Amy nos acerca a la figura de la cantante Amy Winehouse desde diferentes perspectivas, mostrando la complejidad de una joven que pronto se vio desbordada por un éxito masivo, por un hombre que la condujo a las drogas y de una prensa, la amarilla, que no dejó de criticarla y asediarla en todo momento. Pero también es un excelente documental sobre el proceso creativo de una cantante que acabó no sabiendo diferenciar entre la persona y la figura pública.

 

Tras una carrera en el terreno de la fición, Asif Kapadia sorprendió en 2010 con Senna, documental sobre el famoso corredor que jugaba con elementos de la ficción para entregar una película que no negaba su naturaleza documental pero que en estructura, ritmo y atmósfera se acercaba en ocasiones al terreno del thriller. Este trabajo condujo a Kapadia a seguir indagando en la no ficción, pero ahora desde una perspectiva muy diferente en Amy, retrato de la cantante británica, fallecida en 2011 con veintiocho años, tras haber subido a lo más alto con su increíble voz y talento, pero caído con la misma velocidad en las drogas y el alcohol.

 

 

 

 

 

Como Kurt Cobain, de quien hace poco hemos podido ver el estupendo Kurt Cobain: Montage of Heck, Amy Winehouse se presenta como una figura intrigante de analizar no sólo por sus éxitos, por su vida truncada y por aquello que la rodeó, sino también porque a su lado se desarrollaron no pocos elementos que hablan de nuestra sociedad, de nuestro momento. Así parece haberlo tenido en cuenta Kapadia a la hora de dar forma a su documental, porque se aleja de Senna en el sentido de una ficción cercana a la intriga, incluso a la acción, para acercarse más al melodrama. Porque la vida de Winehouse fue digna de un melodrama desaforado. Lo tenía todo, y así el cineasta lo ha plasmado en pantalla con un trabajo de montaje excepcional –tanto en imagen como en sonido- y de documentación, combinando imágenes de archivo con entrevistas actuales –más de cien a unas ochenta personas- creando un relato poliédrico en el que la figura de Winehouse va construyéndose a partir de los testimonios de aquellos quienes la conocieron, ya fuera de manera más directa o de forma más superficial.

 

 

Sin embargo, esa construcción no sería prácticamente nada sin el verdadero diálogo que consigue plasmar de manera brillante en pantalla Kapadia, el que establece entre Winehouse y ella misma. Hay, evidentemente, una cierta manipulación del material –por otro lado algo intrínseco al documental guste o no- pero con ello el cineasta consigue que veamos a la joven londinense desde una complejidad que quizá muchos espectadores ignoraran. De este modo, hay una progresión narrativa no sólo cronológica, sino también emocional muy marcada por su relación con su primer marido, Blake, un hombre por el que sintió tal fascinación que supuso su perdición absoluta, apareciendo y desapareciendo de su vida. La cual es narrada en un proceso de descomposición y desagarro, tanto interior como exterior, pues también se hace evidente en el aspecto corporal el deterioro que sufrió la cantante con el paso de los años.

 

 

 

 

 

Por otro lado, vemos también a una mujer que poco a poco fue perdiendo la noción de los límites de la realidad, convirtiendo su vida en un escenario y el escenario en una vida, no sabiendo bien cuándo comenzaba la figura real y terminaba la pública. Distinción que, una vez perdida, conllevó que Winehouse se viera totalmente sobrepasada por las circunstancias. El fulgurante éxito de sus dos primeros discos y sus diversas adicciones fueron una combinación tan letal como lo ha sido a lo largo de la historia para muchos músicos. Kapadia consigue retratar ambas esferas de manera brillante, también su intersección y finalmente confusión mediante la relación entre Winehouse y su música, siendo ésta una extensión de su vida, en toda su amplitud.

 

 

Pero hubo otro elemento perturbador en su vida: la prensa amarilla, la cual es retratada por Kapadia con la dureza que se merece, si bien en ciertos momentos esa crítica se convierte, paradójicamente, en el elemento que alimenta el tono de la película, y ahí el documental pierde fuerza porque en su ataque abraza, en determinados momentos, los modos de ese mal llamado periodismo. Aclamada y vapuleada a partes iguales, Winehouse se convirtió en todo un icono para una generación en Inglaterra y, como a veces, pasa, esa condición y su procedencia de clase obrera, fueron elementos que sirvieron para cargar contra ella. El documental recoge toda esa escena, desde un claro posicionamiento, para victimizar a la cantante, quizá en exceso.

 

 

Por fortuna lo anterior no arruina la propuesta, unos de los mejores documentales musicales de los últimos años. Desgarrador y duro a la vez que no oculta su aliento de homenaje lleno de admiración por la figura de una joven que poseía una voz y un talento magníficos que no fueron suficiente como para mantenerse con vida.