La jungla interior (2013), opera prima de Juan Barrero, es una tan atípica como sugerente propuesta que, a modo de diario filmado, propone una reflexión sobre cuestiones como la memoria, la privacidad o los conflictos emocionales que surgen en la pareja ante el futuro nacimiento de su primer hijo. una original y arriesgada mirada en la que se diluyen los límites del documental, del cine de ficción y de otras tantas cosas más para proponernos un viaje íntimo y personal hacia esa jungla interior del ser humano a la que hace referencia su título.

Una monocorde voz en danés relata uno de los descubrimientos que Charles Darwin hizo durante aquel viaje en el Beagle que duró entre 1831 y 1836 sobre una orquídea que necesita atraer a un mosquito para ser fecundada, mientras se muestran los paisajes de las junglas del Trópico. Algo que puede producir una cierta sorpresa inicial por esa rara sensación de estar contemplando un reportaje del National Geographic lo que quizá haga pensar a más de uno que se ha equivocado de película. Pero luego aparecen Juan y Gala, sus protagonistas, y la voice over que, de tanto en tanto, vuelve al relato, irá introduciendo en su discurso, y casi sin que el espectador se percate, los sentimientos y las vivencias de la pareja. Porque esa voice over nos viene a sugerir que La jungla interior (2013) es en realidad un “documental” sobre la naturaleza aunque, en este caso, la especie a observar será la del propio ser humano. O incluso se podría decir sobre los propios seres humanos que se observan a sí mismos. Un film que se transfigura en un diario filmado en el que el autor va captando, cámara en mano, los conflictos que afloran con su pareja cuando ambos se enfrentan a una nueva situación como es el nacimiento de su hijo. Porque Juan no desea tener hijos y Gala si. De ahí la historia inicial sobre Darwin, la orquídea y el mosquito que, en forma de metáfora, viene a anticipar una de las cuestiones sobre la que va a girar el film.

 

Barrero lleva a cabo una indagación interna de la pareja, incluso casi a modo de radiografía, explorando ese universo de sentimientos y sensaciones que se generan ante el futuro nacimiento. Cuando Juan regresa, tras un viaje de cinco meses en el que ha rodado un reportaje en busca de esa orquídea que casi dos siglos atrás había descubierto Darwin, encuentra que su vida con Gala ha cambiado. Lo que antes era una relación natural ahora se ha transfigurado en una convivencia plagada de silencios, de miedos, de dudas. Algo que Juan focaliza a través del objetivo de su cámara, observando con detenimiento, casi como un entomólogo, como el embarazo va transformando el cuerpo y el espíritu de su compañera. Un itinerario íntimo hacia la jungla interior, la que da título al film, y que tiene su contrapunto en las imágenes de la jungla exterior, la del Trópico, y por ende en la de la frondosa vegetación que rodea la antigua casa familiar en la localidad salamantina de Béjar que la pareja visita durante unos días.

Pero La jungla interior es también un viaje que indaga en la memoria. Gala narra a los alumnos en su clase de música el día en el que Johann Sebastián Bach, al regreso de un viaje, se encuentra con la noticia de que su mujer, Maria Barbara Bach, ha fallecido. El hogar, que días atrás había abandonado, es ahora un espacio vacío, solitario, sin vida. Es entonces cuando Gala les enseña como el compositor expresa ese sentimiento de soledad interpretándoles el adagio de la Sonata nº 1, BWV 1001 que es, precisamente, unos de los leit motiv del film. Espacios deshabitados que ya se habían mostrado antes, los de la vieja vivienda familiar en el campo. Espacios que permanecen tal como los dejaron sus últimos habitantes aunque cubiertos por esa tenue pátina que genera el paso del tiempo. Y allí, curioseando objetos y armarios, aparecerán las fotografías de uno de aquellos últimos habitantes, la tía Enriqueta. Imágenes que Gala observa con detenimiento entre sus manos y que Juan filma mientras le cuenta la historia secreta de amor truncada de la tía Enriqueta, a quien veremos ya muy anciana en una antigua grabación en video realizada años atrás por el propio cineasta. Una vivienda que recorren escudriñando cada uno de sus rincones, como ese zulo oculto en el sótano que al parecer sirvió de escondite durante la guerra. Un espacio que en cierta manera deviene en una sutil imagen alegórica sobre el laberinto, quizá el de las propias interioridades del ser humano. Porque también es ahí donde tiene lugar una se las escenas icónicas del film que, de forma simbólica, hace referencia a la fertilidad, con Gala embutida en el tradicional traje de musgo, el que se ponen los habitantes de Béjar en las fiestas del Corpus Christi, presentes también en la película.

 

Sin embargo, en La jungla interior se sugieren muchas más ideas, como es el tema de la privacidad que trasciende más allá de la pantalla, o mejor dicho, el hecho de compartir lo íntimo y personal con el espectador, el mostrar sin tapujos aquello que también sucede en nuestro propio cuerpo, porque si algo tenemos en común es la materia de la que estamos hechos, la biológica, pero que sin embargo sigue siendo un asunto tabú por ser una realidad que vivimos en la más estricta intimidad. Y es ahí, donde más allá de filmar los cambios físicos, que en ocasiones la cámara de Juan capta de manera desenfocada, como si no reconociese a aquella Gala de la que se despidió antes de su largo viaje, el film se convierte también en un ejercicio introspectivo sobre los miedos y la incertidumbre que se producen ante la llegada del hijo, ya que, en cierta manera, este se interpondrá en su relación, como también supondrá una pérdida de libertad. Es decir, algunos de los temores habituales que se generan ante un nuevo estado como es la paternidad.

Porque al final, la vida es eso, aunque Juan Barrero lo cuente a su manera.