Hace miedo aquí (2018) es la incursión de la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry en la literatura fantástica. Una historia que todavía permanece vigente aunque fue publicada por primera vez en el año 2004, en Buenos Aires. Editada nuevamente, esta vez en Madrid, por Huso Editorial, la novela será presentada el próximo 7 de marzo en la librería Juan Rulfo. Hace miedo aquí, valiéndose de la fábula y de la alegoría, recrea un universo de dominación a través del miedo. Un universo que se parece al nuestro.

A partir de este instante nos sumergimos en el mundo de los Tristes, un mundo en el que las palabras se usan para mentir. Donde nombrar jardín, sinónimo de creación, de naturaleza cultivada, está prohibido. Donde la delicia, un concepto relacionado a todo aquello que te da placer, está en manos de los poderosos. Un territorio en el que ninguno de sus habitantes tiene la certeza, ni siquiera la sospecha, de lograr huir: “Hace miedo aquí, hace frío, hace fiebre, hace dolor, hace muerte aquí”. 

Este espacio de extrañamiento constante fue descubierto, concebido, dibujado, por la escritora Liliana Díaz Mindurry (1953). En este lugar, bastante cercano, transcurren los hechos protagonizados por un joven que de repente se encuentra con una imagen que lo sacude y le ofrece una serie de claves distintas a las que está acostumbrado. Se trata de El Jardín de las delicias, una obra del pintor holandés El Bosco, que solo le resultó posible hallar a través del contacto con otros personajes que no pertenecían a su mundo. Fue entonces cuando reconoció aquellas zonas del alrededor que durante tanto tiempo estuvieron ocultas. 

Para crear este universo, en el que no existen nombre propios, solo números de identificación y apodos raros, la autora partió de la fascinación que generaba en ella, como en mucha gente, la observación calmada, detenida, de aquel famoso tríptico pintado exquisitamente hacia el año 1400 y que mostraba el mundo con todas sus normas, su paraíso, su infierno, su moralidad. “Yo, como siempre estuve bastante asombrada con este cuadro, tuve interés de escribir algo que me pudiera servir de estructura de la novela”. 

Entonces fue como nació Hace miedo aquí. Un título considerado por la novelista como una conjugación incorrecta del verbo hacer en un contexto en el que generalmente suele decirse: “Tengo miedo”. Sin embargo, la idea de que el miedo puede compararse con el clima: “Hace frío, hace calor”, la cautivó cuando descubrió un poema del también escritor argentino Enrique Solinas. Una sensación que capturó con la intención de mostrar esas formas de poder que rigen la sociedad. 

“Este libro es una distopía pero como toda distopía habla del presente. Es una manera simbólica o alegórica de caracterizarlo, donde precisamente el miedo y la manipulación son una constante. Yo trato un mundo paralelo que se llama el universo de los Tristes, donde existe un montón de cosas exacerbadas de la realidad que si uno las mira con detenimiento son una alegoría de nuestro propio mundo”, asegura Liliana Díaz Mindurry, con la convicción propia de quien está a punto de conversar acerca de una experiencia en la que sus palabras alcanzan la coherencia.

Escuchar el término “literatura fantástica” puede, a la primera, hacernos pensar solo en lo imposible. Pero es cierto que este género siempre toma aspectos de la realidad.

La literatura fantástica a veces puede lograr mantener ideas que tienen que ver con nuestra época, incluso con épocas pasadas, y que probablemente puedan determinar el futuro. Aquí no cuentas con una espacialidad, la historia no ocurre en ningún lugar de nuestro mundo, en ninguna cultura oriental u occidental, sino en un mundo paralelo; pero está hablando de nuestro ahora, de nuestro pasado y de un futuro que puede continuar en un mismo sentido. Un mundo parecido a éste, en el que rigen una serie de prohibiciones y tabúes muy claros que ocurren en nuestra sociedad de forma sutil.

