La paternidad y la maternidad son fuente de preocupaciones. Una fuente inagotable que va en aumento con el paso de los años, pero que en la etapa pediátrica y especialmente en sus primeros compases, va a acompañada de dos desasosiegos básicos: la alimentación y el sueño. Paradójicamente, el catálogo de trastornos del sueño en niños es amplio y ocupan buena parte de las consultas pediátricas, pero más de la mitad los profesionales sanitarios reconocen no haber recibido suficiente formación al respecto y prácticamente todos manifiestan su interés por conocer más sobre estas dolencias.

La importancia que los padres le dan al sueño de sus hijos está justificada porque esta fase del día es fundamental para recuperar las funciones físicas y psicólogicas de los pequeños, claves en su desarrollo físico y emocional. Por ejemplo, tras la primera hora de sueño es cuando se segrega la mayor cantidad de la hormona del crecimiento y también se producen las proteínas y hormonas que ayudan a madurar el sistema nervioso y favorecen el desarrollo neuronal. Además, con el sueño se refuerza la respuesta inmune y se previenen desórdenes metabólicos.

Muchos de los beneficios de un buen sueño por la noche se notan por la mañana. Los niños que duermen bien son menos propensos a problemas de conducta como las rabietas, la irritabilidad o la falta de atención. Además, la consolidación de la memoria a largo plazo durante el sueño facilitan el aprendizaje infantil y tiene beneficios en el desarrollo del habla y el lenguaje. Y un buen descanso ayudan a la concentración y destreza necesarios para un buen rendimiento escolar.

Niño durmiendo en una cuna. EUROPA PRESS
 

Cuánto duermen los niños

Las horas de sueño van reduciéndose  con el paso de los años. Los bebés recién nacidos duermen una media de 14-17 horas al día, mientras que un niño de 4 años se espera que duerma entre 10 y 13 horas. En la adolescencia, con 16 años, ya entramos en franjas de entre 8 y 10 horas. 

“En los primeros meses de vida, el sueño se distribuye aleatoriamente por el día y por la noche. A medida que el niño va creciendo, el patrón de sueño madura y las horas de dormir se empiezan a agrupar por la noche, lo que ocurre gracias al ritmo circadiano, que es el reloj interno que controla nuestro sueño y que empieza a funcionar a partir de los 6 meses de edad”, explica a ElPlural.com la Dra. María Prados Álvarez, pediatra especialista en el área de Neuropediatría del Hospital Universitario Infanta Elena, integrado en la red pública sanitaria de la Comunidad de Madrid.

A partir de los seis meses, los bebés suelen dormir una siesta por la mañana y otra por la tarde, pero a partir de los 18 meses el hábito debería limitarse a una siesta sólo por la tarde. Una costumbre que se va perdiendo con los años para que, entre los 3 y los 5 años, el sueño se concentre en la noche de manera exclusiva. Si los niños siguen durmiendo por la tarde tras los cinco años, “es posible que haya algún problema que le esté impidiendo un descanso nocturno adecuado o duerma de forma insuficiente por la noche, por lo que es recomendable que consulte con su pediatra”.

Eso sí, de la misma manera, antes de los cinco años, no hay que privar a los niños de la siesta si lo requieren, por mucho que tengamos motivos loables como buscar más horas de sueño nocturno o cumplir con horarios escolares. “La siesta la tiene que ir retirando el propio niño y su necesidad va a depender de cómo se encuentre durante el día, su actividad y conducta”, explica la doctora Furnos, porque se puede provocar un “mayor cansancio e irritabilidad durante el día, además de un sueño nocturno de peor calidad, con menos tiempo de sueño profundo y mayor predisposición a algunos trastornos del sueño, como los terrores nocturnos”.

Niño durmiendo con el chupete puesto. EUROPAPRESS

Trastornos del sueño

Los trastornos del sueño infantiles son relativamente frecuentes y con tipologías y causas muy variadas. Su prevalencia es bastante alta, ya que afectan a uno de cada tres niños entre los 6 meses y los 5 años, siendo la mayoría de las veces primarios, no debidos a patología médica. La prevalencia es mucho mayor en niños con trastornos del neurodesarrollo como la epilepsia o TEA y entre un 50% y un 80% de ellos suelen tener algún tipo de problema con el sueño.

Insomnio

Es el trastorno más habitual y suele darse a partir de los seis meses de edad, porque antes no se considera que estén establecidos los ritmos normales de sueño. El insomnio es la incapacidad de conciliar y mantener el sueño y sus causas suelen estar en hábitos incorrectos de sueño y en la falta de horarios estables.

Los mejores remedios son tener una buena higiene del sueño, horarios y rutinas estables para irse a la cama y fomentar los paseos y la actividad física durante el día. Las rutinas ayudan a luchar contra la angustia de separarse de los padres, porque es fundamental que los niños aprendan a dormirse solos y que los progenitores se empeñen en esta tarea.

