Llegar a Tabarca es, en sí mismo, el comienzo de una experiencia única. El trayecto desde Santa Pola en las tradicionales tabarqueras, cuyos carismáticos barcos comenzaron a navegar en los años 70, cuando el turismo alicantino empezaba a despuntar, ya adelanta parte del encanto que espera al visitante. Aunque hoy algunas de estas embarcaciones han evolucionado hasta contar con fondos de cristal para ver la vida marina, el espíritu marinero se mantiene intacto. Son apenas 25 minutos de travesía, pero bastan para desconectar del continente y sumergirse en un rincón donde el tiempo parece haberse detenido.

La isla de Tabarca es un pequeño archipiélago, de apenas 30 hectáreas, que guarda siglos de historia, belleza natural y sabor mediterráneo. Aunque hoy en día es un remanso de paz, lo cierto es que su historia ha estado marcada por piratas, naufragios y refugiados.

Ecos de un pasado fascinante

Mucho antes de que esta isla fuera conocida como “Tabarca”, los antiguos griegos ya hablaban de ella como “Planesia”, y los romanos la rebautizaron como “Planaria”. Pero fue en 1777 cuando su historia dio un giro significativo, en el momento en que el rey Carlos III ordenó repoblarla con 300 genoveses liberados de la isla tunecina de Tabarka, donde habían estado cautivos. Así nació Nueva Tabarca, una comunidad con raíces que aún se sienten en los apellidos, en la arquitectura y en la forma de vida pausada de sus escasos habitantes.

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Tabarca, Una joya mediterránea donde historia, arquitectura y playas de ensueño se encuentran en un mismo lugar

Caminar por sus calles empedradas y ver las casas encaladas o pintadas de colores vivos es como abrir un libro de historia viviente. El pueblo, rodeado por una muralla construida para defenderlo de los piratas berberiscos, conserva sus tres puertas principales –San Miguel, San Rafael y San Gabriel– como testigos silenciosos de una época en la que el mar traía tanto riquezas como peligros.

Una joya natural en el corazón del Mediterráneo

El entorno natural de Tabarca es tan protagonista como su pasado. Las aguas que la rodean son de una transparencia asombrosa, teñidas de un turquesa que podría confundirse con el Caribe. Esta riqueza marina se debe en gran parte a las praderas de Posidonia oceánica, una planta submarina que filtra el agua y crea un ecosistema de enorme valor ecológico. Gracias a ello, Tabarca fue declarada en 1983 la primera reserva marina de España.

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Sumérgete en un paraíso de transparencias y matices azules que solo la isla de Tabarca puede ofrece

Su playa central es la más popular, aunque es más pedregosa que arenosa. Para quienes buscan mayor intimidad, pequeñas calas como la de la Faroleta, Cala Verde o la playa Gran ofrecen rincones ideales para el baño o el buceo. Eso sí, no olvides llevar escarpines, ya que aquí la naturaleza es auténtica y escarpada.

Descubre la isla paso a paso: historia, faros y secretos

La mejor manera de conocer esta única isla es a pie. No hay coches ni carreteras, lo que acentúa su encanto de lugar detenido en el tiempo. Un recorrido de unas dos horas permite visitar todos los puntos de interés. Desde la puerta de San Miguel, el bastión defensivo, hasta la casa del Gobernador –hoy un encantador alojamiento turístico–, cada rincón guarda un pedazo de historia.

El faro merece una mención especial y una parada lenta y atenta. Construido en 1854, se yergue solitario en el paraje conocido como El Campo. Su función original era advertir sobre los peligrosos islotes y escollos que rodean la isla. Sorprende su ubicación, alejada del borde costero, pero la topografía plana permite que su luz se vea a gran distancia. En el pasado, incluso funcionó como escuela para los fareros.

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Erigido en 1854, el faro de Tabarca ha guiado a marineros y ahora ofrece una perspectiva única del horizonte mediterráneo

Otro de los puntos más simbólicos es la iglesia de San Pedro y San Pablo, construida en el siglo XVIII. De estilo neoclásico, su silueta elegante contrasta con el agreste paisaje costero. Sus detalles barrocos, como las ventanas en forma de flor de lis, hablan del mimo con el que fue levantada.

No puede pasarse por alto la Torre de San José, con su peculiar puerta a dos metros del suelo. Esta torre sirvió de prisión en el siglo XIX y, aunque nunca se llegó a construir, se planteó rodearla con un foso defensivo.

Para quienes deseen profundizar más, el Museo Nueva Tabarca ofrece dos salas que explican la relación entre el ser humano y este singular entorno marino. Fotografías, mapas, fósiles y objetos históricos ayudan a entender la identidad de este rincón mediterráneo.

Sabores del mar: el caldero tabarquino

Iniciar este expléndido viaje también abre el apetito, y afortunadamente, la isla responde con una gastronomía tan auténtica como deliciosa. El plato estrella es, sin duda, el caldero tabarquino. Se trata de un guiso de pescado con patatas, acompañado de arroz cocido con el caldo del mismo pescado y coronado con un generoso alioli. Es un plato de raíces humildes, nacido para aprovechar el pescado fresco del día, pero que hoy se ha convertido en una verdadera institución local.

Además del caldero, los arroces marineros –de langosta, bogavante o mero– y los calamares de potera son otras opciones recomendadas. Restaurantes como La Almadraba, Casa Ramos, Amparín o Casa Gloria son algunas de las paradas obligadas para degustar lo mejor del recetario tabarquino.

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