En el mundo de los Tristes "las palabras se usan para mentir”. ¿Qué es lo que se quiere disfrazar? ¿Cuáles son esas cosas que no se dicen o que se dicen mal?

El lenguaje siempre fue la máxima de manipulación y de poder, las palabras siempre disfrazaron realidades. En esta cultura, en este mundo, es mucho más patente. Hay palabras que son tabúes, palabras prohibidas, palabras que tienen unas significaciones que el poder quiere darle. En el libro, fundamentalmente son dos: jardín y delicia. Pero están también: deseo, una palabra que aparentemente designa lo que no se puede tener y también está la palabra real. Cada capítulo comienza con la misma frase: "Como si fuera real...". En este sentido hay una sensación de que la realidad está dirigida desde afuera, una realidad de la cual se tiene permanente duda. Así como en nuestro mundo lo real alude a algo que no son más que palabras, en el que es difícil poder asir qué es real y qué no.

¿Cuándo empieza el ser humano a cuestionar qué es real y qué no?

Yo diría que después del posmodernismo las verdades absolutas pasaron a ser relativas y empezó un deterioro de lo verdadero. Parece que la gente no tiene verdades, o que las tiene pero se le escapan. En el mundo de los Tristes la realidad se escurre todo el tiempo pero aquí nos pasa que con la virtualidad perdemos ese sentido. En cambio, el hombre de la Edad Media lo tenía todo muy claro, la Iglesia le decía lo que era real y había una fe ciega que cada vez se va perdiendo. En este mundo, por ejemplo, los días de lluvia, así como hoy, no parecen reales.

En una realidad en la que se disfruta de la lluvia viendo las predicciones del tiempo en el móvil, ¿qué palabras se mantienen ocultas? ¿cuáles se pueden decir?

Yo creo que la palabra verdad está en crisis. Las fronteras entre lo verdadero y lo falso se están perdiendo. Antes teníamos claro qué el sueño, qué es la vigilia, qué es la ficción, pero todo está entrando en una especie de lugar donde nada es preciso. Por otro lado, creo que las palabras sirven para ocultar realidades, porque de acuerdo a como decimos una cosa damos ideas diferentes. Nuestra civilización está llena de eufemismos y de cosas que no se dicen claramente, así como en esta sociedad del libro que escribo hay palabras que no se pueden decir y si se dicen tiene un sentido que ocultan muchas posibilidades. Por ejemplo, el deseo. Se supone que el deseo es aquello que cada uno siente o que uno quiere conseguir, pero en esta sociedad capitalista el deseo es algo impuesto.

Y si estás adormecido, no notarás que es impuesto…

Precisamente el protagonista es un chico de veinte años que cree es poderoso, que tiene claras muchas cosas y no se da cuenta de que más bien es objeto de experimentación. Siempre lo aquejan fiebres, obsesiones, pero no se da cuenta de que son impuestas. En ese sentido, se nos impone que creamos que tener el poder sobre una persona es algo bueno, antes de pensar que el verdadero poder es lo que yo puedo crear. Cuando creo que el poder se trata de manipular a otros, es porque no tengo poder sobre mí. En realidad la creación es el verdadero poder, pero pareciera que no tiene importancia.

Entonces, ¿una de las claves para escapar del letargo es tomar el poder de sí mismo a través de lo que eres capaz de crear?

Sí. En el libro aparecen “los extraños”, son aquellos a los que se trata de perseguir, matar, lobotomizar. Estos personajes vienen de otros mundos y son precisamente quienes se van saliendo de esas posibilidades. Entre ellos están los artistas y, alegóricamente, también los psicóticos, pues al padecer una supuesta enfermedad tienen la posibilidad de guiarse por su propia libertad. En nuestra sociedad se trata de incluir a los artistas en el sistema para que puedan crear sin ninguna repercusión. El escritor, el artista, se ve obligado a hacer obras conforme a lo que se usa, a lo que se desea, y no en fidelidad con su propio espíritu.

