En San Juan de los Terreros, una localidad costera de Almería, hay una playa que se llama ‘Calypso’ en honor al buque con el que el famoso explorador Jacques Yves Cousteau desembarcó en la zona en los años 50 para investigar sus fondos marinos.

Dado el afán divulgador del comandante francés, resulta cuanto menos curioso que no se encuentren fácilmente fotografías, documentos ni noticias de la época sobre sus inmersiones en la zona, pero lo cierto es que, más allá de ese trocito de litoral y de los apartamentos y hoteles que han conservado el exótico nombre de la embarcación, poco rastro queda de la que seguramente fue la primera investigación submarina que se realizó en lo que hoy está catalogado por la legislación europea como Zona Especialmente Protegida de Interés para el Mediterráneo (ZEPIM).

¿Cómo es posible que ni siquiera la estancia del célebre marinero de gorro rojo en estas aguas haya servido para convertirlas en lugar de peregrinación para los amantes del buceo, esa disciplina que él ayudó a popularizar y por la que se jugó la vida en varias ocasiones?

Básicamente, por desconocimiento. Son pocos los que saben que Almería, en lo que a buceo se refiere, es lo más parecido al Caribe que tenemos en España. Con una temperatura media anual en superficie y agua de 19 grados, escasas corrientes y visibilidad plena casi los 365 días del año, la mayor parte del litoral almeriense es un auténtico tesoro. Lo corroboran los 50 kilómetros de costa levantina que están catalogados y protegidos como ZEPIM y las más de 12.000 hectáreas que ocupan el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar y la Reserva Marina homónima.

En ambos lugares abundan las praderas de posidonia oceánica (de hecho, son las más extensas y mejor conservadas de Andalucía) e infinitud de especies autóctonas como castañuelas, nudibranquios, peces luna o ballenas piloto. Lo que ocurre, según señala la científica marina, ambientóloga y buzo profesional Marina Palacios es que, ni siquiera los almerienses, son conscientes de dónde se están bañando.

“Cuando le hablo a la gente de que aquí hay corales, no se lo creen”, cuenta asombrada la (también) instructora de buceo que, tras recorrer España con diferentes proyectos de conservación, ha vuelto a la costa de Villaricos –donde también se encuentra uno de los yacimientos fenicios más importantes de la Península Ibérica y no será casualidad- para continuar desarrollando su trayectoria profesional e investigadora. “Es que este es el mejor sitio para bucear y el más especial”, resume convencida.

Fotografías: Centro de Buceo Isla Negra

Los fondos marinos de Almería se caracterizan por su gran riqueza y diversidad. Poseen unas espectaculares cordilleras marinas de perfiles volcánicos que, en contraste con las densas praderas de posidonia, dan una claridad y visibilidad impresionante a las aguas. Además, “la posidonia es un gran productor de oxígeno y, junto con la incidencia del sol, crean las condiciones perfectas para la supervivencia de peces y otros organismos que también son fundamentales para la migración de cetáceos. Esto tampoco lo sabe mucha gente, pero por aquí pasan delfines mulares, comunes y lisados, ballenas pilotos, rorcuales, cachalotes e incluso atunes para desovar en el Mediterráneo”, explica Palacios.

Dadas estas sublimes condiciones para la práctica del buceo, lo difícil de creer es que las inmersiones y bautizos de buceo en la provincia sean mínimas en comparación con las que se producen, por ejemplo, a tan sólo unos kilómetros, en Cabo de Palos. Según datos de la Asociación de Centros de Buceo de la Región de Murcia (ACBRM), en 2017 se llevaron a cabo 93.437 inmersiones en sus aguas. No existen datos oficiales de cuántas  se produjeron en Almería en ese mismo periodo, pero baste como ejemplo que en el centro más concurrido del levante almeriense (Buceo Isla Negra) se realizaron 455 inmersiones y bautizos, una cifra que ha ascendido hasta casi llegar a los 500 en 2018, pero que queda muy lejos de la de su más próximo competidor.

¿A qué se debe esta enorme diferencia? Para el instructor de buceo Pedro L. Belmonte, que lleva años formando a nuevos buceadores tanto en la zona de Cabo de Gata como en la costa de Villaricos, la razón es tan simple como preocupante. “En Almería no existe el turismo de buceo como tal, algo que sí pasa en Murcia, El Hierro o en la Costa Brava. Las administraciones no se han dado cuenta aún del enorme potencial que podría tener para una tierra económicamente deprimida como Almería el apostar de forma decidida por una actividad como el buceo, que además de poder practicarse aquí como en ningún otro sitio de España, ayudaría a romper la estacionalidad y prolongar la temporada durante todo el invierno”, lamenta.

En su opinión, este tipo de turismo está tan poco explotado en la provincia que existe un margen amplísimo para que pueda ser fomentado sin llegar, “ni de lejos, a una masificación ni a que se pueda poner en peligro el entorno”. De hecho, Belmonte defiende que el buceo, si se practica bien, es una actividad medioambientalmente sostenible. “Somos los clubes de buceo los que enseñamos a proteger el hábitat marino a nuestros alumnos y, por ejemplo, los que organizamos cada año una limpieza profunda de los fondos marinos; lo que no es de recibo es que muchos nos vean como el enemigo porque somos, a su modo de ver, los ecologistas, y los que molestamos con nuestras peticiones”.

Palacios coincide en que “el buceo es una herramienta muy valiosa para la concienciación” y, en que, “a nivel directivo, es muy difícil o casi imposible conservar aquello que no se conoce”. Por eso recuerda que los buceadores son “los ojos del mar” y defiende su papel como “mediadores”. “Somos, por ejemplo, los que damos la voz de alarma cuando vienen algas invasoras, pero también quienes formamos a la gente que empieza a bucear en el respeto al medioambiente y el cuidado de los mares. Y esto que tenemos aquí es de una enorme riqueza, pero para concienciar a la gente, primero hay que enseñarle lo que hay abajo”, recalca.

Y lo que hay debajo es, simplemente, espectacular. Les bastará una inmersión en el Túnel Naranja de Cabo de Gata (llamado así por estar completamente tapizado de esponjas y coral anaranjado) o adentrarse en “el azul” profundo de La Catedral de Villaricos para darse cuenta de qué se esconde en el Caribe español. Porque, como dijo el enamorado del Mediterráneo de Machado, “en cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da”.  

*Este artículo fue publicado originalmente en Maletamundi por Ana Vázquez Toscano. Puedes seguir leyendo más aventuras sobre viajes en Maleta Mundi