hija hiperactiva y a punto de ser padre por segunda vez. Y como suele ser habitual en este tipo de historias de reconciliación familiar, el padre se tendrá que enfrentar a las reticencias iniciales de su vástago quien no quiere saber nada de él. Como también verá en la encargada del hotel donde se hospeda y a quien interpreta Annette Bening, una última oportunidad para asentar una vida sentimental marcada, como se dice en un momento dado, por varios divorcios.

 

Sin embargo, Nunca es tarde (Danny Collins) contiene un par de buenas ideas que desafortunadamente quedan esbozadas. Una de ellas ya presente en el mismo comienzo, cuando Danny Collins sale al escenario e interpreta la canción que en su día le catapultó a la fama. La cámara, además de mostrarle a él sobre el escenario, enfoca a los fans quienes, enardecidos, le corean al mismo tiempo. Fans quienes en su mayoría, y al igual que él, son hombres y mujeres mayores de sesenta años. Porque tanto los mitos como sus seguidores envejecen. La otra cuando Collins, durante sus esfuerzos por reconciliarse con su hijo, comienza a componer nuevos temas que, además, se alejan de su estilo habitual, lo que en cierta manera le genera un cierto temor al pensar que no pueda ser aceptados por su público de siempre.

Sea como fuere, Nunca es tarde (Danny Collins) es un film realizado con oficio cuyo principal atractivo se halla precisamente en el reparto, encabezado por el propio Al Pacino de quien da la sensación que ha visto en su personaje un cierto reflejo de sí mismo.