Hace unos años Donald Trump empezó a usar la canción Y.M.C.A para amenizar sus mítines. El grupo de música, autor de tan conocido himno LGTBIQ+, amagó durante un tiempo con denunciarle. Tenía sentido que no se quisiese vincular con un líder político que atenta contra los derechos de cualquier comunidad que no sea la de los súper ricos norteamericanos. Al final, no se sabe muy bien por qué, la denuncia quedó en nada, y se olvidó, hasta que, para sorpresa de bastante gente, aparecieron en la celebración de la victoria trumpista, con el presidente electo bailando en directo.
Esto sucedió mientras varios directivos de empresas tecnológicas anunciaban, casi de inmediato a la elección, que adaptarían sus modelos de negocio a los deseos del nuevo presidente, curioso efecto sobre el mercado de los retractores del intervencionismo gubernamental en la economía.
Cualquier persona que gane unas elecciones democráticas, lo hace porque consigue cristalizar una coalición social en torno su candidatura. Aún se está analizando en profundidad cuál es la alianza que ha conseguido articular Trump, pero va apuntando a una suma del conglomerado tecnológico de Sillicon Valley, con criptobros, conservadores morales, supremacistas blancos, derecha religiosa y un largo etcétera aún por definir. De estos sectores, algunos son clásicos del entorno republicano, pero llama la atención que directivos de empresas que abogaban por una filosofía liberal de la economía y financiaban a candidatos demócratas, se sumen a la ola MAGA y a su proteccionismo arancelario.
La coalición internacional, parece menos amplia, fijándonos en las figuras que estuvieron en su toma de posesión, vemos una clara declaración de intenciones: Meloni, Abascal, Milei, Orban, Zemmour, Farage, el alemán Tino Chrupalla, en la mezcla de presencias y ausencias de jefes de estado y figuras sin más peso que liderar partidos de extrema derecha., es evidente la declaración de intenciones
Pasadas ya a unas semanas de lo simbólico en su toma de posesióneposesión, la retahíla de órdes ejecutivasórdenes ejecutivas van confirmando los peores presagios, tanto en su política internacional como en las decisiones internas.
Y, frente a esto ¿Qué hay? Empezando por el partido demócrata, la sensación de desnorte es mayúscula; a la sorpresa, incomprensión y parálisis con la que Kamala recibió una derrota que no son capaces de explicarse, se ha sumado las contradicciones de un Biden que se despedía del despacho oval con un discurso de preocupación por la amenaza que para la democracia suponía una nueva oligarquía capitalista, mientras firmaba los decretos de amnistía preventivos de su propia familia, y se mostraba orgulloso de una carretra política en la que se ha ayudado a crear y crecer dicha oligarquía. El mismo Zuckerberg, que ahora alaba al actual presidente, fue uno de los grandes financiadores del Partido Demócrata. En el mandato Biden, los súper ricos no han parado de multiplicar sus beneficios, mientras las clases bajas y medias no se beneficiaban de las políticas expansivas del gobierno debido a la inflación, los problemas con el sistema sanitario, la vivienda, etc.
En Europa la cosa no está mucho mejor. Los lideres actuales no son capaces de llegar a un acuerdo para tener una idea de qué papel queremos jugar en el mundo, el silencio de Europa ante los planes anuncios por Trump en relación con Ucrania y Gaza y la guerra de aranceles nos obliga a preguntarnos hasta cuándo vamos a soportar todas las astracanadas que vengan del otro lado del charco, y si éstas nos van a permitir por fin dar el impulso que requiere Europa en política internacional, industrial y económica (las tres inseparables hoy en día) para ser algo más que una reserva moral poco efectiva, o nos vamos a dejar morir por inacción.
Y, más allá de las instituciones políticas, en términos de sociedad civil, que es quien sustenta a las capacidades reales de acción de los líderes políticos, ¿Quién es la coalición social que se puede oponer a la internacional del odio? Orban y Meloni lideran en Europa un espacio ideológico que, aunque está dividido en lo orgánico, tienen acuerdos básicos que les permiten caminar juntos determinadas sendas. Y, sobre todo, tienen claro quiénes son sus enemigos.
¿Quiénes somos sus enemigos? Sindicalistas, feministas, inmigrantes, LGTBQ+, liberales, ecologistas…en definitiva, cualquier persona que defienda la democracia. Frente a ellos, ¿quiénes batallan hoy políticamente en una lógica de ampliación de derechos políticos, económicos y sociales para amplias mayorías?
Es evidente que la extrema derecha ha aprendido en los últimos años a recolocarse desde los márgenes en el centro de la política, identificando malestares sociales para coserlos en coaliciones del odio y del miedo tan diversas como sorprendentes. ¿Por qué el bloque de la igualdad y los derechos que hace dos décadas fue capaz de iniciar un ciclo que le llevó de los márgenes a la centralidad, de la identificación de malestares a la construcción de amplias alianzas sociales, hoy ha vuelto a obsesionarse con el espacio de la izquierda? ¿Por qué otra vez nos centramos en debatir clichés del siglo XX, en lugar de retomar y actualizar la comprensión del siglo XXI que ya iniciamosse inicion hace una década?
La extrema derecha sigue subiendo en las encuestas mientras el bipartidismo ni renace ni muere, con un PSOE en la resistencia sin respuesta al principal problema social del país y un PP desnortado y sin estrategia clara en la dispuesta de su espacio, en ese escenario, y con la hegemonía de muchos valores que se han consolidado en estas dos décadas. Hay un campo enorme de articulación de una coalición social en defensa de la democracia, pero en política no basta con la existencia de espacios, hay que ocuparlos, articularlos y ponerles rumbo. Toca pensar, organizarse y actuar. Por ese orden, para hacerlos realidad.
Mientras eso no se haga, tendremos a lideres políticos bailando himnos de liberación sexual a la vez que prohíben a las personas trans participar en el ejército de sus países.