En el extremo oriental de la provincia de Guadalajara, casi lindando con Zaragoza y Teruel, se alza Molina de Aragón, que recibió el título de "Muy Nobel y Muy Leal Ciudad" por su comportamiento durante la Guerra de la Independencia frente a las tropas napoleónicas, en el siglo XIX. Sin embargo, su historia se remonta a tiempos muy remotos. Dada su situación estratégica, allí hubo un castro celtíbero, del que se han hallado restos arqueológicos. En la Edad Media se convirtió en casi un reino independiente donde las tres culturas florecieron, dejando un legado monumental impresionante.

Durante siglos, Molina de Aragón no perteneció ni a Castilla ni a Aragón, siendo un territorio independiente, que gozó de sus propios fueros. Allí, judíos, musulmanes y cristianos, dejando huella en su arquitectura y casco antiguo. 

El bastión medieval que desafió a los reinos

A comienzos del siglo XI, este enclave era una plaza codiciada por su ubicación estratégica. Fue aquí donde El Cid Campeador, en su camino hacia la conquista de Valencia, dejó a su esposa e hijas bajo la protección del caudillo musulmán Abengalbón, un fiel aliado que garantizó su seguridad en tiempos turbulentos.

Pero la estabilidad no duró demasiado. En 1129, tras un largo asedio, el rey Alfonso I el Batallador conquistó la ciudad para el Reino de Aragón. Sin embargo, poco después, su hermano Ramiro II cedió la villa a Castilla, aunque conservó gran parte de su autonomía. La independencia no desapareció del todo, ya que la ciudad pasó a ser gobernada por la familia Lara, que estableció aquí su señorío y la gobernó durante generaciones.

El territorio de Guadalajara que se posiciona en un punto estratégico y alcanzó su máximo esplendor (Foto: Turismo Castilla-La Mancha)
El territorio de Guadalajara que se posiciona en un punto estratégico y alcanzó su máximo esplendor (Foto:Turismo Castilla-La Mancha)

Fue en el siglo XIII cuando alcanzó su máximo esplendor bajo el liderazgo de don Manrique de Lara, quien mandó construir la fortaleza que aún hoy domina el paisaje. Sus murallas, imponentes y bien conservadas, fueron testigo de luchas de poder, alianzas y traiciones, pero también del crecimiento de un lugar que prosperó gracias al comercio y la mezcla de culturas.

Entre castillos, puentes y palacios

Pasear por esta villa es retroceder en el tiempo. Su castillo, uno de los más grandes de España, aún domina el horizonte, con torres y murallas que cuentan siglos de historia. Desde sus almenas, la vista se extiende sobre el valle y el río Gallo, que ha moldeado este territorio a lo largo del tiempo.

Castillo de Molina de Aragón (Foto: Turismo de Castilla-La Mancha)
Castillo de Molina de Aragón (Foto:Turismo de Castilla-La Mancha)

Bajando de la fortaleza, el puente románico, construido en piedra rojiza y con tres arcos perfectos, es un símbolo de la ciudad. Cruzarlo es un rito para todo visitante y un punto desde el que se puede admirar el paisaje de esta tierra de contrastes.

La riqueza de su pasado también se refleja en sus palacios y casas nobiliarias, vestigios de una época en la que la villa fue un centro de poder. El Palacio del Virrey de Manila y el Palacio de los Marqueses de Villel conservan sus impresionantes fachadas, testigos del esplendor que vivió la ciudad siglos atrás. Caminar por sus calles empedradas es recorrer un museo al aire libre, donde cada rincón guarda una historia por descubrir.

En el casco antiguo, se alzan templos de gran valor arquitectónico. La Iglesia de Santa María la Mayor de San Gil, con su majestuosa talla de la Virgen de la Inmaculada, y el Convento de San Francisco, que alberga el Museo de Molina de Aragón, son paradas obligadas para quienes buscan comprender el alma de este lugar.

Naturaleza indomable en el Alto Tajo

Más allá de sus murallas, la ciudad es la puerta de entrada al Parque Natural del Alto Tajo, un santuario natural donde el tiempo y la erosión han esculpido un paisaje de cañones, bosques y ríos. Aquí, la aventura se entremezcla con la serenidad de un entorno que acoge a una fauna diversa, desde majestuosos buitres leonados hasta ciervos que recorren sus llanuras.

Los amantes del senderismo encuentran en este parque un paraíso de rutas que serpentean entre acantilados y bosques de pinos. Respirar el aire puro de este rincón de Guadalajara es el complemento perfecto para un viaje donde historia y naturaleza se funden en un equilibrio perfecto.

Parque Natural del Alto Tajo (Foto: Turismo Castilla-La Mancha)
Parque Natural del Alto Tajo (Foto:Turismo Castilla-La Mancha)

Festividades que mantienen viva la tradición

Las celebraciones en esta ciudad son más que simples fiestas: son una forma de mantener vivo el legado de siglos de historia.

Cada mes de julio, la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, declarada de Interés Turístico Regional, llena las calles de fervor religioso y tradición. El momento más emotivo llega la noche del 15 de julio, con la entonación de La Salve en la Iglesia de Santa María la Mayor de San Gil, una escena de gran carga simbólica. El día siguiente, la procesión de los Hermanos de la Cofradía del Carmen, vestidos con túnicas rojas y blancas, recorre la ciudad en un espectáculo visual único.

Fiesta de Nuestra Señora del Carmen (Foto: Turismo de Castilla-La Mancha)
Fiesta de Nuestra Señora del Carmen (Foto:Turismo de Castilla-La Mancha)

En junio, la ciudad regresa a su pasado con la Feria de la Convivencia de las Tres Culturas, cuando su casco antiguo se transforma en un mercado medieval que recuerda la coexistencia de cristianos, musulmanes y judíos. Declarada Fiesta de Interés Turístico Provincial, esta feria se ha convertido en una de las más importantes de la región.

Diciembre trae consigo una festividad peculiar: la "Pequeña Navidad", una celebración única en la que los habitantes cenan como en Nochebuena y suben hasta el cerro de Santa Lucía, donde una gran hoguera ilumina el castillo. En la noche más fría del año, el fuego y la tradición se funden en una imagen imborrable.

Un destino donde la historia nunca se apaga

Esta villa es un tesoro medieval donde el tiempo parece haberse detenido. Sus murallas han resistido siglos de historia, sus calles aún guardan el eco de las tres culturas que florecieron entre sus muros y su castillo sigue desafiando al viento y al frío.

Quienes la visitan descubren un destino donde la historia no es solo pasado, sino parte de su presente, un lugar donde el invierno hiela las calles pero la tradición mantiene encendida su llama.