Desde la misma noche del pasado 26 de junio, apenas acabados de conocer los resultados de las últimas elecciones generales, no me he cansado de decir y escribir que estábamos condenados de forma casi inevitable a la celebración de unos terceros comicios generales. No obstante, pasados ya tres meses, comienzo a barruntar que existe la posibilidad real de que el próximo mes de diciembre no seamos convocados de nuevo a las urnas.

La capacidad de resistencia de Pedro Sánchez ante las presiones ejercidas desde fuera y sobre todo desde dentro del PSOE para que facilitase la investidura presidencial de Mariano Rajoy -una resistencia extraordinaria y, a mi modo de ver, más que encomiable-, ha llegado finalmente a un punto de no retorno.

Aunque ya sabíamos que, en palabras de aquel viejo zorro de la política italiana que fue el democristiano Giulio Andreotti, “en la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”, o que, en palabras de su correligionario alemán Konrad Adenauer, “existen tres tipos de enemigos: los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido”, lo que ha ocurrido, ocurre y mucho me temo que seguirá ocurriendo en el PSOE supera con creces todo lo visto. Desborda incluso aquella célebre frase de Manuel Fraga: “la política hace extraños compañeros de cama”. Porque la ofensiva que, por tierra, mar y aire, se viene desarrollando desde hace meses contra Pedro Sánchez y la actual dirección del PSOE abarca, como es muy lógico y natural, desde el PP en su conjunto hasta casi todos los poderes fácticos nacionales e internacionales en sus vertientes financieras y mediáticas, pero lo que no parece ni lógico ni natural es que cuenta como cooperadores constantes con un número importante de antiguos y también de actuales dirigentes socialistas.

Pedro Sánchez ha sabido resistir con firmeza a esta ofensiva externa e interna, en todo momento implacable. Está más que demostrada su resiliencia, esto es su capacidad para afrontar y superar situaciones de riesgo adaptándose a las circunstancias adversas. Quienes ahora le echan en cara los malos resultados del PSOE en las elecciones que se celebraron el pasado domingo en el País Vasco y en Galicia –no tan malos si se comparan con los del 20-D y el 26-J, pero sí comparados con los respectivos comicios autonómicos de hace cuatro años, cuando no existían aún las actuales fuerzas emergentes-, no le han dado cuartel ni tan siquiera durante estas campañas electorales, con una labor de zapa que les descalifica y desacredita.

Llegados a este punto, Pedro Sánchez ha planteado un reto al que ningún demócrata puede oponerse: si su liderazgo es cuestionado por algunos dirigentes del PSOE, que decidan los militantes socialistas en unas elecciones primarias. ¿Alguno de los líderes socialistas está dispuesto a competir con Sánchez? ¿Con qué objetivo? ¿Defenderá alguien que el PSOE facilite la investidura de Rajoy o de cualquier otro dirigente del PP? ¿O, lisa y llanamente, se atreverán a vetar esta consulta a la militancia porque de antemano saben que con toda probabilidad estas primarias reforzarían al actual secretario general?

Y si Pedro Sánchez ve revalidado su liderazgo al frente del PSOE en unas elecciones primarias, acallando de una vez por todas las voces discrepantes y dando de nuevo “una sola voz” al socialismo español, ¿qué partidos con representación parlamentaria le negarían su apoyo en una nueva sesión de investidura y nos condenarían a unas terceras elecciones?

El jaque está planteado. No se trata de un simple órdago. Es un jaque en el que quienes se juegan la vida no son ningún rey ni ninguna reina. Se lo juega no solo el PSOE sino el conjunto de las fuerzas de progreso de nuestro país.