“La higiene de sueño tiene que ser durante las 24 horas del día. La exposición durante el día a luz natural y actividad al aire libre implica dormir mejor, ya que con el sueño nos adaptamos al ambiente y a las horas de sol”, recomienda la Dra. Furones. Añade, además, que “se sigan a diario y a la misma hora rutinas como la secuencia ducha-cena-cuento y a dormir, incluso en días festivos”.

Pesadillas

Las pesadillas son ensoñaciones desagradables durante la Fase REM, sobre todo en la segunda parte de la noche, que generalmente provocan que el niño se despierte y le cueste volver a dormir. Suelen empezar entre los 3 y los 6 años y se hacen más habituales entre los 6 y los 10 años.

Hay que observar que no vengan acompañadas de comportamientos anómalos o movimientos repetitivos. Si no los hay y no se producen con una frecuencia repentinamente alta, no es necesario ningún tratamiento farmacológico. 

La mejor recomendación es limitar la ingesta de líquidos después de la cena y, tras la pesadilla, quitarle importancia y calmar al niño con objetos que le den tranquilidad, como juguetes o mascotas. La doctora Furones también valora positivamente el uso de “objetos de apego que se relacionen con el sueño, como algún peluche o mantita, y que el propio niño puede usar para conciliar de forma autónoma”.

Niña durmiendo junto a un cachorro de perro. Foto de Leo Rivas en Unsplash
 

Terrores nocturnos

A pesar de la similitud de su nombre, son episodios diferentes a las pesadillas. Ocurren en la primera etapa de la noche y, aunque pueden aparecer en cualquier edad, suelen darse entre los 4 y los 12 años de edad. En los terrores, el niño tiene una actividad agitada, con sudoración o taquicardias, y mantiene los ojos abiertos y con una expresión de pánico, aunque en realidad está profundamente dormido. Por eso no reacciona a estímulos externos y hay que evitar despertarle. Suelen durar entre 10 y 20 minutos y a la mañana siguiente el niño no lo recuerda. 

Los terrores nocturnos solo necesitan atención médica si son muy frecuentes y existen movimientos anormales, vómitos o síntomas diurnos. Suelen desaparecer espontáneamente, pero se pueden evitar con una buena higiene del sueño, eludiendo la privación del sueño y retirando situaciones activadoras antes del sueño. “Es útil evitar alimentos estimulantes, como las bebidas energéticas o el café. Y, por supuesto, se desaconseja el uso de tecnologías, como tablets u ordenadores, antes de irse a dormir”, aclara la pediatra.

Apnea-Hipoapnea del sueño

Este trastorno afecta al 0.7-5% de la población, aunque según la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (SENEP) la prevalencia podría ser mayor, pero no estaría diagnosticada porque pervive la creencia de que roncar es signo de sueño profundo. Suele afectar más a los varones y sobre todo en casos de obesidad, pero en los niños puede darse por la hipertrofia de amígdalas y/o adenoides (conocida como vegetaciones).

Se puede detectar con síntomas como ronquidos, apneas profundas, mucha sudoración, sueño intranquilo y pesadillas. Un primer diagnóstico se puede hacer con una grabación en vídeo nocturna donde se observe la posición de cabeza y cuello y, para un diagnóstico más preciso, recurrir a estudios del sueño. En edad pediátrica, la operación de vegetaciones funciona en el 75% de los casos y, para el resto, se puede recurrir a aparatos de respiración o tratamientos ortodóncios.

Síndrome de Piernas Inquietas

Se trata de una enfermedad neurológica común que tiene entre un 5 y un 10% de la población, aunque en niños es menor y entre adolescentes afecta al 2-4%. Los niños pueden tener síntomas en cualquier momento del día, sobre todo al estar sentados, y se caracterizan por una necesidad imperiosa de mover las piernas ante un malestar físico. Por la noche, se producen movimientos espasmódicos de las piernas que pueden provocar el despertar.

Deberíamos sospechar cuando por la tarde o la noche el niño tiene molestias en las piernas que solo puede calmar moviéndose, si tiene un sueño no reparador, se mueve mucho en la cama o es muy inquieto.

Hay dos pilares para su tratamiento. Por un lado, hábitos de vida saludables. El ejercicio físico es muy positivo y se debe pedir al colegio que lo fomente y no caigan en largos períodos de inactividad. Hay que evitar la falta de sueño y el consumo de cafeína y nicotina y algunos medicamentos como los antihistamínicos orales. Por otro lado, se puede acudir al tratamiento farmacológico. Algunos casos tienen su origen en una falta de hierro del paciente y, en otras ocasiones, pueden ser necesarios otros tratamientos (gabapentina, benzodiacepinas,  agentes dopaminérgicos...).