Ya parece que se esfuma la última serpiente de verano, más bien reptilario estival, con el traído y llevado asunto de los masters regalados, las convalidaciones a cascoporro, y los presuntos plagios de tesis doctorales. Cristina Cifuentes, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid fue la primera baja; la Ministra de Sanidad Carmen Montón dimitió por cuestiones similares; el actual presidente del PP, Pablo Casado, ha sido salvado judicialmente in extremis por su aforamiento, mientras pide explicaciones y responsabilidades a los de enfrente, y el Presidente del Gobierno Pedro Sánchez amenazó con querellas varias a medios y periodistas, tras demostrar, o no, según el rasero y el programa antiplagio que se emplee, que era inocente de haber copiado su tesis doctoral.

Lamentable espectáculo general, con términos curiosos como el de “autoplagio”, que es una contradicción en sus términos, pues uno no puede copiarse a sí mismo. En todo caso, como Cicerón, o como Julio César en el Comentario de la Guerra de las Galias, puede autocitarse o hablar de sí mismo en tercera persona. También me gustaría que me explicasen cómo se le convalida a uno 18 asignaturas de 22 de un máster, porque estaría encantado, como muchos, en seguir esos pasos, si es que son legales…

Al margen de la vergonzosa marea de fondo, en la que muchos han aprovechado para ganancia de pescadores y revolver con el ventilador más hediondo contra todos, hay dos asuntos que antes o después habría que tocar en serio: el ejercicio de vanidad infantil de nuestros dirigentes políticos, inflando sus currículums, y la evidente corruptela, no de ahora, sino secular, del mundo universitario.Empecemos por esto último.

No se entienda mi opinión como una deslegitimación de la institución universitaria, como fuente de conocimiento, no sólo necesario sino fundamental, sino como un deseo de profundizar en su actualización, y erradicar de ella endogamias, clientelismos y grupos de poder. Quienes hayan conocido la vida departamental saben que, como si se trataran de “castas”, aglutina en partidarios y detractores a grupo de profesores con ideología, filias y fobias, intereses personales, a menudo espúreos, que no sólo no hacen lucir la institución sino que la degradan, ahuyentando el verdadero talento y la brillantez.

¿De verdad nuestros políticos están interesados en seguir formándose o es sólo una cuestión de vanidad?

El propio sistema de Trabajos de Fin de Máster, y de doctorados, se ha convertido en una cuestión de parcelas de poder de profesores y departamentos y, su propia mecánica y norma, premian más la sumisión, el seguidismo, y las normas establecidas, que la verdadera investigación, la contestación de tesis ya anquilosadas, y propuestas nuevas. Para poner un ejemplo muy gráfico, las llamadas “Normas APA”, que rigen la presentación de los TFM o los doctorados, son una serie de memeces sobre el milimetraje de márgenes, sangrías, citas, etcétera, sin el cual no se puede aprobar, que parece más una normativa de estética o de corte y confección, que no le da ningún valor al contenido de los mismos. De hecho existe toda una industria, digamos “alegal”, de pequeñas empresas, doctores en paro, o que se sacan unos extras, “rehaciendo” o incluso sin el “re”, los Trabajos y doctorados.

Esto por no hablar de aquellos “Doctores Cum Laude” que lo son gracias al sudor del de enfrente, o del que tenía en su momento al lado… Todo esto lleva a la primera de las dos reflexiones que deberíamos hacer: ¿De verdad nuestros políticos están interesados en seguir formándose o es sólo una cuestión de vanidad? Es evidentemente una pregunta retórica y se responde en sí.

El mundo de la política, salvo excepciones, está empezando a ser más una cuestión de espectáculo público y proclamas que lo que en realidad debiera ser: servicio público. Triste asunto este porque, no es el conocimiento y crecimiento personal que debieran conllevar unos estudios universitarios o un doctorado, sino la vanidad de exhibir una presunta aristocracia intelectual, aunque sea a costa de maquillar, comprar, falsear, o tomar atajos para que luzcan más los currículums.

He conocido verdaderos genios, alguno Premio Nobel, o Pulitzer, o Nacional de las letras, que no pasó por la Universidad ni falta que le hacía porque eran fuentes vivas de conocimiento. Para mí, y ya lo he dicho en más de una ocasión, pocas experiencias tan decepcionantes como mi paso por la Universidad. Tal vez no tuve suerte, pero ni alma ni mater. O nos tomamos en serio que las universidades vuelvan a ser lugares de irradiación de pensamiento o más vale que pongamos máquinas de expender títulos, a las claras, como si fuesen complementos de belleza, por no decir algo más prosaico.