Bien es sabido que la condición humana es como es, que nadie es perfecto, que el bien y el mal suelen cohabitar en los mismos espacios y muchas veces en las mismas personas, que la ignorancia es mucho más extensa de lo que cabe desear y que creer es mucho más fácil que pensar, lo cual es el germen de la intolerancia. Sin embargo, admitamos que la peor de las ignorancias es aquélla que se viste de supuesta superioridad, y en eso la derecha, por sus tópicos, se lleva, con creces, la palma.

Vivimos rodeados de tópicos, de falacias construidas en base a engaños y bulos que, sin embargo, como las mentiras de Goebbels, acaban siendo verdad para aquellos que no las cuestionan, que creen sin pensar con espíritu crítico, cual burros humanos con orejeras, lo cual, como ya digo, es mucho más frecuente de lo que cabría esperar. Hace cien años el analfabetismo literal estaba generalizado en amplios sectores de la sociedad española; hoy en día la información está al alcance de todos y la cultura es accesible a cualquiera; sin embargo, el analfabetismo funcional sigue siendo la tónica general en amplios sectores sociales; un analfabetismo que asegura la ignorancia pese a vivir todos rodeados de información, y que es sutilmente promovido por los medios de comunicación que, en general, están controlados por el poder que fomenta esa ignorancia.

Cuesta creer que en la segunda década del siglo XXI sigan aceptándose y difundiéndose los tópicos rastreros que los vencedores de la guerra civil española, esos que no permitieron que en España se instaurase un régimen político democrático hace ocho décadas, difundieron a modo propagandístico para justificar sus ideas reaccionarias y el exterminio de los republicanos. Y mucho más si esos tópicos salen de boca de un cargo público, quien está obligado a trabajar para todos los ciudadanos, no sólo para los de su partido.

Me han sorprendido unas declaraciones de un concejal del Ayuntamiento de Ciudad Real, independiente en la actualidad, ex concejal de Ciudadanos, Pedro Fernández, cuyas palabras me parecen la personificación más descarada de los tópicos que difundió el franquismo y los franquistas contra los demócratas y la democracia.

A raíz de la aprobación, por parte del Ayuntamiento de Ciudad Real, de la propuesta de la Concejalía de Cultura del cambio de nombre de las calles afectadas por la Ley de Memoria Histórica por otros nombres elegidos por los ciudadanos, ha arremetido del concejar, con ese arsenal de tópicos que expande la derecha, contra todo atisbo de decencia y de sentido común. Y dejó en evidencia, en un artículo de opinión remitido a los diarios de la ciudad, esa retahíla de tópicos, repito, que avergüenzan a cualquiera, porque son producto, no de ningún razonamiento, sino del automatismo del odio, de la intolerancia y de la sinrazón.

Si se habla de destrucción y de inquisiciones, que el señor Fernández busque información en las filas ideológicas en las que milita

A sustituir el nombre de las calles nominadas por el franquismo lo llama “dinamitar pirámides. La Ley de Memoria histórica sirve para resucitar “fantasmas de épocas pasadas” y generar odios, según él. Nada mejor, claro, según él y sus colegas ideológicos, que tapar la verdad, como si no existiera, porque es malo recordarla. Habla de “odio a nuestro patrimonio histórico y cultural”, como si nuestro patrimonio histórico y cultural sólo fuera el pasado totalitario y fascista, el nombre de calles y plazas en loor a militares asesinos, o las costumbres más terribles y bárbaras heredadas de un pasado que sí habría, no que olvidar, pero sí que superar. Sobra decir que, con toda probabilidad, el concejar ciudadrealeño será ferviente defensor de las torturas financiadas con dinero público que son las corridas de toros.

Habla en su artículo, refiriéndose a la izquierda, de “genocidas de nuestro patrimonio”, de “inquisidores que me hacen temer que los viejos tiempos de destruir casas-palacio, murallas, conventos y demás menesteres de nuestro patrimonio...”. Quemar conventos, otro tópico sobre el que se nos ha adoctrinado muy bien en este país, aunque la realidad fue bien distinta. Si se habla de destrucción y de inquisiciones, que el señor Fernández busque información en las filas ideológicas en las que milita. Que nos cuente también el señor Fernández lo que ocurrió en las miles de tapias de los cementerios de toda España con los demócratas, los progresistas y los republicanos. Que nos cuente que la poesía de Lorca, o de Machado, o Pedro Salinas, o la de Cernuda, o la narrativa de María Zambrano, de Madariaga, de Blasco Ibáñez o de Juan Ramón Jiménez, exiliados y perseguidos por la dictadura, no forman parte del patrimonio cultural español. Que nos lo cuente.

Hay que ser muy reaccionario, o muy analfabeto funcional, para creerse esos tópicos manidos, producto de la soberbia de la intolerancia y del pensamiento único, que sólo les sirven a los que no quieren saber la verdad. Y, hablando de patrimonio cultural español, y hablando de la verdad, recordemos algunas sabias palabras de Antonio Machado, muerto de hastío y de pena en el exilio, refiriéndose al librepensamiento, que tan poco habita en algunas mentes de nuestro país: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”