Dioni decidió ir a dormir en un cajero porque estaba lloviendo. Eran en torno a las dos de la mañana cuando cuatro chavales, que salían de una zona de copas cercana, pasaron por delante del cajero. Cuando le vieron, se dieron la vuelta, abrieron la puerta y «allí me pillaron durmiendo en un saco y como el saco es de esos militar, que no tiene cremallera, no me dio tiempo a nada y me comí la paliza. Se fueron tan contentos y se contaba uno al otro que le hemos pegado a un vagabundo». Mientras le pegaban le llamaban «vagabundo, asqueroso y que iba a infectar la zona, como si tuviese una enfermedad o algo».

Vagabundo y mendigo
Dioni decidió no denunciar los hechos, porque pensó que no iba a servir de nada. No durmió más en esa zona, porque tenía miedo a que volvieran de nuevo. Como Dioni, muchas personas sin hogar se enfrentan a experiencias de este tipo, basadas en la intolerancia y los prejuicios hacia su situación de exclusión social extrema. Su derecho a la integridad física y moral se ve vulnerado, sin que tan siquiera sepamos muy bien cuál es el alcance de este fenómeno. Este relato consta en la presentación del estudio realizado el observatorio de delitos de odio.

Distintas organizaciones de atención a personas sin hogar y de defensa de los derechos humanos han constituido Hatento, el Observatorio de delitos de odio contra las personas sin hogar. El Observatorio Hatento ha realizado el primer trabajo serio en España sobre el cómo y el por qué estas personas son agredidas sin causa aparente, por el mero placer de divertirse con el que no puede defenderse.

El conocimiento específico, riguroso y fiable sobre el alcance y los mecanismos que subyacen en los delitos de odio contra las personas sin hogar es una prioridad para el Observatorio Hatento. No es posible articular respuestas integrales frente a ningún fenómeno sin que partamos de un conocimiento mínimo sobre el mismo. Esta situación es lo que ha motivado realizar el estudio del que se presentaron, hace unos días, los principales resultados.

Vagabundo porque perdió el trabajoSe ha entrevistado a 261 personas, de ellas el 81,6% hombres y el 18,4 por ciento mujeres. De los entrevistados y entrevistadas eran españoles el 56,3% y de otras nacionalidades el 43,7. Eran de 20 hasta 80 años de edad y vivían de esa forma –sin hogar- entre tres y más de 300 meses, una media de cincuenta y uno.

La Encuesta de personas sin hogar del Instituto Nacional de Estadística estima que un 51% de las personas sin hogar habrían sido víctimas de algún tipo de delito o agresión durante su vida de sin-hogar. Los insultos y las amenazas y el robo de dinero, pertenencias y/o documentación son los tipos de victimización más frecuentes, afectando a un 33,36% y un 31,51% del total de personas sin hogar. Por su parte, un 20,81% de las personas sin hogar habrían sido agredidas físicamente.

Según la información proporcionada en las entrevistas, el 87% de las personas implicadas en los incidentes y delitos de odio fueron hombres y un 57% tenían entre 18 y 35 años de edad. En un 28,4% de las experiencias analizadas, las personas responsables de la agresión o humillación fueron chicos jóvenes que estaban de fiesta. Tanto durante la realización de las entrevistas como de los grupos de discusión, las agresiones por parte de chicos jóvenes surgían de manera recurrente. Las personas sin hogar comentaban que se convierten en el objeto de diversión de algunos chavales, que les insultan y les agreden durante la noche. Para que actúen de esta forma, es evidente que los chicos deben tener creencias basadas en la intolerancia y los prejuicios hacia las personas sin hogar, que les deshumaniza y cosifica. Este patrón se repite aun cuando desagregamos los análisis en función del sexo y la nacionalidad de las víctimas. Dormir y vivir en la calle tiene un componente de violencia estructural, que además se ve agravado por la violencia directa de la que son objeto.

“En los 10 años que he vivido en la calle me han tratado, en vez de como persona y mujer, como objeto y como basura”, ROCÍO 40 años