Tras el éxito internacional de Nader y Simin, una separación, el cineasta iraní Asghar Farhadi rueda su primera película fuera de su país y en francés, El pasado, excelente obra con la que consigue cuestionar ciertas convenciones narrativas.

 

El pasado se estructura por un breve prólogo seguido por dos partes diferenciadas entre sí de manera sutil, casi imperceptible, pero que no rompen la linealidad argumental de la película. En el prólogo, Farhadi expone una situación: la llegada de Ahmad (Ali Mosaffa) al aeropuerto, en donde Marie (Bérenice Bejo) está esperando. Poco después sabremos que están casados y que él ha viajado a Francia para divorciarse para que así ella pueda contraer matrimonio de nuevo. A parte de la presentación de los personajes, el cineasta marca en este prólogo varios elementos interesantes con respecto al desarrollo posterior de la narración. Por un lado, los dos personajes, separados por un cristal, no pueden comunicarse en un primer momento: la incomunicación entre ellos será una constante a lo largo de la película, una imposibilidad marcada por un pasado que, en ambos casos, pesa sobre ellos y que deben superar para seguir hacia delante. Por otro lado, una vez que Ahmad y Marie se encuentran ya reunidos de manera física en el coche, este arranca y vemos en pantalla el título de la película barrido acompasadamente por el parabrisas: borrar el pasado es lo que deberán hacer a partir de ese momento. Pero ese recurso tiene también algo de declaración de propósitos por parte de Farhadi: borrar también un pasado, ¿el suyo como cineasta en su primera tentativa de rodar fuera de su país? o, más bien, dado el resultado final de la película, ¿borrar las convenciones formales de cierto cine, entendidas estas como un pasado cinematográfico cerrado necesitado de fracturas?

 

 

 

 

 

En la primera parte de El pasado Farhadi nos introduce en la casa de Marie, expone los motivos por los que Ahmad ha viajado a Francia y conoceremos al futuro marido de ella, interpretado por Taher Rahim, y a su hijo, y a las dos hijas de Marie, especialmente a la conflictiva adolescente Lucie (Pauline Burlet), personaje clave durante la segunda parte de la película. Una vez situados los personajes y la acción, ubicada principalmente en la casa de Marie, El pasado desarrolla una trama sencilla mediante un planteamiento deliberadamente convencional, trabajando la puesta en escena y los diálogos, con unas interpretaciones excelentes, jugando con el ritmo de manera excelente: dilata algunas secuencias hasta el límite marcando una pausa en relación con otros momentos más dinámicos derivados de las discusiones entre los personajes, marcando dos tiempos narrativos opuestos perfectamente combinados.

 

 

 

 

 

Hasta ese momento estamos ante un drama familiar más o menos convencional muy elaborado en su planificación visual y en sus diálogos, con profundidad, con un interés por los gestos, las miradas, por la interacción corporal entre los personajes. Farhadi busca que nos sintamos cómodos en ese planteamiento gracias al fácil reconocimiento de la situación. Es entonces cuando da inicio la segunda parte y comienza una especie de investigación (que recuerda vagamente al planteamiento de la cuarta y magnífica película de Farhadi, A propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009)) que rompe en cierto modo el drama costumbrista que hasta entonces parecía ser El pasado y empieza una sucesión de secuencias que van creando una maraña argumental en la que cada una de ellas niega la información planteada en la anterior. Nunca se llega a la verdad, es más, en determinado momento se tiene la impresión de que ha podido suceder cualquier cosa. No se trata tanto de qué sucedió como de la manera en que Farhadi utiliza ese detonante de ruptura para cuestionar todo lo que hemos visto hasta ese momento. Es decir, logra cuestionar los elementos constitutivos del drama más convencional, de sus estructuras cerradas. De modo similar a como por ejemplo John Cassavetes se introducía en los hogares para mostrar no solo la otra cara de la clase media norteamericana sino también el modo en que esta había sido representada tradicionalmente, Farhadi desarrolla una primera parte de aspecto más convencional para después mostrar al espectador como esos elementos son ya inoperantes, o, como poco, caducos.

 

 

 

 

 

El pasado nos sitúa frente a una narración en la que nada acaba siendo cómo parecía que era, en la que nuevos datos hacen que las posturas de los personajes varíen. Es entonces cuando la culpa con respecto al pasado comienza a manifestarse y cada uno de ellos empieza a percibir todo de una manera diferente. Farhadi, a la par que cuestionar el modo representacional o sus elementos constitutivos, también lleva a cabo una magnífica reflexión sobre ciertos conceptos cerrados en relación al cine más convencional, sobre cómo en ocasiones se asumen las cosas en blanco y en negro si matices. El cineasta iraní, mediante ese enlace de vueltas de tuercas, pone de relieve que las cosas no son sencillas, que no hay verdades universales y que todo es bastante más complejo. Llama la atención sobre las cerradas estructuras narrativas en las que todo responde a un patrón de acción-reacción. Al final, Farhadi cierra la película dejando los conflictos resueltos en gran medida, pero hay otros elementos que quedan en el aire. Porque con El pasado, el director ha apostado por contravenir las normas desde el interior del relato, desde la forma de narrarlo. Y ha conseguido, a parte de un drama intenso y rodado de manera excelente, que el espectador, si consigue entrar en el planteamiento propuesto por Farhadi, pueda cuestionarse cómo está narrado gran parte del cine convencional.