Especialmente ahora que parece que se debe tener mucho cuidado con lo que se dice porque si no saltan las alarmas…

Eso te produce una autocensura. Yo he tenido problemas con la utilización del lenguaje en algunas oportunidades. Por ejemplo, si digo en un momento: “Nos estamos poniendo todos autistas”, no puedo porque estás discriminando a todos los autistas. Y si digo: “Estamos todos ciegos”, resulta que estás discriminando a los ciegos. Tenemos miedo de decir cosas que puedan ser censuradas y eso nos quita toda posibilidad de libertad. Yo creo que el arte tendría que ser un lugar de libertad, no que responda a una moral de la edad medieval, casi inquisitorial. Si ese sector de libertad se ve vulnerado eres un robot, no eres una persona.

Entonces, en la literatura, ¿siempre debe estar presente la pretensión de hacer reflexionar al lector acerca del presente aunque crea que la historia es ajena?

Una de las formas de manipulación es tratar de que la literatura, de que el arte, no nos haga reflexionar. A los poderes les interesa que no trascienda, que se lea muy poco y si se lee, que no trascienda. Por eso digo que hay dos libros: los libros que perturban y los libros que te dejan como antes. Los primeros son los que no olvidas, que te remueven, que de alguna forma te desinstalan, que te hacen pensar. Luego están los que pretenden que pases solo un momento agradable. Todo libro debería revelarte cosas de ti mismo o de tu sociedad, si no lo hace entonces no lo leíste, necesitas otra lectura, porque si no el libro se va transformando en un entretenimiento.

Aparecen esos “extraños” en la novela y se les quiere apartar. ¿Cree que esa misma circunstancia de miedo, de rechazo a lo diferente, reina en nuestros días?

Yo creo que nosotros tenemos, aunque a veces intentamos que no, miedo a lo que es distinto. En este libro traté de contar muchas cosas que suceden en nuestro mundo. Son muy manifiestas aquí, pero en nuestro mundo ni siquiera las pensamos. Vivimos en un estado de miedo: tenemos miedo al otro, a nuestros amigos, a nuestra pareja, a nuestro empleadores. Y en la medida que podemos queremos ejercer poder sobre otros para hacernos la ilusión de que somos poderosos y no tan esclavos. Yo creo que cualquier posibilidad de creación, no solo el arte, es lo que nos hará salir de esa cultura de miedo. Aunque tengas que estar todo el día haciendo lo mismo en una fábrica, pero si llegas a tu casa y aún así puedes crear, estás como salvado. El crear te pone en contacto contigo mismo y en el mejor lugar del mundo.

Usted también ha experimentado ese miedo para así poder plasmarlo en su novela…

He descubierto cuánto miedo tenemos todos. Si tú miras a los animales, tú observas que el animal tiene dos cosas en su hábitat. Uno, que necesita desesperadamente comer porque si no no sobrevive. Dos, un permanentemente miedo de ser comido, fagocitado, destruido. Y empecé a darme cuenta de cómo vivimos ese estado animal todo el tiempo en nuestra sociedad. Sin embargo, creemos que estamos muy por encima de la vida del animal, pero así como el animal está permanentemente alerta nosotros también vivimos a la defensiva.

Y en el proceso de creación de este universo, ¿qué descubrió de usted misma?

Me di cuenta de cómo muchas veces buscamos el poder, y lo que más se nos aleja es el poder de la creación. Fui sintiendo toda la falta de libertad de este mundo de esclavos y me pareció necesario contarlo. Creo que en general las distopías tienden a mostrarnos un mundo duro, un mundo horrible, donde pasan cosas espantosas y nos da miedo que sucedan. Yo simplemente quise contar el presente: esto no es algo que puede suceder, es algo que sucede. A mí me interesa que se mire como una descripción del presente, no como una distopía futurista. El mundo que yo describo es el mundo de todos. Hace miedo aquí, no el miedo que pueda llegar a hacer. Es el miedo de aquí, el miedo de ahora.